Canes en la ciudad

Un debate de perros

Trias subleva por igual a dueños y detractores con la reforma de la ordenanza de animales

Paseantes en la calle de la Princesa, en Ciutat Vella, ayer.

Paseantes en la calle de la Princesa, en Ciutat Vella, ayer. / RICARD CUGAT

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JOSEP SAURÍ / Barcelona

Atado y bien atado quieren tener el Ayuntamiento de Barcelona y su alcalde, Xavier Trias, el tema de los perros en la ciudad, que siempre desata pasiones. Clásico donde los haya, suele ser este un debate con pocos matices; a los chuchos se les quiere o se les detesta. Y el intervencionismo municipal en la materia, dando una de cal y una de arena, está logrando contrariar a los amantes de los perros y a sus detractores por igual. Si en octubre el anuncio de que se permitiría su entrada en el metro a partir del próximo verano contentó a los primeros y sublevó a los segundos, la reforma de la ordenanza de animales que se prepara -y que incluye, entre otras novedades, multas de generoso calibre por llevar un perro suelto por la calle- tiene exactamente el efecto contrario entre muchos ciudadanos, cientos de los cuales han respondido a la invitación de este diario a dar su opinión.

En ese 15% de los hogares barceloneses donde el perro es uno más de la familia, la medida en ciernes se ve desproporcionada: «Al final siempre pagan justos por pecadores. Es verdad que hay dueños que no saben controlar a su perro ni les preocupa. Eso debería evitarse castigándolos a ellos, y dejando en paz a los que actúan correctamente», sostiene desde Les Fonts (Vallès Occidental) David Cortés, informático de 51 años. «Tengo una perra educada y acostumbrada a ir sin atar por la calle. Nunca ha causado ningún incidente ni molestia a nadie. Si se aprueba la modificación de la ordenanza, perderá la poca libertad que tiene», alega Albert Hernando, arquitecto de 51 años.

Multas de órdago

No menos desproporcionados les parecen a los amantes de los perros los hasta 3.000 euros que pueden alcanzar las sanciones previstas: «¿Y por qué no 15.000 euros? ¿O 30.000? ¿Qué ha cambiado para que cambien las ordenanzas? Pues el afán recaudatorio», se pregunta y se responde Luis Bigas, de 70 años, jubilado.

Que los perros tengan que ir atados por las calles no es sin embargo la diana de las críticas de sus dueños a la futura normativa. Es más, buena parte de ellos no lo ven mal. Otra cosa es que tampoco se les pueda soltar en espacios abiertos: «Ni siquiera en el parque van a poder correr. Pretenden que se desahoguen en un pipicán donde tenemos que hacer turnos porque no caben, mientras el resto del parque está vacío», se queja Carmen Tartas, 51 años, empresaria.

«Hay mucha gente a la que no le gustan los perros y que no tiene que aguantar que se le acerquen los perros de los demás», replica José Rozenski, operario de grúa de 43 años. «Cada vez que veo un perro sin atar  que viene hacia mí me entra el pánico. Entonces el dueño dice: '¡Si no hace nada, si es muy cariñoso!'. Y eso, que sea cariñoso, es lo que me asusta más», añade Eulàlia I. Rodríguez, profesora de Torroella de Montgrí (Baix Empordà). «Un perro puede ser una mascota, pero no por eso deja de ser un animal con reacciones imprevistas que puede provocar un accidente», tercia desde Madrid Julio Terán, diseñador gráfico de 60 años.

El metro y los excrementos

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Intercambio de papeles, pues, con respecto a hace apenas unos meses, cuando se anunció la conquista perruna del metro. «Es un paso adelante en el bienestar y la convivencia, porque el perro es para muchos de nosotros un miembro más del clan familiar y por tanto de la sociedad», decía Olga Torras en una carta publicada en este diario el 1 de noviembre. «Lo que nos faltaba. Después de no poder ir por las aceras tranquilos, porque nos invaden las bicis, ahora habrá perros en el metro», lamentaba Maria Cabrera en la carta de al lado. Encajar la presencia de los animales en el hábitat urbano difícilmente puede hacerse a gusto de todos. Y probablemente se acabe haciendo a gusto de nadie.

No podía faltar en la presente entrega de este delicado e interminable debate de perros uno de los protagonistas estrella de los espacios de opinión ciudadana: los excrementos en la vía pública. Miguel Raufast, historiador de 54 años, sentencia: «El problema no es que los perros vayan  atados o sueltos, sino que sus amos dejen que hagan sus necesidades en cualquier lado, que orinen en paredes y aceras, y no recojan sus excrementos. Ese es el verdadero problema: los amos, no los perros». Y advierte: «Yo ya me he topado con excrementos de perro en los pasillos del metro».