EMPRENDEDOR

Borja Rosales: "Si no te vas al extranjero eres un fracasado"

Borja Rosales, traductor autónomo, en Madrid.

Borja Rosales, traductor autónomo, en Madrid. / JOSÉ LUIS ROCA

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EROS LÓPEZ / BARCELONA

Las circunstancias han acabado convirtiendo en emprendedor a Borja Rosales (30 años, madrileño), traductor autónomo desde septiembre del 2013. «Es evidente que existe una presión sobre los jóvenes por parte del Gobierno. No te ponen una pistola en la cabeza para que te marches o emprendas, pero la pésima gestión, las políticas que llevan a cabo, las medidas que aprueban, ¡las omisiones!, hacen que indirectamente la gente quiera irse porque el país está quedando como un erial», expone con cierta resignación.

En el 2007, tras acabar sus dos carreras universitarias -Turismo y Traducción e Interpretación- y habiendo recibido sendas becas e incluso un premio extraordinario por tener el tercer mejor expediente de su promoción en España, Borja emigró a Inglaterra para trabajar en una empresa de traducción durante un año. Allí se sentía valorado, con su sueldo, su contrato y su responsabilidad. Partió justo antes de que estallara la crisis, pero asegura que en ese momento ya se vislumbraban los primeros síntomas, traducidos en la reducción de los sueldos.

EL REGRESO 

Volvió en el 2008 a Madrid, se hizo autónomo y gozó de una notable reducción en su cuota mensual hasta que una oferta de otra empresa de traducción lo sedujo. Allí estuvo casi cinco años, hasta que la sociedad fue traspasada a otra para evitar pagar las deudas a proveedores. Le contrataron en la nueva empresa, perdiendo la antigüedad en la anterior, y le aseguraron que mantendría su puesto. Nada más lejos de la realidad; en abril del 2013, Borja se incorporó a la extensa lista de parados.

Pero siempre se mantuvo en movimiento, pues ese mismo año empezó a realizar colaboraciones para un organismo suizo y en septiembre creó, de nuevo y con más fuerza, su negocio emprendedor, Sworn Translator. Aunque esta vez no resultó tan fácil: el camino de rosas prometido presentaba numerosas espinas a modo de obstáculo.

La ley de emprendedores a la que se atuvo, que entró en vigor por aquel entonces, ofrecía el incentivo de pagar una tarifa plana de 50 euros los primeros seis meses. Para ello el requisito era no haber estado dado de alta nunca o, en su defecto, no haberlo estado en los cinco años anteriores. «Yo cumplía el segundo supuesto, pero no me dejaron acogerme a él. Me lo denegaron sin nada por escrito, de manera que no pude alegar», manifiesta pesaroso.

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Eso le supuso un quebradero de cabeza más, un coste añadido a las dificultades que se presuponen a la hora de iniciar un negocio, pese a las supuestas ayudas. «Todo son titulares, medidas estrella que luego se quedan en agua de borrajas porque son muy restringidas. Es una tomadura de pelo», añade Borja. Y reclama que el IRPF para los autónomos se torne variable como en el caso de los asalariados: «Con la reglamentación actual, si ganas mucho dinero, está muy bien, pero si tienes problemas, como la mayoría de autónomos, tienes poco beneficio».

Borja ha experimentado la sensación de ser emigrante y emprendedor, pero en medio también ha sido un joven parado: «Enseguida nos responsabilizan y criminalizan por cobrar la prestación por desempleo, nos tildan de parásitos sociales. Si no te vas eres un fracasado, pero si te quedas cobrando lo que te corresponde, lo eres igualmente». Relaciona esta concepción distorsionada de los parados con las consecuencias en su estado de ánimo: «Tenemos gente presionada, sintiéndose culpable, incluso suicidándose, medicada para las depresiones que los políticos crean».