EL ACCESO DE LOS JÓVENES AL MERCADO DE TRABAJO

Aspirando a la dignidad

Tres jóvenes universitarios debaten para EL PERIÓDICO sobre sus expectativas de futuro

Aceptan un "inicio lógico" como becarios "explotados", pero denuncian la perpetuación de las prácticas

Yaiza Torres, Carla Garcia e Irene Llorente debaten sobre sus perspectivas en el mundo laboral / ELISENDA PONS / VÍDEO: ULISES IZQUIERDO

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Carlos Márquez Daniel
Carlos Márquez Daniel

Periodista

Especialista en Movilidad, infraestructuras, urbanismo, política municipal, medio ambiente, área metropolitana

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El primer día de universidad, o quizás el segundo, un profesor les dijo que se olvidaran de trabajar en lo que siempre habían soñado, que la realidad laboral era otra, que debían adaptarse y buscar alternativas. Ellos podrían haberle preguntado la razón por la cual se mantenían unos estudios destinados al fracaso, pero fueron prudentes porque tampoco era cuestión de empezar la carrera con mal pie. Con el paso de los años comenzaron a entender. Y a asimilar. Se encontraron con empresas que hacían pagar a cambio de trabajo. Otras apuraban los convenios universitarios para ahorrarse impuestos. La reciente encuesta juvenil del Ayuntamiento de Barcelona indica que la mitad de los jóvenes aceptaría un sueldo injusto. EL PERIÓDICO reúne a tres estudiantes de entre 21 y 24 años. Ellos van un poco más allá: no se trata tanto del sueldo como de la dignidad. Y no, no han perdido la fe en poder dedicarse a lo que les gusta. Aunque les digan lo contrario.

Irene Llorente tiene 23 años, estudia Publicidad y Relaciones Públicas en la Universitat Pompeu Fabra y trabaja como becaria en Barcelona Activa. Carla Garcia, de 24 años, es licenciada en Periodismo por la Universitat Aurònoma de Barcelona y ahora cursa un máster en Periodismo Digital. Yaiza Torres tiene 21 años y comparte clase con Irene. Trabaja sábados y domingos en una tienda de jardinería y es becaria un par de días a la semana en una empresa que elabora productos de celulosa. Las tres coinciden en que la precariedad es un peaje por el que deben pasar, porque los inicios son complicados, y además curten. “El problema -se queja Irene- es que esta situación, aunque es una entrada lógica al mundo laboral, hoy se prolonga demasiado porque a las empresas les va muy bien contar con personas como nosotros, que no dan problemas, que no se quejan, que salen baratas”. “Te invitan a ganar experiencia”, aporta Carla. Y así es, pero una cosa es ganar conocimientos y rodaje, y otra muy distinta, cubrir un puesto fijo con un contrato de muy bajo coste.

HAY QUE SER PROACTIVO

Les piden que sean proactivos, que al parecer, es la manera moderna de definir la iniciativa de toda la vida. Porque, interpretan, ser proactivo significa “no dar problemas”, asimilar las cosas con rapidez. “Básicamente, que te dejes pegar palos”, resume Irene. Yaiza ha llegado a la conclusión de que terminará como dependienta. No lo dice con desdén, porque los fines de semana, cuando está entre potus y orquídeas, es cuando más y mejor valorada se siente. “Ahora somos una medida de ahorro para las empresas. Sinceramente, en 20 años me veo más en el Decathlon que dedicándome a lo que estoy estudiando”. Ni una sola queja en su gesto. Más bien, adaptación al medio. Tiran de pragmatismo para no caer en el catastrofismo.

Irene tiene un amigo ingeniero que trabaja en el Mercadona reponiendo fruta. “Con su gorrito y todo”. Está encantado. Tiene sueldo fijo, superior a los mil euros, y vacaciones. A su parecer, un lujo. Tiene, en definitiva, seguridad. “Es el más feliz de mis amigos”. ¿Pero qué pasará dentro de unos años? ¿Sentirá cierta frustración? No es que trabajar en un súper sea algo desdeñable, todo lo contrario. Pero quizás alguien que se deshuesó la mollera estudiando termine anhelando algo de lo que aprendió entre esos sesudos apuntes.

HACEN FALTA 'MACHACAS'

Dice Carla que las empresas terminarán “dándose cuenta de que el de los becarios es un sistema insostenible, que ir cambiando de empleados constantemente por cuestiones económicas no genera productos de calidad”. Irene pone la pelota en el suelo: “Es verdad, pero ten en cuenta que siempre harán falta ‘machacas’, jóvenes que se encarguen del trabajo más pesado”. Ahí es donde entran ellos. Y por un sueldo de risa, eso si lo hay, porque en muchas ocasiones, relatan, se echa mano de convenios universitarios que pervierten cualquier derecho laboral. Es habitual que muchos chavales se dejen abierto el expediente académico. Un par de créditos en tareas pendientes que les permite mantener la categoría de estudiante, y por ende, la opción de entrar en la rueda de las prácticas.

“En Infojobs puedes ver un montón de ofertas en las que es imprescindible un convenio laboral con la universidad para poder postularte. Tengo la sensación de que muchas empresas deben de tener más becarios que gente en plantilla”, adivina Carla. Esta joven de 24 años pasó dos años en Suiza como ‘au pair’, cuidando de los niños de una familia de acogida. Gracias a aquella experiencia tiene un francés estupendo y dos años cotizados. “Si termino el máster y no encuentro nada en unos meses, me volveré a marchar. No estoy dispuesta a pasar por el aro de las prácticas hasta los 30 años”.

Explica el caso de algunos amigos que se han apuntado a un curso de formación por el simple hecho de que promete unas prácticas remuneradas. “Es decir -aporta esta licenciada en Periodismo-, pagan un dinero que luego recuperan trabajando y se quedan a cero otra vez. Un poco absurdo”. El colmo, apuntan las tres, es que existan compañías que cobren a los estudiantes por ofrecerles prácticas. Citan una conocida agencia de publicidad. Se ríen con sorna.

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Les ha pasado que en una oferta de trabajo, cuando el entrevistador ha visto que eran estudiantes les ha preguntado con chiribitas en los ojos si podían hacerles convenio universitario. “Nos ven como una oportunidad, pero una oportunidad de pagar menos, nada más”, resume Carla. 

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