Josep García Reyes: "Di la vuelta al mundo y resultó un viaje interior"

Celebró su jubilación y su 70 cumpleaños regalándose un crucero de 100 días que se convirtió en la ruta de su vida

Josep García Reyes, en el puente Porta d’Europa del puerto de Barcelona.

Josep García Reyes, en el puente Porta d’Europa del puerto de Barcelona. / ASLI YARIMOGLU

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Patricia Castán

En un mundo ideal la Seguridad Social debería premiar al jubilado, convertir en una apoteosis el final de la hiperactividad laboral y sus servidumbres vitales. Pero a falta de ese reconocimiento, algunos afortunados pueden autohomenajearse echando mano de ahorros y sueños. Josep García Reyes esperó unos pocos años y, al cumplir él los 70 y su pareja los 60, se hizo el regalazo de su vida: una vuelta al mundo de 100 días en crucero sobre la que podría escribir varios libros.

-¿Era un cruceroadicto?

-Para nada. Trabajé durante años en el Port de Barcelona, llevaba relaciones internacionales y proyectos especiales, pero había hecho pocos cruceros. El primero, en Estados Unidos, donde viví, en los años 70.

-0 sea, que respiró las auténticas ‘Vacaciones en el mar’

 -Entonces eran muy diferentes, pero en Barcelona se popularizaron en los 90, después de que varios barcos se utilizaran como hotel durante los Juegos. Luego hice alguno más, pero nunca más de una semana.

-¿Cómo germina la idea de recorrer el mundo por mar?

-Lo pensé sosegadamente, lo investigué por internet, estudié las opciones de compañías e itinerarios, porque obviamente no se puede visitar todo y hay que elegir una ruta de circunvalación. Yo escogí una de Costa Cruceros porque en cien días tocaba muchos destinos que nos interesaban, pero hay opciones para distintos bolsillos e intereses.

-Mucho por ver y poco tiempo para profundizar…

- El crucero es una forma muy interesante de viajar para tener una panorámica general y, si algo te interesa mucho, volver. Y cuando es tan largo, da para mucho más a nivel personal.

-¿Como aparcar la propia vida?

-Por encima de los miles de kilómetros que hicimos, para mí fue un viaje interior. Todo fue como un símil de la vida: el mar como origen de todo, el tiempo para ti, para desconectar de la rutina, para la introspección. La exploración es hacia uno mismo y nunca la harías en tu casa ni en viajes con prisas y premuras.

-¿Nunca se agobió o pensó en saltar por la borda?

-Al margen de las ganas de navegar, tenía algunas reticencias sobre si podría llegar a ser aburrido. Pero jamás lo fue. El barco iba con la mitad de pasaje, era cómodo moverse y los pasajeros éramos como un pequeño pueblo, aunque con muy pocos españoles 

-Geográficamente, ¿qué le marcó más?

-En cuanto a naturaleza, recorrer en una excursión el Gran Cañón del Colorado, en EEUU; de las maravillas hechas por el hombre, el Taj Mahal, en la India, fue como una aparición entre el cielo azul y la hierba; como ciudad, en Sidney (Australia) estuvimos tres días atracados a unos metros de la ópera y la calidad de la ciudad y la buena actitud de sus gentes me fascinaron.

-Es difícil imaginar una maleta para tantas latitudes y momentos.

-Llevábamos bastante equipaje al zarpar de Barcelona. Pero has de ser selectivo, solo cogí un traje para alguna cena. Llevaba muchos libros y quería estar horas contemplando el cielo y el mar. A bordo hay espacio y oportunidad para la diversión, para quien la busque, o para la tranquilidad y la lectura, en mi caso.

-Un crucero siempre deja también un recuerdo en forma de kilos…

-¡No engordé nada! Tenía la disciplina de ir al gimnasio a diario y ser activo.

-¿Cómo se vive ajeno a lo que pasa en su ciudad?

-Me conectaba poco por wifi, aunque los domingos en el barco te imprimían la prensa que querías por poco dinero. Con eso bastaba. Hicimos algunas amistades, pero sobre todo disfruté de una gran convivencia con mi pareja, de la distancia.

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-¿Lo más sorprendente de la experiencia?

-Constatar la idea de ‘aldea global’ de McLuhan. Por primitivos que fueran los sitios a los que llegamos, como en Tonga (Polinesia), tenía la sensación de estar conectados con la civilización. Casi nada es virgen, todo está globalizado.