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Carme Sala: "Cada niño puede avanzar desde donde está"

La pedagogía como apertura de horizontese igualdad de opciones ha hilvanado el camino de esta maestra

Carme Sala

Carme Sala / FERRAN NADEU

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Carme Escales
Carme Escales

Periodista

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Las vacaciones navideñas eran de las pocas fechas en las que Carme Sala Sureda (Les Planes d’Hostoles, Garrotxa, 1942) podía volver a casa a reunirse con sus padres y sus cinco hermanos. Así fue durante los años que estuvo en el internado de las Escolapias de Girona, prácticamente toda la primaria y el bachillerato. La dura moral judeocristiana de su educación estaba en las antípodas pedagógicas de lo que iluminaría su camino como maestra. Se inspiró en pedagogías avanzadas como las del francés Célestin Freinet, el psicopedagogo italiano Francesco Tonucci y el ideario de la Escola de Mestres Rosa Sensat. Motivada por la apertura de horizontes mentales, la inclusión de diferentes capacidades en el aula y la igualdad de oportunidades, puso en marcha tres escuelas.

¿Qué detalles explican la dureza del internado en el que pasó parte de su niñez?

Con ojos de hoy, se ve más duro. Entonces incluso te hacían sentir una privilegiada por poder estudiar. Pero yo añoraba mucho a la familia. Nos decían que debíamos ser fuertes, suerte de las amigas. Los sábados nos venían a ver los padres, pero si no nos habíamos portado bien, no los veíamos. Con la ropa limpia que nos traían, nos dejaban queso o fuet, que las monjas nos racionaban. Los sábados por la tarde escribíamos cartas, pero antes de enviarlas, las monjas las leían.

¿Cuál fue su primer contrapunto a eso?

El movimiento escolta de las escuelas Virtèlia y sus valores democráticos y catolicismo progresista. Y mis primeros trabajos como maestra, uno en la escuela Pyrene, en el barrio de Sant Pere, Santa Caterina i la Ribera, en Ciutat Vella. La fundó Manel Costa-Pau y el cura del barrio nos enviaba a niños de familias que no podían pagar. Y otra gran experiencia en el barrio del Verdún.

¿También con familias sin recursos?

Sí, que vivían en las Casas del Gobernador. El cura de la parroquia de Sant Sebastià cedió un espacio para escolarizar a hijos de familias en situaciones increibles. Recuerdo una de ocho hijos y el padre en la cárcel. Allí aprendí a ponerme en el lugar del menor, es lo mejor que puede hacer un maestro para poder motivarlo, conocer su contexto familiar, circunstancias y capacidades. Etiquetamos diciendo: ‘este no llega’. La escuela que solo valora unos contenidos únicos que todos deben alcanzar es una falacia. Importa que cada cual salte desde su nivel. Cada niño puede avanzar desde allí donde está.

La inclusión es un valor presente en el libro Escola Lavínia. Els orígens d’un referent pedagògic, que ha escrito con Montserrat Camps (Curbet Edicions). Fue la escuela que inauguraron el 68 en Les Corts.

Un grupo de padres interesados por una educación diferente la promovió. Y a quienes la pusimos en marcha nos movía la lucha contra miedos, obligaciones y contenidos encotillados. Defendíamos el trabajo en equipo y buen ambiente entre profesores, cambios fundamentales en los contenidos y en las relaciones en la escuela y acostumbrar al alumno a respetar y valorar las diferencias entre ellos. La verdadera escuela inclusiva valora qué aporta cada alumno, tenga las capacidades que tenga.

¿Qué la ha motivado más en su profesión?

El despertar la curiosidad, que el niño quiera conocer, más que sepa leer, que tenga interés en leer. Educar es dar instrumentos para vivir con horizontes amplios. Haber militado en partidos clandestinos contra el franquismo me llevó a querer derribar el sistema de la escuela autoritaria, a enseñar a tener conciencia propia y una visión diferente. Me motiva que la gente pueda descubrir las mil posibilidades de la vida, y el derecho a la vida ordinaria de todo el que convive con alguna discapacidad.

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¿A qué dedica su jubilación?

Soy voluntaria de la Fundació Akwaba. Enseño lengua a mujeres acabadas de llegar, creando relación entre ellas. Y viajo, escribo y colaboro en investigaciones.