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Joana Vicente: "Me hubiera gustado ser una exploradora del siglo XIX"

Doctora en Ciencias del Mar, ha buceado en las cálidas aguas del Caribe y a cero grados en la Antártida

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Gemma Tramullas
Gemma Tramullas

Periodista

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Estaba haciendo el doctorado encerrada en un laboratorio de química cuando le llegó una oferta para embarcarse de marinera en un velero. Joana Vicente de Bobes (Barcelona, 1984) echaba de menos el aire libre y aparcó temporalmente la investigación para lanzarse a la aventura, que la ha llevado a bucear desde el Caribe hasta la Antártida, una de las zonas más inexploradas del planeta. Su próximo reto: educar adolescentes.

Tiene una larga relación con el mar.

Mi padre me enseñó a amar la montaña y la naturaleza en general, por eso estudié Biología. A los 14 años, mi madrina me regaló un curso de buceo y cuando hice el máster de cambio global en Mallorca el mar me enganchó. Recorrí el mundo en velero y tengo el título de guía de buceo en zonas difíciles.

¿Cómo acabó en la Antártida?

Al terminar mi doctorado sobre contaminantes orgánicos (que son compuestos químicos derivados de productos sintetizados por el ser humano que se acumulan en zonas de alta montaña y en los polos), contacté con Conxita Àvila, profesora del Departamento de Biología Evolutiva, Ecología y Ciencias Ambientales de la Universitat de Barcelona. Ella ha hecho muchas campañas antárticas y me contrató como encargada del material de buceo de su equipo.

Hizo dos expediciones al polo Sur, en el 2017 y el 2018. ¿Cómo fue su primera inmersión?

Me preocupaba cómo iba a reaccionar al agua a cero grados, porque tras diez minutos a esa temperatura el cuerpo sufre una hipotermia. Aunque llevamos muchas capas de ropa y un traje seco estanco, la cara está en contacto con el agua y enseguida se insensibiliza. Entre la ropa y todo el material para coger muestras llevamos unos 30 kilos encima.

Son como astronautas del mar.

Una vez en el agua actúa la flotabilidad y el cuerpo se relaja. Hay muy poca visibilidad, pero a la luz de la linterna se ven muchos animales y vegetación. Hay algas de 10 o 12 metros que son como sábanas y al apartarlas descubres unos colores increíbles.

¿Tuvieron alguna visita indeseada?

El primer año lo pasé muy mal cuando se nos acercó un león marino inusualmente agresivo y en otra ocasión fue una foca leopardo, un animal de 4 a 5 metros que es carnívoro y tiene un mandíbula gigante.

¿Había más mujeres buceando?

En el equipo de Conxita Àvila éramos cuatro mujeres y cuatro hombres y ella era la jefa. Hicimos subir la proporción de mujeres en la Antártida, que es mucho más baja.

A sus 34 años ha visto cosas que la mayoría no veremos jamás.

He navegado junto a ballenas, he nadado con pingüinos y he buceado con tiburones. La pena es que la segunda vez que fui a la Antártida ya no me impactaba tanto ver cómo se quebraba un glaciar y a los delfines no les hacía ni caso.

¿Su motor es la exploración?

La exploración, la aventura y las ganas de descubrir y aprender cosas nuevas continuamente. Me hubiera gustado ser una exploradora del siglo XIX. Practico deportes de aventura, me va la adrenalina y ver hasta dónde aguanto en situaciones difíciles, aunque también soy muy consciente y sufro. Cuando terminé el doctorado, el autoregalo que me hice fue tirarme de una avioneta en caída libre.

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Ahora ha vuelto a tierra firme y está haciendo un máster de profesorado.

Llevo muchos años de aquí para allá, sin hogar, haciendo cosas que yo tengo ganas de hacer de forma un poco egoísta. Pero esta vez no lo hago por mí. La educación es muy importante y me gustaría transmitir a las nuevas generaciones el impacto que tienen nuestras acciones en el medioambiente. Está muy bien tener una vida cómoda, pero hay muchas cosas que no nos hacen falta.