Gente corriente

Sonia García: "Necesitamos espacios donde contar las cosas positivas"

Entregó su vida al periodismo en México, pero se desencantó y ahora preside una asociación cultural en Barcelona.

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Gemma Tramullas
Gemma Tramullas

Periodista

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Aquella niña de pueblo con trenzas largas que soñaba con ver mundo llegó a dirigir un periódico en México, pero decidió emigrar a Barcelona después de que amenazaran de muerte a su hija. Sonia García (Puebla, México, 1965) fue redactora de EL PERIÓDICO y ahora preside la asociación cultural La BiblioMusiCineteca en el Poble-Sec.

¿Dónde pasó la infancia?

En Jalpán, un pueblito de cien familias en el estado de Puebla que no tenía luz ni agua corriente. Íbamos al baño a la huerta, donde había serpientes, y eso se me quedó grabado. Pero fue una época muy feliz.

A los 11 años la mandaron a estudiar a la capital.

Vivíamos cuatro hermanos en un cuartucho de la periferia con una bombilla, una cama y un sofá. Yo era una pueblerina, llevaba unas trenzas largas y los niños eran tremendos. Allí estudié la secundaria y el bachillerato y allí me embaracé a los 16 años. Mi hija se convirtió en mi eje. Gracias a mis dos hijas soy lo que soy.

¿Cómo se inició en el periodismo?

Fui a estudiar filología hispánica a Veracruz, Xalapa, pero necesitaba dinero y me ofrecieron un puesto de correctora en un periódico local, El Sol Veracruzano. Al llegar a la redacción, el director me dijo que no quería una correctora sino una reportera y me mandó a cubrir la gira de Cuauhtémoc Cárdenas.

¡El candidato presidencial!

Fue horrible. ¡Yo jamás había escrito un artículo! Una gran compañera me ayudó: “A ver Sonia, ¿cuál es la idea principal? -me decía-. Pues a esta ponle un uno, luego un dos y un tres. Y ahora redacta la noticia”. Así empecé. Dejé El Sol cuando llegó un director acosador y me fui al Diario de Xalapa.

Allí llegó a ser directora.

Iba a la universidad de siete a doce de la mañana y después entraba en el periódico hasta la medianoche. Tenía que llevarme la niña a todos lados y se me dormía sobre la máquina de escribir. Atendía todas las causas sociales y de las mujeres y empecé a ser conocida. Fui jefa de información, subdirectora y cuando el director quiso ser alcalde me encargó la dirección. Pero fui una mala directora.

Qué contundente.

Me creí el mito de la libertad de expresión y no fui prudente. Entonces empezaba la violencia, el narcotráfico y los vínculos con las autoridades. Y yo lo contaba todo. El periódico subió de tirada, pero empezaron las amenazas. La última fue contra mi hija y eso me llenó de miedo.  

¿Ahora no lo publicaría?

Lo haría, pero de otra forma. El periodismo es contar lo que pasa, pero yo tenía 34 años, era de origen humilde, mujer, madre soltera, no tenía padrinos, ni dinero. Solo contaba con mi estructura mental y mis valores para enfrentarme al mundo. Yo creo en las personas y hay muy buenos periodistas, pero ya no creo en el periodismo como antes. Se ha vuelto un negocio cuando debería ser un servicio.

Puso un océano por medio y se instaló en Barcelona.

No soy exiliada por la violencia pero no soportaba esa vida mediocre y amordazada. Al principio fue una odisea porque apenas tenía recursos, pero un amigo periodista me había recomendado a EL PERIÓDICO y me contrataron. Mi etapa en la sección de la agenda fue preciosa. En 2014 lo dejé y desde entonces he escrito dos biografías, un libro de poemas y he trabajado en dos documentales.

Y en 2010 cofundó la asociación cultural BiblioMusiCineteca en el barrio del Poble-Sec.

En el 2004 había conocido a mi futuro marido, Ferran Baile, que tenía un local en el barrio. Hicimos muchas reformas y ahora hacemos más de 200 actividades al año. Queremos que sea un espacio de referencia para artistas emergentes. Necesitamos espacios donde contar las cosas positivas, que es algo que creo que el periodismo ha dejado de hacer.

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¿Y no echa de menos el papel influyente que una vez tuvo?

No. Yo nunca busqué ser directora y no tengo ansias de poder, solo tengo ganas de vivir y poder aportar algo a este mundo que nos tocó.