EL RADAR

Aylan

'Vergüenza', 'perdón', 'solidaridad' y 'ayuda' son palabras usadas en cartas sobre refugiados

Igual que hay una deriva xenófoba en Europa, mucha gente es solidaria con los asilados

Un enorme grafiti de Aylan ocupa un muro junto al río Main en Fráncfort.

Un enorme grafiti de Aylan ocupa un muro junto al río Main en Fráncfort. / AFP / DANIEL ROLAND

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Joan Cañete Bayle
Joan Cañete Bayle

Subdirector de EL PERIÓDICO.

Especialista en Internacional, Transformación Digital, Política, Sociedad, Información Local, Análisis de Audiencias

Escribe desde España, Estados Unidos, Israel, Palestina, Oriente Medio

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Ya hace un año que decidimos, en medio de una gran profusión de emojis, bajo una tormenta de hashtags, en una revolución de tuits, retuis, Me Gusta FAVS, que basta ya, que nunca más, que era intolerable, que no volvería a suceder. Se cumple un año y algunos días de la foto del cadáver del pequeño Aylan Kurdi en la orilla que dio la vuelta al mundo y sacudió conciencias, y el balance desde entonces se resume en una cifra: se ha identificado a 423 niños refugiados que han muerto desde entonces en su huída desde Siria hasta Europa, según cifras de Save the Children. Estadísticamente, más de un niño muerto al día. Menos mal que no iba a suceder nunca más.

Hemos recibido en Entre Todos muchas cartas sobre los refugiados durante este año. Vergüenza, Solidaridad, Ayuda son algunas de las palabras más usadas. Y Perdón. Muchos son los lectores que usan en sus cartas la palabra perdón. Por muchos motivos: por la guerra en Siria, ya sea por acción u omisión de Occidente; por cerrar las fronteras; por la xenofobia y el racismo; por Idomeni; por la fosa común en que se ha convertido el Mediterráneo; por olvidar a Aylan a las pocas semanas de su muerte; por ser incapaces de pasar de los sentimientos a la acción, de trasladar a hechos concretos tanta solidaridad, rabia e indignación que de vez en cuando fotos, vídeos e historias como las suyas (o, la de Omran Daqneesh recientemente) se queden en una ebullición sin consecuencias prácticas.

Este verano, hemos recibido varias cartas de voluntarios que han trabajado en campos en Grecia, "Me siento desolada. Hace unos días recibí una llamada de Haron Alsaed, un chico sirio que conocí en un campo de refugiados en Grecia. Me dijo que después de cinco meses en el campo ha perdido la esperanza. Su deseo ahora mismo es volver a Siria, donde acabaron con la vida de sus amigos y familiares, y donde probablemente acaben con la suya", escribía Beatriz Caspar, voluntaria en el campo de Ritsona.

"En el campo de Cherso viven cerca de 2.000 personas en condiciones lamentables. Desde primera hora de la mañana el calor sofocante despierta a los niños más madrugadores que piden entre lágrimas la atención de sus padres. Suena el despertador del campo y, poco a poco, la gente se pone en pie. Las 15 duchas que hay en total obligan a muchos a hacer largas colas y a otros tantos a dejar la ducha para otro momento. Los que consiguen su objetivo se quejan de que por la mañana solo corre agua ardiendo y por la noche, agua congelada, lo que frena los deseos de quienes quieren a primera hora refrescarse y a última reconfortarse. La comida es poco nutritiva y repetitiva", describía Fátima Annan, que trabajó en el campo de Cherso.

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Clara Calderó escribía esto en su testimonio también desde el campo de Ritsona: "Acuérdate de ellos. Convéncete de que esta gente tiene derecho a vivir, a reconstruir su hogar, sus vidas, a sanar las heridas profundas que deja la guerra. Sé que si cada uno de los ciudadanos europeos estuviera en mi lugar, y recibiera lo que yo recibo cada día de estas personas (alegría, amor, hospitalidad, ejemplo), no existiría ninguna 'crisis de los refugiados'".

Muchos ciudadanos ya lo saben. Porque si es cierto que en muchas partes de Europa se está dando una deriva xenófoba, si es verdad que resultados electorales como el del Brexit indican la gravedad del sentimiento contra la inmigración y los refugiados, también lo es que otros muchos ciudadanos como Beatriz, Fátima Clara están trabajando y echando una mano para ayudar a las víctimas de la guerra. Son voluntarios, oenegés, también políticos, periodistas, activistas, que luchan por defender los principios que un día se identificaron con los europeos. Y muchos ciudadanos de calle, también castigados por la crisis, también preocupados por la crisis, que no han olvidado a Aylan y que no lo consideran su enemigo.