RETOS DE LA NUEVA LEGISLATURA

«No se puede esperar 18 meses»

Desde el 'sí' y el 'no' se defiende con fuerza dispar aunar lo nacional y lo social

Mesa electoral en la escuela Folch Torres de Santa Coloma de Gramenet.

Mesa electoral en la escuela Folch Torres de Santa Coloma de Gramenet. / ALBERT BERTRAN

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JOAN CAÑETE BAYLE / BARCELONA

De trabajadores asalariados a empresarios; de jóvenes universitarios a jubilados; de profesores a personal sanitario; de funcionarios a autónomos. Durante la campaña, EL PERIÓDICO debatió con 50 personas de diferentes  sectores profesionales y sociales, y recibió centenares de artículos y comentarios de ciudadanos sobre la situación política. Muchos argumentos, algunas certezas, numerosas dudas, mucho 'sí', mucho 'no'algunos (bastante menos) 'ni sí ni no' había en las opiniones, pero en lo tocante al día siguiente, en lo que se refiere a qué debe suceder a partir de ahora, tanto antes como después del 27-S una idea surge como algo parecido a un acuerdo: «No podemos esperar 18 meses», en frase que resume un sentir del autónomo de Badalona Antonio Méndez. Porque las heridas de la crisis aún están abiertas, porque (casi) nadie niega que con los recortes se tocó hueso en el Estado del Bienestar, porque 480.000 niños viven en situación de pobreza en Catalunya, porque los hospitales deben curar y las escuelas educar y los dependientes ser ayudados, el nuevo Gobierno, que todo indica que será independentista, también debe gobernar al margen de preparar el camino hacia Ítaca.

PONERSE A TRABAJAR

Desde el 'no' se recurre con frecuencia a la frase «los problemas reales de la gente» para exigir a los independentistas que se dejen estar de banderas. «Me pregunto si ahora que han perdido democráticamente su plebiscito, el nuevo Gobierno se pondrá a trabajar en los problemas reales de la gente como el paro, la educación, la sanidad... Ya es hora de dejar de perder el tiempo con entelequias», escribía Eugeni del Castell, ingeniero jubilado. Desde el 'sí', se defiende la idea del cambio, del empezar de cero tras la independencia, y sí, hay muchos que consideran prioritaria la República catalana pero también los hay que argumentan que ese proyecto debe empezar ya pese a la dificultad resumida en la famosa frase del 'Espanya ens roba': «Necesitamos hacer nuestro camino, tener claro el proyecto social económico y cultural que queremos y que necesitamos para salir de la situación en la que estamos», defiende Jordi Bufurull, jubilado.

LOS MISMOS PIES DE BARRO

El artículo de Bufurull se titula 'Proyecto republicano' y en él escribe: «Yo siempre he dicho: independencia, sí, pero ¿para hacer qué? Y me decían que el pastel ya se lo repartirán los políticos después cuando seamos independientes. Esto era continuar con los mismos pies de barro de la transición del 78 (...) Vino nuevo en barriles viejos, no sirve. No soy votante de la CUP pero hay que escuchar lo que dicen». El debate (¿discusión? ¿desencuentro?) que ha surgido entre las filas del 'sí' a cuenta de la negativa de la izquierda (la CUP) a investir presidente al rostro de la derecha (Mas) es, además de otros asuntos, un debate de prioridades: para unos Mas es imprescindible para el proceso; para otros, lo imprescindible es un plan de choque social que avance paralelo a la creación de las estructura de Estado, y el nombre y el apellido de los recortes no puede liderarlo. Porque, al margen de construir el camino a Ítaca, urge gobernar. Y este eje izquierda y derecha tensa el : «La CUP es anticapitalista porque no sabe distinguir la economía productiva de la economía de casino, el emprendedor del especulador (...). La CUP es necesaria para recordarnos que no se puede forzar la desigualdad social, pero solo para eso», opina Jordi Antich, economista.

EL DÍA A DÍA

El caso es que el argumento de que el camino a Ítaca debe ser compatible con el eje social y con empezar a poner las bases ya de cómo sería esa Catalunya independiente es muy fuerte en la conversación pública. En los debates que hemos mantenido en Entre Todos y en las opiniones que hemos recibido muy pronto la conversación sobre la política en mayúsculas deriva hacia la (supuesta) política en minúsculas, que es la que afecta la vida de la gente. Desde Londres, Ester Pericas, técnica de cine digital, lo cuenta así: «Hace un tiempo tomaba café con una conocida, quizá la persona más catalana y catalanista que conozco, si es que esto se puede medir de alguna manera. Es filóloga catalana y profesora de catalán de un instituto. (...) No esperaba un discurso de puño alzado porque no es su estilo, pero sí una buena defensa argumentada de la causa. 'Mientras haya chicos que me lleguen a la escuela con hambre por no haber cenado la noche anterior, el de la independencia es un tema que los políticos podrían dejar para otro momento'. Me la quedé mirando como a quien le acaban de dar una bofetada de realidad».

IDEOLOGÍA

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No es este un juego de negación (no todo el sí apuesta solo por el eje nacional, no todo el no apuesta por el eje social: el PP está en ese bloque) sino de prioridades y, por tanto, ideológico, ya que pocas cosas plasman mejor la ideología que las prioridades que se marca el gobernante y que desvela con sus decisiones. J. V. Muntadas, maestro jubilado, propone un «pacto catalanista» en busca de una mayoría social más amplia que la actual: «Primero, reconocer a Catalunya como nación.Segundo, priorizar el trabajo para construir las bases del bienestar social tal y como se entiende en Europa; a partir de aquí, elaboración de un nuevo Estatut incluyendo los plazos para un referéndum legal tipo Escocia y Quebec».

Para Lluïsa García, periodista de Sabadell, el 27-S muchos catalanes fueron a votar «en clave política, con un conjunto de ideas, convencimientos y acciones sociales que se relacionan con las cuestiones públicas». Un paquete que por mucho que las elecciones fueran (imperfectamente) plebiscitarias y por mucho que en algunos casos el programa electoral fuera exiguo, también incluye qué se hará desde el Gobierno.  Porque cuesta encontrar a alguien que defienda que Catalunya pueda permitirse vivir mucho tiempo con un Gobierno que no gobierne, sino que solo navegue.