El Radar
La importancia de que lo diga una Sánchez
No llevamos en Entre Todos una clasificación de cartas por los retuits o los Me gusta que reciben, pero aún así sí sabemos que la carta de la telefonista de Pineda de Mar Lorena Sánchez Me apellido Sánchez, hablo castellano y soy independentista es una de las más compartidas en las redes sociales de las que hemos publicado en los últimos tiempos y también una de las piezas más leídas en la web del diario durante días. La carta de Lorena -que empezaba «Soy catalana. Soy independentista y lo digo en castellano porque es mi lengua materna»- generó una oleada de cartas escritas por Sánchez, López, Pérez, Redondos que se posicionaban a favor o en contra del independentismo desde su condición de portadores no ya de un apellido inequívocamente español, sino de unas raíces que en muchas ocasiones pasan por padres procedentes de fuera de Catalunya.
En los últimos dos años, hemos recibido en Entre Todos decenas de cartas que abordan el proceso soberanista desde el punto de vista de la identidad, de las raíces. Hay cartas como las de Lorena («Los sentimientos son sentimientos y ya no tienen que ver con política o economía: me siento catalana (...) Soy tan independentista que mi primer apellido es Sánchez y estaré orgullosa de llevarlo en una Catalunya independiente y plural») y otras en sentido contrario. Por poner un ejemplo que también triunfó en las redes: Que no nos enfrenten, la carta de la visitadora médica Ana Chica publicada en enero de este año que decía: «Nací en Barcelona, fruto de una familia andaluza que trabajó y se integró en Catalunya. Siempre me he sentido orgullosa de ser catalana con raíces andaluzas (...) No entiendo de política, ni de economía, ni de historia. Solo de sentimientos
(...) No sé si Catalunya será mejor cuando seamos independientes o lo será España, pero sé que ambas perderán en lo emocional, en lo cultural (...) Pretenden obligarme a decidir cómo sentir».
En los encuentros que organizamos entre lectores (por tanto, ciudadanos) y los líderes políticos catalanes, Artus Mas y Oriol Junqueras coincidieron en describir un proceso soberanista despojado de sentimientos. Se trata, vinieron a decir, de una cuestión pragmática, diríamos que casi administrativa, de dotar a los catalanes (los Sánchez, los Ferrer, los del Barça, los del Madrid, los que tienen el catalán como lengua materna y los que tienen el castellano) de las «herramientas propias de un Estado» para que puedan administrarse mejor, dado que (para ellos) resulta obvio que el Estado español no satisface las necesidades de los catalanes. Y, sin embargo, si escuchamos la conversación ciudadana (y eso, una conversación, es el enorme flujo de cartas sobre este tema que recibimos) sí encontramos mucho sentimiento, muchas reflexiones sobre cuestiones tan sensibles como la identidad, las raíces. Hay quien elige identidad, hay quien se niega a que le fuercen a hacerlo; hay quien celebra la posible ruptura por lo que tiene de «liberación» de la identidad catalana y hay quien la lamenta por lo que implica de quiebra con la identidad española, propia o familiar. El problema es que todo debate sentimental, por definición, es muy volátil.
Entre la catarata de retuits y Me gusta de la carta de Lorena había apellidos acabado en -ez y también muchos sí-sís. Porque para los independentistas es muy importante que las Sánchez de este mundo proclamen en castellano su independentismo. Y al contrario: los que se oponen adoran que alguien que sepa colocar con corrección en una frase todos los pronoms febles se posicione en
contra de la ruptura con España. Si se fijan, la carta de Lorena citaba los sentimientos para propugnar la independencia de Catalunya y la de Ana los citaba para oponerse. No, no parece que este debate sea tan solo sobre herramientas de Estado
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