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"La bota de vino es totalmente ecológica"

'Mestre boter-cuirater', Joan Campà Carbonell es de los últimos fabricantes a mano de botas de vino en Europa que, además, enseña el oficio a otros

Joan Campà, último fabricante de botas. 

Joan Campà, último fabricante de botas.  / ICONNA / JOAN CASTRO

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Carme Escales
Carme Escales

Periodista

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Durante 20 años, la Boteria Campà, en el número 1 de la calle de la Trinitat de Ripoll, produjo al día unas 25 botas para cargar y beber de ella el vino. No había casa de payés donde no hubiera una. Los pastores se las llevaban a la montaña. El trago de la bota les acompañaba en el camino y en sus comidas. La rígida piel de la bota conservaba la temperatura del contenido. La bota podía caerse o chafarse, no se rompía, y era botella y vaso a la vez. Su gran utilidad hizo que el oficio de botero de Eudald Campà fuera, como tantos otros de la época, una dedicación con mucha vida y sentido. Hoy solo algunos nostálgicos siguen apreciando beber de la bota. En las manos del hijo de Eudald, Joan Campà Carbonell (Ripoll, 1951), el oficio sigue latiendo y él es, además, maestro en ello.

'Mestre boter-cuirater' es el título que le ha otorgado la Generalitat de Catalunya. Repasemos su trayectoria con las botas de vino.

Debía tener 13 o 14 años cuando empecé a ayudar a mi padre. Al salir del colegio, me iba al taller con él y embastaba, cortaba, lo aprendía todo. El día 26 de junio de 1968 cosí formalmente mi primera bota.

Que recuerde la fecha exacta dice mucho de lo importante que debió de ser para usted.

Es que te satisface mucho cuando acabas una bota. Cuando juegas a fútbol y metes un gol, te alegra, pero al día siguiente ya no te acuerdas. Pero cuando haces algo con tus manos, de manera totalmente artesanal, como hacemos nosotros las botas, y luego miras el trabajo finalizado que además sabes que servirá, tendrá su uso para alguien, eso es mucho mayor que cualquier gol. Es algo que queda y se utiliza. Y no hay ninguna que sea igual que otra, a cada una que terminamos le ponemos nombre: la 'bruta', la 'punxeguda', la 'torta', la guapa...

¿Quién las compra actualmente?

Algunos curiosos, fanáticos como los que beben con porrón, coleccionistas o gente que las quiere para decorar. Nosotros instalamos una parada en las ferias medievales, que hay bastantes durante todo el año, y también hacemos demostraciones locales para que la gente vea cómo se hacen. Y allí se pueden comprar.

Cuando dice 'nosotros', ¿de quién habla?

Mis alumnos y yo. Gracias a un programa del Ayuntamiento de Ripoll, iniciamos la Escola de boters, a la que asisten, desde el 2011, 11 aprendices. Se vuelven a apuntar cada año, es que esto engancha, dicen. Y yo los entiendo, claro. Con ellos preparamos la producción de botas para llevar a las ferias. Vienen dos horas por la tarde dos veces a la semana. Todos tienen buenos empleos, por lo que no he podido conquistar aún a ninguno para que se dedique a este oficio totalmente. Lo hacen como afición. Hay solo una mujer entre ellos. Tienen entre 16 y 70 años. No hace mucho entró un chino y lo eché.

¿Por qué?

Me dijo que venía para ver cómo hacía las botas. Y le dije: no, yo a ti no te explico nada, que vosotros lo hacéis todo muy rápido, coséis muy deprisa, y esto es una artesanía, yo lo hago muy despacio. Tú eres chino, y yo soy 'chino chano', a ti no te enseño.

¿Siempre ha vivido de esta artesanía?

De manera plena, lo hice unos 20 años, pero toda mi vida he fabricado botas. Este año puedo decir que llevo 50 años enfilando la aguja. Hice 15 meses de mili en Jaca y al acabar me quedé, del 73 al 79, trabajando, primero de crupier en el casino, y luego de jefe de mesa en un bingo. Cobraba un pastón, pero en mis horas libres cosía botas.

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¿Siente que está contribuyendo a salvar un oficio?

Sí, pero además fabricando algo que es totalmente sostenible medioambientalmente. Se hace con piel de cabra, cosemos con el pelo del jabalí, que nos hace de aguja. La bota es ecológica. No se rompe, cierra herméticamente y es medicinal, porque el interior lo pintamos con resina de pino rojo.