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La calle del buen rollo

La coordinación entre trabajadores y vecinos logra que unas obras en Gràcia no se conviertan en una pesadilla de molestias para el vecindario

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MIRIAM GARCÉS / BARCELONA

Una obra se ha aceptado por todo el mundo como sinónimo de suciedad, desorden, tensión entre vecinos y obreros…; Especialmente, si es larga y afecta a la normal actividad del vecindario. Parece imposible encontrar una calle en la que ocurra lo contrario, donde impere el orden y el buen rollo, pero este caso existe y, de hecho, lo lleva escrito en el nombre: la calle Ca l’Alegre de Dalt, de Gràcia. donde los vecinos y los obreros se coordinaron para lograr que los trabajos afectaran lo menos posible a la vida cotidiana. Tanta concorduia es tan extraña que  llamó la atención a uno de los vecinos de la calle, Alexandre de Vilalta, abogado de 55 años, que escribió a Entre Todos para hacer lo contrario de lo que se suele: no para quejarse de unas obras en la puerta de su casa sino para contra una historia de buen rollo: “En un momento convulso de malas noticias constantes, es bueno explicar que hay cosas que van bien”.

En la calle Ca l’Alegre de Dalt, a finales de octubre, se iniciaron unas obras de reurbanización, en el tramo entre las calles Camèlies y Pi i Maragall, que incluían la renovación de la red de alumbrado y la colocación de alcantarillas de drenaje. Por ello, era necesaria una nueva pavimentación de la calzada y las aceras. Por tanto, ruido, mucho ruido. Y la invasión de la calle por parte de máquinas, obreros y vallas. Durante el tiempo que duró la obra (ya casi finalizada), los vecinos que querían entrar y salir con los coches de los parkings existentes en este tramo de calle, como en el caso de Alexandre, se encontraban con aquel pandemonium. En condiciones normales, la situación es la inmaginable: malas caras, retrasos, coches que no pueden salir porque la maquinaria lo impide, vecinos de mal humor, trabajadores ocupados que se encaran con los vecinos...

Eso es lo que no sucedió en la calle del buen rollo, explica Alexandre: desde el primer día, cada vez que un vecino quería salir del párking lo único que tenia que hacer era avisar al encargado de la obra e inmediatamente la obra se paralizaba para cederles el paso: “Cada vez, el encargado daba la orden y todos los obreros retiraban las enormes máquinas, las vallas y todo lo que había por medio con gran diligencia, e incluso ellos se ponían en una rincón en fila”.

Pero lo que más ha sorprendido a Alexandre es la actitud de los trabajadores de la obra, en todo momento amables hacia los vecinos: “Al hacerles paralizarlo todo incluso varias veces al día solo para pasar con mi coche, miraba a los obreros, esperando ver enfado y caras largas, pero para mi asombro todos me sonreían”, explica. La situación ha impactado al vecino, que añade que “la traca final es que por la noche todo quedaba sumamente recogido, como si se tratara de una biblioteca”.

¿Y tanta concordia? “La directriz que recibimos al empezar las obras era que el ciudadano era lo primero en todo momento, y por tanto había que facilitar a los vecinos las entradas y salidas aunque supusiera parar y retirarlo todo”, afirma Francisco Luengo, encargado de las obras de Ca l’Alegre de Dalt. De este modo, cada vez que un vecino llegaba con su coche, los obreros se avisaban entre ellos y rápidamente despejaban el camino. “Teníamos que hacer eso sí o sí, aunque eso supusiera que las obras no estuvieran en su plazo de entrega”, añade el encargado.

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De hecho, como ya era previsible, esta buena voluntad hacia el vecindario ha tenido ese resultado, y lo que tenía que haber finalizado el 15 de noviembre todavía está en proceso, aunque “en su curso final”. Aunque quizás merece la pena ese retraso de tres semanas teniendo en cuenta que los resultados son un vecindario contento y una convivencia agradable.

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