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La opinión de los ciudadanos
Extraños en casa
Los barceloneses denuncian la pérdida de identidad de la ciudad por la presión turística
Turistas en La Pedrera, en Barcelona. /
«A los ciudadanos no nos han sorprendido, ni nos sorprenderán en el futuro en otros barrios, las manifestaciones de repulsa hacia la operación especulativa y sin control de los mal llamados pisos turísticos y la impunidad con que los turistas torean las normas municipales en el barrio de la Barceloneta». Es la opinión de Rodolfo Barbero (técnico industrial jubilado, 69 años) y el sentir generalizado entre los centenares de ciudadanos que han participado en el debate abierto por EL PERIÓDICO, desde que la semana pasada el barrio marinero se echara a la calle para denunciar las consecuencias negativas de la presión turística.
En realidad, el ruido y el incivismo del turismo de borrachera en la Barceloneta son solo la gota que colma el vaso ante los efectos no deseados de la transformación de Barcelona en destino turístico de masas. Y es que el turismo, balón de oxígeno ante la crisis, tiene un lado oscuro que lleva a los ciudadanos a declararse cada vez más asfixiados y temerosos de que sea «pan para hoy y decadencia para mañana» (Pere Alcaraz, administrativo, 58 años).
PRECIO MUY ALTO / «¿Qué le disgusta del boom turístico de Barcelona?», preguntaba este diario. Para muchos ciudadanos, la ciudad paga con creces el precio de vivir por y para el turismo. Y no es que muchos de ellos no aprecien el provecho que supone: «Nos guste o no, el turismo está aquí y aporta dinero», defiende Eugene Ciria (profesor, 70 años); «Es lo mejor que le ha pasado a Barcelona», sostiene José Zerda (ingeniero, 42 años). Pero otra cosa, denuncian, es hacer chantaje con ese argumento («La crisis y los recortes nos humillan y nuestras autoridades nos presionan para que aceptemos el vandalismo, la borrachera y el descontrol como algo que nos beneficia» (Josep Garcia, médico, 72 años).
Se impone la percepción de que en el modelo turístico barcelonés imperan, en palabras de Joan Pau Romaní (restaurador, 45 años), «la búsqueda del dinero rápido, la mala planificación y poco o nulo control de las actividades en torno a esa industria», ejemplificado en la proliferación de pisos turísticos (legales e ilegales), esos a los que los vecinos de la Barceloneta han declarado la guerra.
Pero tras el problema de la convivencia, ya de por sí complejo, hay mucho más. «Hay barrios a punto de morir de éxito, como el Born, Ciutat Vella y la Barceloneta, y otros en peligro inminente, como el Carmel y los alrededores del parque Güell y la Sagrada Família», desgrana Salvador Nogueras (operario, 53 años). Es el temor a la degradación y a la pérdida de identidad: «Barcelona ya no es la que era. La hemos vendido y convertido en un artículo desechable, de usar y tirar», lamenta Acisclo González (administrativo, 53 años).
Para muchos es el momento de poner orden y replantearse el modelo: «Ya no podemos aceptar más turistas, por mucho que los quieran extender por los 10 distritos de la ciudad», dice Pere Tafalla (pensionista, 62 años). Son los que ven el turismo como sinónimo de pérdida de espacio público y aglomeraciones, ya no solo en la Rambla o la Sagrada Família -«aquí evitamos algunas calles si no queremos ser atropellados por grupos de turistas que invaden las estrechas aceras llenas de terrazas, marquesinas, motos...» (Ferran Lozano, autónomo, 48 años)-, sino también en zonas menos céntricas.
Noticias relacionadasACOSO / Otros ciudadanos lamentan la expulsión progresiva de vecinos de toda la vida, convertidos en extraños en su propia casa, rodeados por un monocultivo que uniformiza el tejido comercial y la oferta de ocio y acosados por el enloquecido mercado de la vivienda: «Los inquilinos no pueden pagar los altos alquileres. Los propietarios venden los pisos y se van. Las inmobiliarias proliferan a la caza del propietario con suculentas ofertas. El comercio de barrio cierra: donde había mercerías y pollerías, abren suvenires, bazares y colmados donde los turistas se aprovisionan de alcohol hasta la madrugada», resume Antonio Alcalde (estudiante, 20 años).
Así las cosas, los barceloneses exigen soluciones al ayuntamiento («espero que se ponga manos a la obra para hacer limpieza, señor Trias», dice Amparo García, jubilada, 78 años). ¿Qué piden? «Más control y vigilancia» (Joan Bertomeu, jubilado, 78 años), «aplicar con rigor las normas» (José V. Madolell, telecomunicaciones, 61 años). Otros van más allá: «Hay miles de pisos ilegales en la ciudad, ¿Por qué no los destapan uno a uno?» (Teresa Massó, jubilada, 85 años); «no solo no se deberían dar más licencias de hotel y apartamentos turísticos, sino que habría que cerrar algunos» (Pere Tafalla). Medidas para paliar una sensación mayoritaria de que, como en el dicho, de fora vindran que de casa ens treuran.
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