Gente corriente

Fran Ortega: "Antes de empezar sientes un pajarito en el estómago"

Es uno de esos hombres y mujeres de negro que controlan luz y sonido en los espectáculos

Fran Ortega, técnico de luz y sonido.

Fran Ortega, técnico de luz y sonido. / DANNY CAMINAL

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Óscar Hernández
Óscar Hernández

Periodista

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Fran Ortega García (Sevilla, 1983) iba para informático, pero el suspenso de una asignatura de Administración de Sistemas lo abocó casi de casualidad a otra formación más entretenida y creativa, la de técnico de iluminación. Le salió trabajo enseguida. Lleva 13 años poniendo luz y sonido a todo tipo de espectáculos. Los espectadores no lo ven porque siempre va de negro. Por lo visto, ese es uno de los objetivos de su trabajo: que solo la obra o la actuación se vean, se oigan y, sobre todo, se entiendan y disfruten.

¿Cuándo cambió la informática por la luz?

Mientras estudiaba informática vi que lo de estar toda la vida detrás de un ordenador no iba conmigo. Tenía varios amigos músicos y artistas y eso me llamaba la atención. Unos amigos que estudiaban iluminación me animaron a ir a las clases. Estudiaba todo el día. Informática  de día e iluminación por la tarde. Y enseguida empecé a trabajar.

¿Su primer espectáculo?

Mi primer bolo duró 30 horas seguidas, sin parar. Había un festival de música en un pueblo de Granada con Molotov, Chambao y Los Delincuentes. Salimos de Sevilla a las seis de la mañana con el material y 24 horas después desmontábamos todo. Si después de trabajar un día entero, sin dormir, no renuncié a este trabajo es que algo bueno le vi.

Todavía no tocaba botones.

¡Qué va! Al principio solo cargas y descargas el material y montas todos los equipos. Cobraba con retraso, pero aprendí mucho. Luego nos fichó la Junta de Andalucía  y recorríamos varios teatros. Entonces tenía buen sueldo y hasta vacaciones.

Pero eso no es lo normal.

Es que los empresarios intentan evitar los costes de las altas y sortean las garantías laborales. Aumentan sus beneficios recortando gastos. Además, nosotros no tenemos ni sindicato ni convenio colectivo. Somos falsos autónomos y muchas veces no te sale a cuenta darte de alta para un proyecto muy corto.

Aun así, le gusta su trabajo.

Me gusta el teatro y sobre todo el diseño de la iluminación. Es lo que hago con la compañía de danza de Aina Lanas, con la que ahora hago el espectáculo Mawu.

¿Y si algo falla en plena función?

Esa es la magia. Cinco minutos antes de empezar sientes un pajarito en el estómago. Pero aprendes a adelantarte a los problemas. Y todos somos un equipo. Si un foco no se enciende, el buen actor se mueve en el escenario y busca una luz. Igual que si un teléfono que debe sonar en escena no se oye. El buen actor lo coge y descuelga. El mal actor se queda parado.

A veces suena el móvil, pero en la platea.

Pasa muchas veces. Es algo que me pone muy nervioso porque estropea la experiencia. Es una falta de respeto hacia el actor y hacia todos los demás. 

Hábleme del papel de la luz en escena.

Siempre tiene un porqué. Lo primero que percibe el espectador es la luz, el color. Marca el principio y el final. Aunque en el espectáculo intentamos que la gente no esté pendiente de la luz. Pero es esta la que aporta la noción del tiempo, la que marca los momentos más delicados. Los colores tienen carga emocional, dan el tono justo a una escena.

Ustedes siempre van de negro.

Ya en las clases nuestra ropa de trabajo era negra. Los técnicos no podemos llamar la atención. Debemos pasar desapercibidos. 

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Tanto que cuando acaba la función no suelen felicitarles.

Si el público no nos dice nada, es buena señal. A veces te vienen las bailarinas y te dicen que las luces eran guais. O se acerca un coreógrafo a felicitarte. Pero cuando yo voy a ver un espectáculo, no lo disfruto porque estoy demasiado pendiente de las luces.