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Pere Olivé: «Uno siempre se pregunta: '¿Por qué le tocó a nuestro hijo?'»

El rescate de Tailandia hizo que él y su mujer revivieran la muerte de su hijo en una cueva de Cantabria el año 1990

Pere Olivé perdió a su hijo en un curso de espeleología.

Pere Olivé perdió a su hijo en un curso de espeleología.

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Manuel Arenas
Manuel Arenas

Redactor y coordinador del equipo de información del área metropolitana de Barcelona

Especialista en historias locales, audiencias e información del área metropolitana de Barcelona y reporterismo social

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"Si algún día no estuvieras del todo, niño, cómo sería eso, cómo sería el mundo, [...] el universo reducido a la ausencia de un niño". Lo escribió Francisco Umbral en 'Mortal y rosa' sobre su hijo fallecido años antes de que Pere Olivé (Barcelona, 1941) perdiera al suyo. Esto ocurrió en una sima de Cantabria, Garmaciega-Cellagua, el año 1990 mientras el chico de 19 años, Joaquim Olivé Cavero, hacía espeleología. Tanto Pere como su mujer, Carme Cavero, enviaron a la sección 'Entre todos' de EL PERIÓDICO una carta titulada 'El peso del olvido', en la que explicaban hacerse a diario la misma pregunta que copaba estas semanas la actualidad del rescate de Tailanda: "¿Fue atrevimiento o imprudencia explorar una cueva desconocida?".

-¿Por qué decidieron enviar la carta?

-Porque nos conmovió el rescate de los críos de Tailandia. Nos vimos totalmente identificados y que los niños le rindieran homenaje al buzo que murió intentándoles salvar, nos llegó al corazón.

-'El peso del olvido'. ¿Por qué ese título?

-Porque ese homenaje que comentaba lo hemos echado de menos. Es cierto que en aquel momento vino muchísima gente de todas las entidades a mostrarnos sus condolencias, pero pasados los años tenemos la sensación de que la muerte de nuestro hijo ha caído en el olvido. Hace tres años se cumplieron 25 años y nos hubiera gustado algún acto de recuerdo que no existió.

-En la carta citan a algunas entidades, pero ¿cuál de ellas les ha fallado?

-Estamos especialmente dolidos con L'Avenç d'Esplugues, el centro cultural que formó a nuestro hijo en un curso de espeleología. Sobre todo con quienes están en la dirección.

-"La peor de las cruces es la indiferencia"

-Lo cierto es que sí, toda la indiferencia por parte de quienes le animaron a hacerlo y de los tres compañeros de L'Avenç que hicieron la exploración de la cueva con él. 

-¿A qué cree que se debe esa desmemoria?

-Por una parte, al manto del olvido; por otra, a no crearle mala fama a la espeleología, a no generarle miedo a la gente. En aquellos años, había en Catalunya una campaña muy bestia, en plan: "Vive la aventura, hazte espeleólogo". A raíz de la muerte de Joaquim, esa promoción se paró en seco.

-¿Qué saben de los hechos concretos?

-Todo lo que sabemos es por los informes de la Guardia Civil. A mi mujer y a mí nos parece que era precipitado enviarlo a una expedición de esas características: una cueva compleja, inexplorada, a 500 metros de profundidad...no creemos que estuviera preparado para eso.

-Hacía muy poco tiempo que había aprobado el curso.

-Sí: en junio del 90 le dieron el "apto" y dos meses más tarde, en agosto, ya lo enviaban a esa expedición temible. Además, él era el único novato de los 4 que iban y le tocó ir el primero, al parecer porque era el más delgadito.

-¿Han investigado algo más sobre el caso?

-No, simplemente los geólogos que conocimos cuando fuimos a Cantabria nos dijeron que las cuevas están en constante movimiento, y que había tenido la mala suerte de que el azar hubiera producido el desprendimiento en aquel preciso instante de una piedra que llevaba allí miles de años y que le cayó encima. Uno siempre se pregunta: "¿Por qué le tocó a nuestro hijo?". Fue una casualidad que no pudimos evitar, y nos alegramos mucho de que sus compañeros salieran sanos y salvos.

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-¿Qué les diría a unos padres que estén en su misma situación?

-Es muy difícil dar consejos. Es algo que nunca se acaba de asumir, menos para una madre. El amor de madre es una cosa única en el mundo. Como mucho, simplemente diría que, si alguien quiere lanzarse a una aventura compleja, primero consiga cuatro, cinco o seis años de experiencia previa, cosa que nuestro hijo no tenía.