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Emiliana Lima: "Veía los bichos bajar por la pared, bien negros y gordos"

Esta madre futbolera le ganó el partido a la enfermedad del Chagas, cada vez más presente en Europa.

Emiliana Luna

Emiliana Luna / ELISENDA PONS

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Gemma Tramullas
Gemma Tramullas

Periodista

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Lo llaman el asesino silencioso de América Latina, pero con las migraciones el Chagas se ha instalado también en Europa. Miles de personas conviven sin saberlo con una enfermedad que durante años no provoca síntomas, pero que si no se trata puede ser mortal. Emiliana Lima (Bolivia, 1985) dio positivo y siguió el tratamiento en el Hospital Clínic de Barcelona. Ahora ella y su hijo Eric están sanos y su testimonio forma parte del proyecto ‘Pasa la voz’, que sensibiliza a la población de origen latinoamericano para que se haga la prueba.

¿Podría describir el paisaje de su infancia?

Nací en Bolivia, en el pueblo de Mataral, que está en un valle donde la gente cultiva caña de azúcar y papayas en las huertitas que hay junto a los ríos. También tienen corrales con cabritos y pollos.

El Chagas afecta a los más humildes.

Cuando era niña todo eran casitas de adobe y ahí viven las vinchucas [un insecto parecido a un chinche grande]. Veía los bichos bajar por la pared, bien negros y gordos. Mi padre los aplastaba y la pared quedaba manchada de sangre. Esa imagen no se me va de la cabeza.

Así que se infectó de niña.

Seguramente. Nos picaban en las manos, en la cara, en los ojos… Te despertabas y veías una manchita negra en la piel, que eran las heces del insecto. Como escocía mucho nos rascábamos y así es como se introduce el parásito.

¿Sus padres sabían que este insecto transmite la enfermedad?

Entonces no. Somos 12 hermanos, 10 chicas y 2 chicos, y casi todos tienen la enfermedad; mis padres también.

¿Han hecho el tratamiento?

Mis padres sí, pero mi hermana mayor ha sido madre y le han dicho que tiene el Chagas muy avanzado. Siempre les digo que se hagan la prueba y ahora se arrepiente de no haberme hecho caso. Solo las más pequeñas no lo tienen, porque han crecido en una casa que ya no es de adobe.

¿Por qué cuesta que la gente se haga la prueba?

La mayoría prefieren no saber, se asustan. En el pueblo solo confían en un médico, don Mario, que viene en moto a traerles medicinas. Él va por las casas y le tienen confianza.

¿Qué la convenció a usted?

A mí nunca se me ocurrió que pudiera tener el Chagas, pero cuando ya vivía en Barcelona una amiga boliviana me contó su caso y me di cuenta de que a mí también me había picado mucha vinchuca y seguramente lo tenía. En el Hospital Clínic me dieron mucha confianza y tuve más ganas de hacer el tratamiento. Aquí no tengo familia y con las doctoras me he sentido como en casa. Les estoy muy agradecida.

¿Sufrió efectos secundarios?

Sí, me salieron ronchas por el cuerpo y la cara me ardía. En algún momento me asusté, pero iba a la doctora y ella me tranquilizaba y me daba una pastilla con la que se me pasaba. Mi propósito siempre fue terminar el tratamiento. No quería quedarme embarazada y pasarle la enfermedad a mi hijo. Aconsejo a todos que se la hagan, porque además no cuesta dinero.

¿Cómo es pasar de una familia de 12 hermanos a vivir sola y tan lejos de casa?

Cuando éramos pequeños a veces la comida no alcanzaba y mi madre se quedaba sin comer. Yo lo veía y pensaba: “Cuando sea grande, voy a ayudar a mi madre”. A los 21 años me saqué el pasaporte sin decírselo y vine a trabajar, primero a Valencia y después a Barcelona. Fue muy duro, pero ahora estoy feliz porque puedo ayudarla.

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¿Qué le gusta hacer?

Correr, nadar y jugar a fútbol son mis pasiones. Todas mis hermanas juegan al fútbol y tienen un equipo; en cambio mis dos hermanos no saben jugar. Ahora no me siento tan cansada como antes, me veo más fuerte y sueño con poder hacer deporte con mi hijo cuando sea mayor.