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Agustí Ventura: "En la cima me sentía solo y acompañado, y amo de todo"

A sus 94 años está en plena forma después de coronar más cimas pirenaicas de las que parece haber

Agustí Ventura

Agustí Ventura

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Carme Escales
Carme Escales

Periodista

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-Agustí Ventura nació en Barcelona el 7 de septiembre de 1924, algo más de 12 años antes de que estallara la Guerra Civil. Hambre es la palabra que le sirve para resumir ese capítulo en su vida. Su padre tenía un taller de encuadernación, algo que odiaba pero en lo que se afanaba a ayudar para poder dedicarse a lo que ya a los 17 años amaba tanto hacer. De los 196 picos de más de 3.000 metros de altitud del Pirineo completo, 126 los ha conquistado. Los pies de este hombre han pisado más cimas y crestas de montaña que asfalto en ciudades y pueblos. A los 94 años, aún disfruta escapando a la montaña, el lugar donde siempre ha sido feliz. Ventura es miembro del Grup Cavall Bernat, creado hace 40 años por enamorados de la escalada y de la inconfundible aguja montserratina.

-¿Qué le dicen las montañas? 

-Siento la misma respuesta para esta pregunta que si me preguntase si dialogo con mis muertos. Yo lo hago. En el cementerio de Les Corts hablo con mi abuelo materno, me acuerdo mucho de él. Aunque murió en 1936, aún hoy me dejo aconsejar por él. Pues con las montañas, igual. Viendo una puesta de sol o incluso en medio de una buena tempestad, he tenido conversaciones espirituales solo y con compañeros de escalada que hoy ya no están. Me han fallado, se han ido antes que yo, algunos con 10 años menos.

-¿Le impresiona o teme su propia marcha? 

-No, nunca he temido a la muerte. Si no, no hubiera escalado jamás. Sé que un día u otro petaré, pero no me preocupa ni me quita el sueño. A veces pienso que esto mío ya dura demasiado, los médicos me dicen que no vaya más a verlos, y me ponen de ejemplo.

-¿Qué le ha hecho llegar tan bien a los 94?

No lo sé. Como de todo. Nunca he fumado, eso sí. Y siempre que salía con amigos, sabía cuándo decir basta de alcohol.

-¿No le duele nada?

-Hasta hace poco, no. El último año una rodilla me impide hacer largas caminatas. 

-¿Qué le dice el médico de esa rodilla?

-Él pondría una prótesis, pero yo le digo: cuando sea mayor ya hablaremos de ello.

-Mayor... ¿Todavía conduce?

-Claro que conduzco! ¿Por qué no debería hacerlo? Lo hago desde el año 50 y pico y jamás he tenido un piño. Tuve cuatro motos y con cada una hice 100.000 km. Con una fui con mi esposa hasta Austria. Recuerdo que llovió muchísimo, y yo le decía: tranquila es que los ríos bajan muy llenos. Pero cuando tuvimos a nuestros dos hijos, dejé la moto, me dije: Agustí, en el coche no, pero en la moto tú eres el chasis. Y cuando me casé, a los 30 y pico, dejé la escalada más atrevida y arriesgada. Habíamos hecho barbaridades, hoy hay mucha más seguridad. Nosotros íbamos con espardeñas de cáñamo que comprábamos en la calle de Avinyó. A casarme sentí que tenía un compromiso, no podía hacerme daño.

-¿Cómo la conoció, a Maria del Carme?

-En el tren, yendo a esquiar a la Molina. Con mis amigos siempre viajábamos sin billete. Pasábamos de un vagón a otro esquivando al revisor. Y en esas que yo me senté a su lado a hablar, para disimular. Por su vagón ya había pasado el revisor. Le dije que si quería, podía enseñarle a esquiar. Luego también fuimos a escalar juntos.

-¿Cómo lo hacían entonces para volver a verse, sin móviles y tal vez sin teléfono?

-Ella tenía teléfono. Pero entonces los clubs de excursionismo y de montaña ayudaban mucho, allí nos veíamos. Y en el mundo de la escalada nos conocíamos todos. 

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-Volvamos a la cima de una montaña y sus sensaciones allí bajo el cielo y sobre todo.

-En la cima me sentía solo y acompañado, y amo de todo. Es la sensación de sentirte por algo superior Ya le digo, soy de los que hablan con las montañas. Sin gritar, que nadie piense que no estoy bien.