experiencias educativas familiares

Conciliar para formar equipo con el cole

La implicación de los padres en la educación choca con la falta de tiempo

Entre tots. Implicació en l’educació. / CARLA FAJARDO / JOSEP GARCIA / ELISENDA PONS

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INMA SANTOS HERRERA

A las 19.00 horas, Arnau (seis años) ya ha acabado los deberes y los ha metido en su mochila. Los juguetes han sustituido a sus libros sobre el escritorio de su habitación y él se ha trasladado al sofá del comedor con un cómic de Mortadelo y Filemón. Su hermano Pau (dos años) pinta en su mesa. Su madre, Gabriela Navarro, auditora de 39 años, suele llegar entre semana a casa, en Nou Barris, a las 19.30 horas. Su marido, Jordi Martínez, de 36 años, es asesor contable y tiene el mismo horario en el mejor de los casos: viaja por España dos o tres días a la semana. «Cuando estoy con mis hijos intento darles e implicarme al 100%», afirma Gabriela. Cuando está. Esa es la clave para los padres cuando se habla de implicarse en la educación (la instrucción, la formación, en realidad) de los hijos: estar. Todos los debates sobre la educación conjunta entre padres e hijos en  casa acaban yendo a parar a la (imposible) conciliación.

No es una excusa: es la realidad de una madre preocupada por la educación y el cuidado de sus hijos en un contexto contradictorio que  por una parte exige largas jornadas laborales y al mismo tiempo reprocha la escasa dedicación a la familia y a la educación, instrucción y formación de los hijos. La relación escuela-padres se erige en otra paradoja: muchos padres suelen quejarse de que desde el colegio de sus hijos se les exige una dedicación incompatible con el tiempo del que disponen, pero también muchos dicen que querrían implicarse más y mejor.  El problema es que no pueden.

Los roles familiares y educativos han cambiado en los últimos años. De la misma forma que hay nuevos modelos laborales y de relaciones familiares, también se han desarrollado nuevas formas de interacción entre los hogares y las aulas. Así, de una educación en casa basada en un concepto del respeto entendido como obediencia o temor se ha pasado a otra en la que se busca comunicación, fomentar las capacidades de los hijos y comprender sus necesidades y sus puntos de vista.

EN CASA Y EN EL COLE

Algo similar ha sucedido en la relación padres-escuela. «Antes, para un padre todo empezaba y acababa en lo que decía el profesor. Para nosotros, la educación en casa es una continuación de la del colegio y viceversa», defienden Juan Pedro Martínez (directivo de  53 años) y Cristine Assís (46 años, profesional del márketing). Viven en Sant Antoni, en el límite entre el Eixample y el Poble-sec, y su hija Isabel, de nueve años, estudia cuarto de Primaria en una concertada (Col·legi Salesià Sant Josep), la misma a la que fue René, su hermano de 17 años. «Intentamos estar con ella en todo, en los deberes, en actividades... para que se sienta apoyada y cumpla con sus responsabilidades y tareas». Así describe Cristine su implicación en la formación de su hija. Según un estudio de la Fundació Jaume Bofill de abril del 2014, las familias catalanas se implican con las escuelas y están presentes en su día a día. Y el 75% de los padres supervisan o ayudan a sus hijos con los deberes. Desde muy pequeños.

LOS DEBERES

Pero hoy implicarse va más allá de hacer deberes con los hijos. Los proyectos educativos de las escuelas se dividen entre los que apuestan por el trabajo en casa y los que no. Arnau, el hijo de seis años de Jordi y Gabriela, cursa primero de primaria en una concertada (Mare de Déu del Roser d'Amílcar) y ya tiene deberes y lecturas todos los días, además de controles esporádicos. En esta escuela animan a los padres a participar, por ejemplo, en las festividades, pero «la vía de comunicación con el colegio se establece a diario a través de los deberes», explican.

