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Claudio Lavanchy: "Europa recibe ahora lo que no sembró"

Cambió la obligación de prosperar con su negocio por el compromiso de mejorar la infancia en Latinoamérica

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Carme Escales
Carme Escales

Periodista

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Un padre electricista que podía conectar la energía en cualquier parte del mundo, y aventurero, hizo, con su esposa y sus dos hijos, una familia itinerante. Cuando emigraron de Chile a Bilbao, Claudio Lavanchy (Concepción, Chile, 1968), tenía cuatro años. Apenas tiene recuerdos en aquel país de Allende, la Cuba del Sur que Estados Unidos intentaba evitar. La economía chilena se agravaba y cerraban fábricas. El futuro miraba fuera, y las oportunidades laborales en el norte español para su padre enlazaron con otras, como el mantenimiento en hoteles de Canarias y otros países de Europa y África.

-¿Qué cambia en el interior de uno al migrar?

-Te das cuenta de que tus raíces familiares más directas y aquellos en quien te puedes apoyar y con quien tienes lazos que no se romperán, los pierdes de un plumazo. Ya no eres de donde estás, y de dónde eres, tampoco te sientes. Después de tantos años en Catalunya, y aunque hablo catalán, la sociedad sigue percibiendo que no soy de aquí.

-¿La pregunta '¿de dónde es?', duele?

-Depende del tono con el que se haga, puede denotar una actitud u otra. En nuestra sociedad demasiadas veces lo que nos llega de esa pregunta es que separa, nos distancia.

-Imagine qué siente alguien de piel diferente del resto de gente con la que convive.

-Exacto, yo aún me sorprendo cayendo en el error de dar gracias porque mis hijos, que ya nacieron aquí, llegaron con la piel blanquita, alegrándome de que no tengan que escuchar esa pregunta.

-Increíble. También su humildad por contarlo, y el detalle de considerar un error pensarlo. Los ‘blancos’ deberíamos ir a hacer una inmersión en el África negra.

-Cuando yo tenía 10 años, a mi padre le salió trabajo en Gambia, y vivimos allí dos años. Éramos blancos entre negros. Así es como aprendes que diferente no quiere decir peor. Y desmontas tópicos como el que señala al que llega de fuera en busca de una vida mejor como vago o ladrón. Las razas son culpadas por los tópicos de Occidente. Y el viaje te cambia la percepción de la vida, allí donde sea, eres tú el diferente. El viaje abre conciencias, te muestra que el mundo es mucho más de lo que ves.

-¿Cómo vio usted que la vida laboral era algo más que realizarse y ganar dinero?

-Fue al nacer mi primer hijo, tu descendencia te lleva a imaginar qué futuro tendrá, cómo habremos dejado el Planeta para los hombres y mujeres que serán algún día nuestros hijos. Sentí la necesidad de aportar algo hoy tratando de contribuir a mejorar ese mañana. Aproveché mi tiempo de paro al cerrar mi etapa de empresario en artes gráficas para hacer un voluntariado. Así conocí la oenegé Comparte, que dirijo.

-¿Qué hace www.comparte.org?

-Philippe de Dinechin la fundó hace 40 años para asegurar la educación desde el jardín de infancia hasta el último curso de secundaria, como palanca de futuro. Tenemos programas de salud y alimentación y desarrollo comunitario. Todo lo hacemos con equipos de gente local, para fortalecer raíces, liderazgo y autonomía. Lo hacemos en Chile, Nicaragua, Argentina, Honduras y Ecuador, ayudados por apadrinamientos y otras fórmulas de colaboración.

-Apadrinar suena arcaico.

-No está de moda porque nada de lo que exige compromiso lo está. Por eso tampoco los gobiernos hacen nada en los países de origen de la inmigración. Europa recibe ahora lo que no sembró.

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-¿Juntan sinergias con otras oenegés?

-Es la recriminación que nos hacemos. Cómo fusionar entidades es una asignatura pendiente, es una contradicción trabajar por lo común y global pero tener muchas dificultades en hacerlo juntos. ¿Por qué no centrarnos en los puntos en común?