LAS PLAYAS DE LOS LECTORES

La playa que se consume

La recomendación de Pedro J. Gil. 37 años. Empresario de Palau-solità i Plegamans.

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La playa que se consume TODOS_MEDIA_2 / XAVIER JUBIERRE

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MARC ESPÍN
DELTEBRE

La Punta del Fangar es un pequeño Sáhara con 400 hectáreas de dunas protegidas y siete kilómetros de playa virgen dejada de la mano de Dios y del hombre. Esta península de arena ultrafina que crece al norte del delta del Ebro es un lugar para gente a la que no le gusta la playa tradicional, gente independiente y con ideas propias, como Pedro J. Gil, que la recomienda para quien no quiera ir a rebufo del rebaño. En la Punta del Fangar no hay cuerpos a la brasa ni biquinis último modelo. No hay patines de pedales ni con tobogán ni sin él. Ni hamacas de alquiler ni redes de voleibol ni socorristas, ni siquiera hay duchas. Por no haber, pronto no habrá ni arena en este desierto que se consume como un pitillo encendido.

Las dunas desaparecen por la subida del nivel del mar y, sobre todo, por la escasez de sedimentos que bajan por el río a causa de la construcción de embalses que frenan su paso desde los años 50 y 60. Sin el alimento que trae el Ebro, el Delta perderá miles de hectáreas de playas y humedales a finales de siglo, según Greenpeace. Pero las consecuencias no son solo previsiones para un futuro lejano, sino hechos empíricos, presentes. Ahí está la volatilización de los cientos de metros de dunas que separaban la orilla del restaurante Los Vascos, que hoy estaría en el agua si no fuera por el dique de piedras instalado el año pasado para contener el avance del mar.

DELTEBRE Longitud/anchura 7.000 / 2.500 m. Tipo Arena muy fina . Natural. Ocupación Baja. Playa virgen de dunas. No cuenta con servicios de ningún tipo. Se puede aparcar junto al restaurante Los Vascos. Se permite el acceso con perros atados.

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En esas piedras, que son la puerta de entrada a la Punta del Fangar, se sentó Pedro una mañana de este verano para contemplar la procesión de caminantes rumbo al faro: parejas cogidas de la mano, niños a hombros, ciclistas con piernas de acero, pescadores de caña, familias con perros y observadores de pájaros que esperaban ver gaviotas y charranes nidificando en las dunas. Vio pasar docenas de pies descalzos que pisaban sin dejar huella la arena oscura y compacta de la sinuosa e interminable orilla. Y la brisa le trajo perfume de arrozales maduros y recordó el saludo amable de los deltebrenses y el vigor del galope del caballo con el que recorrió el Delta y esta playa la primera vez que vino, con 12 años. Han pasado 25. Pedro ahora es padre y teme que los hijos de su hijo se queden sin recuerdos infantiles de este paraje que pronto será patrimonio exclusivo de las viejas memorias.

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