Y sí, es cierto que a esta edad el colegio propone las tareas diarias como una forma de crear rutina, hábito y responsabilidades. Pero según van creciendo los niños, en algunos casos los padres consideran que esas rutinas pueden ser asfixiantes para toda la familia. Isabel, la hija de Juan Pedro y Cristine, muchos días no acaba los deberes hasta las 21.30 horas, después de una jornada escolar de ocho horas -se queda a comer- y de asistir a extraescolares (inglés a mediodía, hip-hop los martes y teatro los lunes y los miércoles hasta las 18.30 horas). De nada sirve que los profesores recuerden que los deberes son para que los niños los hagan solos. «Sí, pero hay que estar pendiente. Nos gusta revisarlos y aclararle las dudas», señala Cristine, que acompaña en estas tareas a su hija cada día, entre libros desparramados sobre la mesa del comedor, como una extensión del aula. «Los deberes te permiten saber cómo va tu hijo, en qué va más flojo», dice su padre. Los padres de Arnau y de Isabel están de acuerdo: no se trata de no hacer deberes, sino de buscar fórmulas más motivadoras.

No solo eso: si los profesores sostienen que el hogar debe ser la extensión de la escuela en la formación, los padres creen que el colegio tiene que reforzar otros elementos de la educación del menor entendida en sentido amplio. «En los deberes, por ejemplo, que haya menos currículo y más énfasis en relaciones sociales, valores y comportamientos», pide Juan Pedro. Quid pro quo. 

ESPECTADORES

En implicación, como en la vida, nunca llueve a gusto de todos. Lo que para unos padres es excesivo, para otros resulta insuficiente. «No somos solo meros espectadores de lo que pasa en la escuela, como nos quieren hacer creer», argumentan Pilar Sánchez (ama de casa y estudiante de Psicología de 32 años) y su marido, Luis Miguel Arroyo (agente de seguridad de 42 años). Sus hijas, Leire (cinco años) e Iratxe (tres años), acuden  a la escuela pública Busquets i Punset de L'Hospitalet de Llobregat. Pilar es partidaria de la implicación total de los padres en el programa educativo, compartiendo talleres y actividades con los niños tanto fuera como dentro del aula. «Solo así y dedicándoles tiempo se conoce a los hijos, se descubre qué necesitan y qué potenciales tienen», defiende. Para compensar carencias, se vuelca en casa para motivarlas. Ha renunciado a trabajar para invertir en  su prioridad: la educación de Leire e Iratxe.

Como Pilar, Núria Bassa (40 años, administrativa) y su marido, Marc Recasens (45 años, ingeniero), del Poble-sec, no conciben la educación de sus gemelas, Nora y Lola, de cuatro años, como responsabilidad única de los profesores de la escuela pública Carles I, en la que han empezado P-3. Eso sí, para ellos la escuela es un ámbito y el hogar es otro. Implicación, sí, «pero sin pasarse, todo en su justa medida», pregona Núria como filosofía. ¿Dónde está el límite, pues? En su opinión, internet y la globalización otorgan un acceso ilimitado a la información y facilitan un punto de vista más rico y global de lo que puede ser una educación moderna entendida en sentido amplio. «Pero hacer un mal uso de ello puede llevarnos a entrar en aspectos que corresponden a los profesionales», señala Núria, que no cree que sea función del profesor buscar la forma de que los padres pasen más tiempo con sus hijos.

SACRIFICIOS DE MAMÁ

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Núria, como Cristine, ha optado por una reducción de jornada. Pilar, por su parte, ha sacrificado su carrera laboral. La implicación no debería medirse en tiempo, coinciden padres y maestros, aunque si los padres no están en casa, poca cosa pueden hacer. Muchos padres no tienen esa opción y buscan otras formas de conseguir el objetivo que se oculta tras esa voluntad de implicación cada vez mayor: «Que los hijos crezcan sanos y  felices», dice Núria. Y de reojo mira a Nora y a Lola, disfrazadas, ajenas a deberes y tareas e inmersas en juegos. Aprendiendo.

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