Familia Fernández Tarancón: "Sé que algún día devolveremos tanta ayuda"

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zentauroepp45511625 barcelona 18 de octubre 2018 retrato a familia beneficiari181018161638 / Juan Camilo Moreno

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Núria Navarro
Núria Navarro

Periodista

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La Fundació Hospital de Nens de Barcelona celebra el miércoles un concierto solidario en el Liceu. Uno más, dirán. Pero si leen esta historia, la de la familia Fernández Tarancón, entenderán lo importantísimo que es pasar por taquilla. Vanessa, su hijo Izan (8) –ambos en la imagen–, su marido, Yago, y el primogénito, Iván (16), podrían ser ustedes.

Vanessa T.: Estábamos muy bien situados. Mi marido, soldador mecánico industrial, tenía taller propio en Montcada y una buena cartera de clientes. Llegaba a ganar 10.000 euros al mes. Podíamos invitar a amigos a una mariscada, viajar, conducir buenos coches, gastar 300 euros en un regalo. Hasta que en el 2008 los clientes dejaron de pagar. Teníamos hipotecas sobre el piso y el taller. El 25 de marzo del 2009 el banco se quedó con el piso, y tres meses después, con el taller. A medida que caíamos, muchos amigos y algunos familiares nos dieron la espalda.

–Doloroso.

–También lo fue que los servicios sociales nos dijeran que no podían ayudarnos, que nos fuéramos con algún familiar. Rogué al banco que nos dejaran quedar en el piso hasta que Iván acabara el curso. El director de la sucursal hizo la vista gorda y no cambiaron el cerrojo hasta el 21 de junio. No solo no teníamos nada. Debíamos 25.000 euros.

–¿Adónde fueron?

–A casa de mis padres, en Nou Barris, donde ya se habían instalado mi hermano, su mujer y sus dos hijos, y vivía otro hermano soltero. Éramos demasiados en un piso de 85 metros cuadrados y viviendo de la pensión de mi padre y el sueldo de funcionaria de Llars Mundet de mi madre. Y yo empecé a encontrarme mal. No me bajaba la regla y vomitaba todo lo que comía. Pensé que eran los nervios, pero en Vall d'Hebrón confirmaron que estaba embarazada de tres meses y medio.

–No era un buen momento.

–Se me cayó el mundo. Acudí a los servicios sociales de la zona y me dijeron que mientras viviéramos en casa de mis padres no nos ayudaban, y cuando expliqué que estaba embarazada, respondieron: "Haberlo pensado antes".

–Inadmisible.

–Y en Nochebuena hubo una discusión fuerte. Mi hermano le dijo a mi marido que allí no podíamos estar. Nos bajamos a dormir al coche, pero, pensando en los niños, volví a subir con ellos, y Yago empezó a dar vueltas buscando una casa. Un amigo que vivía en Palau-solità i Plegamans le contó que allí había una abandonada. Le pegó una patada en la puerta, 'enganchó' la luz y el agua y la ocupamos durante dos años y medio. Mi marido se iba en bicicleta a buscar trabajo a Sabadell, a Mollet, a todos lados. Y en Càritas me abrieron una puerta. Sin estar empadronados, a mis hijos no les ha faltado comida ni Reyes (aún nos prestan ayuda).

–¿La situación mejoró?

–Mi marido encontró empleo pintando naves industriales de noche y yo volví a una carnicería en la que había trabajado. Entre los dos juntábamos unos 1.200 euros. Era algo dentro de nada. La técnica de servicios sociales me aconsejó buscar una vivienda, y encontré una casita en mal estado. El dueño pedía 500 euros al mes de alquiler y le propuse reformarla –teníamos los materiales– a cambio de pagar 300 euros.

–¿Aceptó?

–¡Le pareció genial! La pintamos, hicimos el cuarto de baño y la cocina, arreglamos el parqué. En el 2015 teníamos una cierta estabilidad. Mi marido era jefe de taller y a mí, tras unos exámenes de la Diputació, me llamaron para trabajar geriatría. Así fue como conocí a sor María, un ser maravilloso. Un día me vio mal, le expliqué que Iván tenía la mandíbula inferior inmadura y los dentistas pedían un dineral. Con las cuentas embargadas, era inasumible. Me puso en contacto con sor María Luisa, de la Fundació Hospital de Nens de Barcelona, y financiaron el tratamiento (ahora también el de Izan). ¡Lo más grande!

–Uno de los milagros de la fundación.

–Nos trataron tan bien...

–Sin embargo, la vida volvió a darles un revés.

–Uno muy grande. Había cobrado un dinero por trabajar los fines de semana y quisimos que los niños vieran la nieve. Iván prefirió quedarse con la abuela. Camino de Andorra –yo iba al volante–, en una curva, en el kilómetro 29 de Ponts a Oliana, había hielo en la calzada y el coche empezó a deslizarse. Chocamos contra la montaña, volamos, salí disparada y el vehículo me cayó encima. Me arrancó el cuero cabelludo –tengo 82 puntos–, me rompí el cuello y una vértebra lesionada estuvo a punto de segarme la médula. Estuve cuatro días en coma.

–¿Y su hijo y su marido...?

–Izan no se hizo nada. Y mi marido se rompió una costilla, el esternón y la clavícula. Hay un antes y un después del accidente. Todavía tomo Tramadol para soportar los dolores y no puedo trabajar en geriatría. Pero, aun así, me saqué la ESO y ahora estudio para técnico en farmacia.

–Sus hijos tienen una buena maestra.

–Tienen valores. Hace poco la yaya, que tiene alzhéimer, le dio a Izan cinco euros "para chuches", y él me los dio a mí. "Toma, mama, para comprar el pan de toda la semana".

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–Eso redime de verdad.

–Lo realmente importante es vivir. Hay cosas maravillosas que nos esperan y no sabemos verlas. Da igual las puertas que se cierran, alguna se abre. Como la de la Fundación Hospital de Nens. Sé que algún día me irán bien las cosas y podré devolver tanta ayuda. Lo sé.