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«Las mujeres hemos tirado del carro siempre solas»

Fina Flores es la pequeña de cuatro hermanas que, con su madre, regentan desde hace 61 años el bar Flores de la Colonia Santiveri.

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Gemma Tramullas
Gemma Tramullas

Periodista

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Encajado entre el cementerio de Montjuïc y la Zona Franca, el restaurante Flores de la calle de Encuny, en la Colonia Santiveri, es un universo femenino que desde hace 61 años discurre en paralelo a las transformaciones del barrio barcelonés de La Marina del Prat Vermell. Son las cinco de la tarde y las hermanas Flores están pasando la fregona. Han servido 70 menús y llevan 12 horas en pie; las mayores, Sita y Juani, en la cocina, y las pequeñas, Carmen y Fina, en la barra y sirviendo mesas. Su madre, Carmen –la Chata para los amigos–, observa el trasiego mientras descansa las piernas. Fina [la primera por la derecha en la foto], que ha participado en una marcha exploratoria de mujeres organizada por el Ayuntamiento para detectar los puntos negros del barrio, toma la palabra.

–Sus padres cogieron el local en 1956.

–Entonces la calle se llamaba Camino del Puente de las Vacas. En esa época la clientela eran payeses y pescadores, más la gente que los sábados iba a la playa y paraba a hacer el vermut. El señor Serrallonga le traía a mi madre cubos de angulas que cogía de la bocana del Llobregat. ¡Quién las pillara ahora! 

–Era un mundo aparte dentro de Barcelona.

–Yo fui superfeliz. Vivíamos encima del restaurante y me pasaba el día en la calle, jugando al escondite, al pañuelo, al pare carbasser… Casi todo eran campos y huertos y con las bicis íbamos hasta el faro de El Prat. Entonces había muchas casitas y en cada una vivían varias familias. La fiesta mayor eran tan bonita que atraía a gente de otros barrios.

–La muerte de su padre, cuando eran niñas, determinó el futuro de la familia.

–Mi madre tomó las riendas del negocio y se puso a trabajar con mis hermanas mayores, que tenían 14 y 15 años, una tía y una prima. 

–¡Todo mujeres!

–Antes teníamos un camarero y ahora nos ayuda un sobrino, pero siempre hemos tirado del carro las mujeres solas. Hicimos piña alrededor de mi madre y dejamos de hacer otras cosas que nos gustaban, pero estar juntas nos permitió organizarnos. Entre todas tenemos nueve hijos que han ido a la escuela fuera del barrio y siempre había una de nosotras que los recogía, les daba la merienda y los duchaba.

–El barrio ha sufrido muchos cambios.

–Se instalaron empresas y talleres y cuando empecé a trabajar en el bar venían muchos trabajadores y vecinos. Entonces había colmado, peluquería, bodega... Pero cuando el Llobregat se desbordaba las casas se inundaban y los vecinos se fueron marchando. Santiveri fue comprando las casas y los cuatro que quedamos ya no sacamos las sillas a la puerta para charlar. La vida de barrio ha desaparecido. 

–La droga también hizo estragos.

–Hasta finales de los años 90 esto daba miedo, sobre todo de noche. Los adictos compraban la droga en Can Tunis y muchos la consumían aquí. Estaba lleno de jeringuillas y los taxis no se atrevían a entrar. Esto desapareció, pero ahora hay una prostitución de mujeres en una situación muy vulnerable y puedes encontrarte escenas desagradables. Aunque ha mejorado, a veces sales de casa para sacar la basura y los coches frenan para ver si eres una prostituta. ¡Esos hombres me dan mucha rabia!

–Con la inclusión de la Marina en el plan de barrios y la llegada del metro, esta zona se enfrenta a su mayor transformación.

–Cuando todo esto se empiece a llenar ya nada será lo mismo, pero el cambio tiene que ser para mejor. Lo único que espero es que no nos acaben expropiando para hacer un parque. No solo se perderían los vecinos y las pocas casitas que quedan, sino que significaría el fin de una forma de vida.

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–De los niños que jugaban con usted en la calle, ¿cuántos siguen en la colonia?

–En total somos unos 50, pero de los antiguos solo quedamos mis hermanas y yo, Isabel, Mateo, Raquel, Jose y... ya está.