La Contra

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El confinamiento no solo ha desperezado a las aves urbanas: muchos han reparado por primera vez en ellas

Dos ejemplares de aratinga mitrada en la calle Wellington de Barcelona.

Dos ejemplares de aratinga mitrada en la calle Wellington de Barcelona. / ERNEST ALÓS

Ernest Alós

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El confinamiento encerró tras las ventanas de sus casas a un colectivo, el ornitológico, que no lleva muy bien lo de estar entre rejas. Los voluntarios no pudieron participar en los censos de aves y anillamientos programados, pero surgieron iniciativas paliativas, como o el canal OxigeNats en Youtube, o reivindicativas, como el apoyo al manifiesto de los entomólogos para <strong>reclamar la conservación de los fecundos herbazales </strong>que han crecido en márgenes, alcorques y parterres. Pero lo más ha sido el seguimiento de Ocells als Jardins, el llamamiento del <strong>Institut Català d’Ornitologia</strong> para registrar avistamientos desde el balcón o el jardín de casa. Esta iniciativa de ciencia ciudadana llegó a algunas <strong>conclusiones</strong> curiosas: en cuanto el ruido de la ciudad poniéndose en marcha por la mañana desapareció, las aves recuperaron sus horarios naturales, y fue más fácil oírlas cantar y buscar alimento en las horas más tempranas del día.

En parte fueron las aves las que perdieron en miedo. En parte el silencio y las horas pasadas en casa hicieron que reparásemos más en ellas. Tanto los ya aficionados (me había pasado desapercibida la afición de cotorras argentinas y palomas torcaces por devorar los nísperos del vecino, las incursiones del muy rural gorrión molinero desde los descampados hasta jardines del mismo centro de Poblenou o el nido de gorrión comun bajo una teja, a la vista desde la mesa desde donde teletrabajaba) como muchos profanos que han descubierto estos días un nuevo interés por la fauna voladora. La mantenedora de esta misma página, Carol Álvarez, no paró hasta descubrir (gracias a la magnífica app gratuita de SEO/Birdlife, con audios incluidos) que el canto de esas aves negras en el interior de su manzana era el de los mirlos. 

Incluso las guías de campo más recomendables topan con la dificultad de transcribir el canto de las aves: Carol aún estaría dudando entre ruiseñor, ruiseñor bastardo o mirlo si hubiese leído que el canto del mirlo (cito la guía de Rob Hume, en la edición española de la editorial Omega) es "un chuk bajo, suave, pink pink pink frecuente, fuerte y agudo, matrequeteo de alarma rápido y muy característico: un srri alto, y algo áspero; canto espléndido, musical, muy gutural; un gorjeo suave, aflautado, con muchas variaciones, frases que suelen acabar en sonidos débiles y rasposos".

Otro compañero, Guillem Sánchez, rescató lo que le dijeron que era un maltrecho pollo de estornino, y era un mirlo, en un portal frente a la Model (ojo, casi, casi siempre, si no está maltrecho, lo que se tiene que hacer es dejarlo donde está; y en todo caso, como hizo Guillem, depositarlo en manos expertas en lugar de empapuzarlo de lo que no toca). 

«El paisaje sonoro ha sido irrepetible, tal como era hace 100 años», explica el naturalista Sergi Garcia, de la entidad Galanthus. «Es un espejismo», advierte. Aunque quizá, apunta, tras la sensación de estallido de la naturaleza también esté «una buena temporada de cría, con una primavera muy lluviosa, lo que significa más vegetación, más insectos, más alimento». <strong>Los primeros datos del Projecte Sylvia parecen confirmarlo,</strong> con un aumento del 50% del número de polluelos que han prosperado.

Quizá alguna de las novedades de esta primavera confinada (nidos de halcones peregrinos en vías de escalada de Montserrat, cría de la garza real y la garceta grande en los Aiguamolls) tengan que ver con la desaparición de la presencia humana. Así que cuidado con la euforia, y discreción y silencio ahora que el acceso a las áreas de interés ornitológico vuelve a abrirse: incluso la curiosidad por la naturaleza más bienintencionado puede ser disruptivo. 

En el Delta del Ebre, las casetas de observación ya son accesibles, aunque con aforo controlado. En los Aiguamolls de l’Empordà solo se podrá acceder a los miradores abiertos a los cuatro vientos, no a los cerrados. Y en los espacios naturales del Delta del Llobregat se puede volver a pasear entre marismas, sin el atronar de un avión cada dos minutos (aprovechen, queda poco), con horario matutino y límites de aforo. Para ir de la mano de un experto, <strong>el ICO ha vuelto a poner en marcha sus visitas organizadas</strong> y el pasado lunes se reactivó el censo del <strong>Projecte Orenetes.</strong>

Pero si quieren disfrutar de los últimos días de paz urbana, dos  propuestas sin salir de Barcelona, sin abarrotar miradores ni perturbar espacios delicados: disfruten del ajetreo de la exhuberante colonia de avión común –la ‘golondrina’ que anida en los aleros– que ya suma 67 nidos en el Banc de Sang i Teixits de Poblenou o tómense como un reto identificar el mayor número posible de cotorras distintas en el parque de la Ciutadella. Es el único punto de Barcelona en el que coinciden no solo la ubicua cotorra argentina de pecho gris y la algo menos frecuente cotorra de Kramer, sino también las más raras aratingas mitrada, ñanday y cabeciazul y el lorito del Senegal. Oriéntense por el oído: aunque los coches vuelvan a rugir,  ellas gritan más. 

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