VERANO EN UN CAMPO DE REFUGIADOS

Billete con destino a la solidaridad

Cada vez más personas se animan a planear unas vacaciones solidarias, no como viaje exótico ni de aventuras, sino para ayudar

Campo de refugiados de Ritsona. 

Campo de refugiados de Ritsona.  / DIEGO SÁNCHEZ-CASCADO

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MIRIAM GARCÉS / BARCELONA

La playa, una capital europea, un crucero, un safari… En vacaciones, cualquier destino es bueno para alejarse de las preocupaciones y acabar con la rutina del día a día. Sin embargo, cientos de personas han optado este año por aparcar sus propios problemas durante el periodo estival para ocuparse de los de los demás. Y con esa intención, han comprado un billete rumbo a la solidaridad con destino a alguno de los 57 campos oficiales que acogen a más de 500.000 refugiados de guerra e inmigrantes solo en Grecia.

Es el caso de Diego Sánchez-Cascado, de 20 años y estudiante de Periodismo y Humanidades, de Madrid, que tras acabar el curso, decidió que descansar no entraba este verano entre sus prioridades. “Me sentía inactivo y tenía la necesidad de hacer algo por los demás”, afirma. Junto a dos amigos, se puso manos a la obra en busca del voluntariado más adecuado (“Con lo que han sufrido los refugiados este año decidimos volcarnos en ellos”). Así, de la mano de la oenegé Lighthouse Relief ha pasado 30 días en el campo de refugiados de Ritsona.

A veces, una imagen vale más que mil palabras, y Cesc Sánchez, estudiante de 19 años de Garriguella, da fe de ello. Un reportaje sobre los refugiados en la tele fue el empujoncito final para tomar la decisión de irse como voluntario con Amb les teves mans, después de la selectividad. En otros casos, se trata de la necesidad de comprobar sobre el terreno lo aprendido en un aula, como Laura Castro y Nicole Ordóñez, de 20 años y de Barcelona, que junto a otras compañeras de Relaciones Internacionales viajaron a Ritsona y Oynofita con I Am You. Diego, Cesc, Laura y Nicole buscaban un destino que no está en los catálogos de las agencias de viajes, un destino para ayudar.

Laura Franco y Nicole Ordóñez

estudiantes

Teníamos la necesidad de ver con nuestros propios ojos algo que habíamos estudiado durante un año en el aula

“Habíamos estudiado la crisis de los refugiados durante un año, pero hasta que no estás allí no entiendes lo que ellos viven y cómo”, afirma Laura, y no solo en verano, sino durante todo el año. Ritsona, El Pireo, Oynofita… y en cada uno de ellos, cientos de personas que han dejado atrás sus hogares, la mayoría huyendo de la guerra en busca de un lugar seguro, y llevan meses esperando la resolución de su petición sobre el derecho de asilo en improvisadas tiendas de campaña.

Duermen hacinados en ellas y en el suelo. “El de Ritsona es un campo en medio del bosque. El suelo tiene tierra y piedras. Hay mosquitos, arañas, serpientes, jabalís, perros abandonados... Y mucho calor”, explican Laura y Nicole, que intentaron probarlo un día y no lo soportaron. Se sintieron privilegiadas, ellas, como muchos de los voluntarios, se alojaban en casas de pueblos cercanos. Sobre el suelo se duerme, se come y también se cocina. “Usan pequeños fogones de cámping en los que se tarda siglos en calentar --apunta Laura--. Entre ellos se organizan”. Y no solo para cocinar, sino para muchas de las tareas y necesidades del campamento. “Les he visto construir un horno de barro, cubrir las calles con mantas para evitar el sol e incluso una compañera vio a un refugiado construir un banco para una mujer y sus siete hijos”, explica Diego. Porque en los campamentos todos, refugiados, oenegés y voluntarios, son un engranaje de supervivencia.

Cesc Sánchez

estudiante

He llegado a hacer 20 horas seguidas, desde las 6 de la mañana hasta las 2 de la madrugada

Y sí, las condiciones son muy duras, y aun así no se pueden pasar por alto las mejoras que experimentan con el esfuerzo de todos los implicados. Cuando Diego llegó a Ritsona, el campamento ya llevaba activo cuatro meses y, pese a la precariedad, ya contaba con varios equipamientos acabados, como la escuela, otros muy avanzados (almacén, un espacio para los niños y otro para las mujeres…), y las tiendas, organizadas.

HOSPITALIDAD Y SONRISAS

En cualquier caso, mejoras no es sinónimo de calidad de vida, y estos cuatro voluntarios han aprendido que en un campo de refugiados siempre hay algo que hacer. “He llegado a hacer 20 horas seguidas, desde las 6 de la mañana hasta las 2 de la madrugada”, subraya Cesc. Porque, como voluntario de Amb les teves mans (destinada a cubrir emergencias odontológicas), al acabar sus tareas ayudaba a otras. En Ritsona, Diego también realizó tareas diversas, desde construcción y habilitación de espacios hasta clases de inglés. Laura y Nicole llegaron al campo con la tarea asignada por I Am You de entretener a los niños, una actividad que las mantenía ocupadas la mayor parte del día.

Diego Sánchez-Cascado

estudiante

Ganas nuevas experiencias y fortaleza emocional. Tú vuelves a tu vida y ellos se quedan en ese campo, y eso te hace sentir mal

Trabajo, trabajo y más trabajo que se veía recompensado al final de cada jornada con todos los momentos compartidos con los refugiados. “Te invitan a tomar té, comparten contigo su comida. Siempre tienen una sonrisa para ti”, explica Nicole, impresionada aún por la hospitalidad y por su manera de aferrarse a la vida. “Llevan meses sin saber si serán aceptados en Europa. Están desinformados y confundidos. Pero no pierden la esperanza de volver a estudiar o trabajar”, añade.

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Sentados en el suelo, en sus tiendas, trabajando codo con codo y compartiendo ratos libres, han visto la otra cara de los refugiados, esa que no se muestra en las imágenes de televisión, las historias personales que se han traído de los campos. “Hay profesores perseguidos por dar clases a niñas, un periodista de Kabul amenazado de muerte por promover los derechos de las mujeres, personas que han huido porque se opusieron a luchar con el ejército y se les considera traidores al régimen…”, rescatan de su memoria Laura y Nicole.

LECCIÓN DE VIDA

Cesc, Laura, Nicole y Diego se fueron con la intención de ayudar y han regresado a casa con una lección de vida bajo el brazo. “Vuelves con nuevas experiencias y mucho más fuerte emocionalmente. Tú vuelves a tu vida y ellos se quedan en ese campo, y eso te hace sentir mal”, explica Diego. Tan mal, que pese a la carga emocional, quedan las ganas de repetir la experiencia para seguir ayudando, pero también para aprender más. “Acabo de trabajar el día 21 de agosto y, con suerte, el 22 ya estaré en el avión de camino a Grecia”. Laura y Nicole tendrán que esperar un poco más, lo justo para “reunir un poco de dinero”. No es un viaje exótico ni de aventuras, sino un viaje a la realidad.