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Daniel Constantino Casado: "Es duro que te aplaudan cuando entregas un cadáver"

Este comandante se ha traído de México el abrazo de los familiares de las víctimas del terremoto

Daniel Constantino Casado, comandante de la UME.

Daniel Constantino Casado, comandante de la UME. / JOSE LUIS ROCA

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Juan Fernández
Juan Fernández

Periodista

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Daniel Constantino Casado (Don Benito, Badajoz, 1977) no ha recuperado aún los cinco kilos de menos con los que volvió a casa la semana pasada tras estar 15 días junto a otros 53 compañeros de la UME echando una mano en el terremoto de México. «No era por la dureza de lo que veías, sino porque después de pasar 40 horas seguidas removiendo escombros sin dormir te acabas olvidando hasta de comer», justifica. No hay margen para la emotividad, este es su trabajo. Hoy vuelve a andar pegado al teléfono en su unidad, en la base aérea de Torrejón (Madrid), listo para estar en una nueva zona cero en menos de cuatro horas. 

- ¿Cómo se pone en marcha un operativo como este? El éxito o el fracaso de nuestro trabajo depende de la rapidez con que actuemos. Cuando vimos las dimensiones del terremoto de México, nos preparamos para intervenir. En cuanto el Gobierno mexicano nos envió la petición de socorro, salimos para allá. A las 24 horas del seísmo estábamos buscando víctimas.

- ¿Qué encontraron a su llegada? El terremoto había dejado un reguero de edificios derruidos por toda la ciudad, la mayoría alejados entre sí. Los primeros tres días estuvimos ayudando en distintos lugares, hasta que nos asignaron el bloque de la calle Álvaro de Obregón, que era el que peor estaba. Era un edificio de seis plantas aplastado como un sandwich. Había 40 víctimas repartidas entre la primera y la sexta planta.

-¿Con posibles supervivientes? Esa esperanza nunca la pierdes, pero cuando llegamos a ese lugar habían pasado ya más de 72 horas desde el terremoto y la probabilidad de encontrar a gente con vida era casi nula. Llevábamos geófonos, cámaras, sensores y cuatro perros adiestrados, dos para localizar vivos y otros dos especializados en muertos. Son nuestra mejor herramienta para conocer lo que hay bajo los escombros, y sabíamos que ya solo íbamos a poder rescatar cadáveres.

-¿Eso desanima? No cuando nos encontrábamos con los familiares. Andaban por los alrededores y venían a vernos llorando, nos abrazaban y nos suplicaban que sacáramos lo antes posible a su hija, su mujer o su marido. Es duro que te aplaudan cuando entregas un cadáver, pero así era nuestro día a día. Nuestra satisfacción consistía en ver la paz que transmitían al poder enterrar al fin a sus seres queridos.

- ¿Uno llega a empatizar con ese dolor? Es difícil mantenerte al margen, pero estamos entrenados para actuar con la mente fría sin que las emociones nos afecten. Es la única manera de trabajar bien en medio de un desastre, y el terremoto de México ha exigido lo mejor de nosotros mismos, porque las dificultades técnicas eran muy grandes. No imagina lo que es colarte por el interior de un edificio derruido que sigue moviéndose a tu paso.

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- Entre las víctimas del bloque de Álvaro de Obregón había un español. ¿Cómo vivieron su rescate? Encontrar a Jorge fue un aliciente especial, porque era un compatriota y hablábamos a diario con sus familiares, pero en cuanto les entregamos su cuerpo seguimos buscando víctimas. No todos los servicios internacionales de rescate hicieron lo mismo, hubo quien se largó a su país cuando encontró a los suyos. Nosotros no volvimos a casa hasta sacar a los 40.

- ¿Por qué se hizo de la UME? Porque aquí ponemos los valores militares al servicio de la población. Actuamos en todo tipo de catástrofes, desde incendios forestales a inundaciones, desde terremotos a grandes nevadas, y nunca he oído a un compañero quejarse. Si no se come no se come, si no se duerme no se duerme, lo único que importa es cumplir la misión y ayudar a la gente.