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Crisal Rodríguez: "Salía emocionada de clase de biología molecular"

Bióloga, poeta y 'perfomer', para ella no existen fronteras entre la ciencia y el arte.

Crisal Rodríguez.

Crisal Rodríguez. / RICARD CUGAT

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Gemma Tramullas
Gemma Tramullas

Periodista

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A esta bióloga es más fácil verla en una competición poética y bailando sobre un escenario que en un laboratorio. Hace diez años Crisal Rodríguez (Mollet del Vallès, 1986) abandonó la rigidez de la academia, cambió el nombre de Cristina de su DNI por el de Crisal y se echó a la calle para crear experiencias que aúnan neurociencia y arte.

¿Por qué hemos venido al Mercat de les Flors [foto]?

Porque esta es la casa del movimiento y es a través de nuestro cuerpo que podemos acceder a entender cómo somos y cómo funciona la vida.

Bióloga, poeta, 'performer'… En usted convergen ciencia, arte y humanidades.

Tener que elegir entre los bachilleratos de ciencias, artes y humanidades me mató. Escribía poemas desde niña y siempre he necesitado moverme mucho, pero en casa había varios problemas de salud que me motivaron a querer entender cómo se genera la enfermedad y por qué unos cuerpos y unas mentes enferman y otros no.

Por eso eligió estudiar Biología.

A través de la genética y la neurociencia quería descubrir qué nos hace ser como somos. Hacer ciencia me cambió la vida, me hizo más humilde, porque al entender cómo funcionamos por dentro te das cuenta de lo frágiles que somos y de lo mucho que estamos relacionados con todo lo que nos rodea. Recuerdo salir emocionada de clase de biología molecular.

Vaya, nunca hubiera dicho que eso fuera posible.

Cuando aprendes que el citoesqueleto interno de la célula está conectado a la membrana y que esta a su vez está conectada con el exterior y que lo que pasa dentro se transmite afuera y y viceversa... O que una sola neurona recibe entre 10 y 1.000 conexiones, ¡y tenemos billones! Aún no hemos procesado todas las consecuencias de esta interconectividad. ¡Somos un misterio, un milagro!

Pese a toda esa emoción, la academia se le quedó pequeña.

La ciencia bordea los grandes misterios pero es muy difícil que llegue al origen. La vida es un sistema muy complejo y el abordaje científico no permite ir más allá de cierto punto; a partir de ahí tienes que explorar otras maneras de acceder al conocimiento.

Dejó las aulas para salir a la calle.

No podía estar 40 horas encerrada en un laboratorio y no quería escribir artículos académicos que criaran polvo. Necesitaba experimentar de tú a tú con las personas y crear experiencias.

¿Para transmitir qué exactamente?

Que formamos parte de algo más grande que nosotros y que nuestras acciones individuales, fundamentadas en las percepciones y en las decisiones que tomamos, afectan a los demás. Ser conscientes de esto evitaría mucho dolor y haría inviable un capitalismo tan agresivo como el que vivimos. Somos seres libres y es importante encontrar sentido a la propia vida y vivir esta libertad de forma responsable.

¿Y es posible transmitir todo eso a través del movimiento?

Yo no hago divulgación científica a través del arte, sino que hago de vínculo entre dos mundos que parecen estar separados pero que, si miras atentamente, no lo están tanto. Las vivencias van moldeando nuestro cerebro y a través de movimientos simples creo la experiencia de cómo podemos llegar a coger ciertas inercias que nos hacen daño.

En otros países la colaboración entre artistas y científicos es habitual.

Ciencia y arte son dos maneras de abordar el misterio que es la vida y las necesitamos a las dos. La ciencia aporta una estructura fundamental para dar claridad y no dejarnos engañar por nuestra subjetividad y el arte pone la primera persona y la percepción más intuitiva en el centro y eso permite entrar en contacto con realidades sutiles.

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El mundo sería mejor si hubiera más gente que respirase. Da igual lo que seas si no tienes conocimiento de algo tan esencial como respirar.