Análisis

Indignación y rabia

JOSEP MARIA ÁLVAREZ

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Cuando cayó Lehman Brothers y empezaron a surgir las primeras voces que anunciaban la necesidad de refundar el capitalismo y regular el sistema financiero, creí que las cosas empezarían a cambiar de verdad. Casi cuatro años después hemos comprobado que los que auguraban una humanización del sistema no sabían lo que decían o, directamente, nos engañaron.

En realidad, todo ha ido a peor: retroceso del Estado del bienestar y de las condiciones laborales y sociales; la banca continúa dictando la política económica y no se ha controlado la especulación; Bruselas denomina «rescatar países» a secuestrar sus economías... Y en este tiempo ha ido creciendo mi perplejidad, mi indignación y, principalmente, mi frustración. Los poderosos se cobran ahora la factura de décadas de conquistas sociales y redistribución de la riqueza del Estado del bienestar. Nuestro adversario se siente fuerte y quiere recuperar el terreno que considera haber perdido.

Ante esto, oponemos toda nuestra fuerza, la que tenemos. Nos movilizamos, nos manifestamos, llenamos las avenidas. Pero no es suficiente. Y con la indignación ha crecido mi frustración, lo reconozco. Días atrás, en el congreso de la CES, constataba cómo las movilizaciones de los sindicatos en Grecia, Francia, España y en toda Europa no han sido suficientes para hacer frente a la injusticia y a la desesperanza del sistema.

Por eso, las movilizaciones de la plaza de Catalunya o de la Puerta del Sol me producen tanta esperanza. Tan solo podremos cambiar las cosas así, agrupando conciencias y transformando la indignación individual en energía colectiva. Lo que ha nacido es un movimiento que suma los motivos que nos han indignado y que concurren en un denominador común: el sistema no responde a nuestras necesidades y tenemos que transformarlo en otro más justo y humano. Los sindicalistas aportaremos nuestra propia indignación, nuestra visión y nuestra incansable lucha.