Gente corriente

Mario Lucero: "Las 'bitlles' son como una forma de vida para mí"

La historia de un argentino que se enganchó a la versión catalana de los bolos.

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Gemma Tramullas
Gemma Tramullas

Periodista

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Adelanta el pie izquierdo, flexiona las rodillas, inclina el cuerpo hacia adelante, inspira de forma consciente, mantiene la respiración mientras lleva el brazo derecho hacia atrás y entonces… ¡zas! acompaña el lanzamiento del ‘bitllot’ (una especie de bolo pequeño), que aterriza en el punto justo. El tiro perfecto. Mario Lucero (Buenos Aires, 1964) se enganchó al juego de las ‘bitlles catalanes’ poco después de llegar a Catalunya huyendo del ‘corralito’ argentino.  

Parece que se lo toma muy en serio.

Para mí las ‘bitlles’ son como una forma de vida, como quien hace meditación o yoga. Cada tarde, después del trabajo, entreno en las pistas del Club de Bitlles Poblenou, en el Parc Central, y los sábados entreno con mi club, el Siuranenc d’Horta, en la plaza Botticelli.

Su objetivo no es competir.

Yo lo que busco es encontrar mi estado de equilibrio. Cuando entreno somos solo yo y las ‘bitlles’. Cierro los ojos y es como si me pasara un escáner, se me vacía el cerebro y tiro sin pensar. Cualquier dolor o preocupación desaparecen. 

Es un juego curioso. No se trata de tirar todas las ‘bitlles’, sino de tirar cinco y dejar una en pie.

Tirarlas todas me parece fácil, en cambio así es más difícil. Hay muchas variedades de juego. El documento más antiguo sobre las ‘bitlles catalanes’ es del año 1300. Alguien me dijo que jugar a esto era como estudiar una lengua muerta, pero para mí es genial. Me pareció pintoresco cuando lo descubrí.

¿Cómo lo descubrió?

En 2002 estaba recién llegado de Argentina y paseaba con mi familia por el paseo de Mar de Calella, donde acabábamos de instalarnos. Me llamó la atención un hombre que llevaba un cartel de promoción de las ‘bitlles’, probamos a tirar y le pegué a todas. Los equipos son de cinco y con mis cuatro hijos acabamos formando un equipo.

¿Había jugado a algo parecido antes?

No. En Argentina se juega a las bochas, que es como la petanca pero más grande, pero yo nunca jugué.

Desde que lo descubrió no ha dejado de practicar.

A la semana de empezar a jugar fui a un torneo y el equipo con el que iba ganó. Se quedaron sorprendidos porque logré 86 puntos sobre 90.

¡Buena puntería!

¡Me premiaron con una gallina viva y una botella de vino! En 2009 vinimos a vivir a Barcelona y entré en el primer equipo del Siuranenc d’Horta. El primer día que jugué hicimos el récord del equipo.

Gracias a las ‘bitlles’ conocerá a gente en todo el país.

Gracias a esto y a los ‘bolets’, sí. Una de las cosas que más me gusta de aquí es la forma que tienen de celebrar las cosas. La primera vez que vi cómo cortaban la calle para hacer una comida de ‘germanor’ flipé.

¿Por qué?

Viví gran parte de mi vida en Argentina bajo la dictadura y allí las celebraciones consistían en desfiles y actos marciales. Por ejemplo, cuando los niños entraban cada día al cole cantaban ‘La Aurora’ e izaban la bandera, pero solo los que tenían mejor nota.

Vaya, que poco pedagógico.

Es horroroso. Cuando había una fiesta primero hablaba el alcalde, luego la directora del colegio y finalmente el cura. En cambio aquí cada familia trae comida y se pone música. Cuando terminamos un torneo y hacemos una ‘arrossada’ popular y un ‘cremat’, soy feliz.

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¿Por qué se marchó de Argentina?

No fue por cuestiones económicas, porque yo siempre me he apañado, sino porque no había ni educación ni justicia ni futuro para mis hijos. Me sentía muy de allá, pero nunca lo extrañé ni quise volver. Quemé los barcos. Sentí que la Argentina era una madre que no cuidaba a sus hijos y para mí la patria es donde mis hijos estén bien.