Gente corriente

Jesús A. Gómez: «¿Por qué no divulgamos la ciencia en los hospitales?»

Capitanea un grupo de científicos que hace experimentos en centros médicos infantiles con fines terapéuticos

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zentauroepp40851334 jesus gomez171113165610 / DAVID CASTRO

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Juan Fernández
Juan Fernández

Periodista

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Iba para químico de probeta y pizarra, y de hecho hoy podría ser investigador o profesor, pero el azar y su vocación social le llevaron a crear Cienciaterapia, una oenegé de científicos cuya locura consiste en realizar experimentos en hospitales infantiles para que los críos se olviden por un rato de su enfermedad. Finalista del premio de la fundación Máshumano al mejor proyecto de innovación social, busca apoyos para seguir despertando vocaciones científicas allí donde la ciencia es sinónimo de supervivencia.

–¿Qué hace un licenciado en Químicas convertido en un emprendedor social? Voy a necesitar resumirle mi vida para explicárselo. Nací hace 27 años en San Bartolomé de la Torre, un pueblo de Huelva, y tengo un montón de tíos, primos y sobrinos. Un día, estudiando el último examen de la carrera, mi sobrina Andrea, de 8 años, me vio y me dijo: «Tito, tú muchos apuntes y mucha fórmula, pero ¿serías capaz de explicarme la ciencia para que yo la entienda?

–¿Aceptó el reto? Ya lo creo. Rebusqué en casa, encontré bicarbonato, vinagre, acetona, alcohol, un corcho, un globo y una patata, y me puse a hacerle experimentos.

–¿Y qué pasó? Que Andrea no parpadeó en toda la tarde. Usted no conoce a mi sobrina. Es un rabo de lagartija, no hay manera de fijar su atención dos minutos seguidos, pero los experimentos la atraparon. Aquello me hizo pensar: si la divulgación científica había tenido ese efecto, ¿qué podría conseguir en niños que están sufriendo y necesitan distraerse?

–Y se plantó en un hospital. Embarqué a varios compañeros de la facultad, pedí permiso en el hospital Juan Ramón Jiménez de Huelva y empezamos a experimentar con los críos. El resultado fue brutal: se quedaban boquiabiertos. Recuerdo a uno de 5 años que llevaba una semana sin comer ni hablar. Flipó tanto con nosotros que le dijimos: si quieres que sigamos te tienes que tomar el colacao. Agarró el vaso, se lo bebió de un trago y nos pidió más experimentos.

–Así, el nombre del invento no es casual. En absoluto. He comprobado que divulgar la ciencia entre menores hospitalizados tiene efectos terapéuticos, y además sirve para promover vocaciones científicas. Empezamos tímidamente en Huelva y ya contamos con una red de 45 científicos dedicados a hacer experimentos en nueve hospitales de toda España. 

–¿Cómo encuentra a los voluntarios? –Al principio tenía que buscarlos, pero se corrió la voz y ahora son ellos los que llaman. El otro día, un científico del CSIC que trabaja en la vanguardia mundial de la oncología y hace experimentos en un hospital infantil de Madrid, me decía: «Gracias por permitirme explicar la ciencia a niños que se curarán con los hallazgos de mi investigación». Es como cerrar el círculo.

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–¿Cuál es su plan ahora mismo? Consolidar el proyecto. Nosotros no cobramos al hospital, pero los experimentos tienen costes. Los cubrimos con donaciones y con lo que sacamos de eventos sociales, como bodas y comuniones donde el regalo a los invitados consiste en aportaciones a nuestra asociación. La gente se anima cuando ve la utilidad de lo que hacemos.

–¿Y qué fue del químico? Esto me hace más feliz que dar clase en un instituto o investigar en un laboratorio. Ver la cara de los niños ante los experimentos no tiene precio. También me alegra mucho ver cómo crece una idea que se me ocurrió de la nada. Mi sueño es normalizarla. ¿Por qué no se divulga la ciencia en los hospitales? ¿Imaginas que uno de esos niños es mañana el científico que acaba con una enfermedad incurable?