Análisis tras un prometedor estreno

Glòries pone a prueba, con una señalización deficiente, la frágil convivencia entre ciclistas y peatones

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Peatones y ciclistas, en el paseo central del parque.

Peatones y ciclistas, en el paseo central del parque. / JORDI OTIX

Carles Cols

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Barcelona
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Tras el multitudinario estreno del fin de semana, el parque de las Glòries despertó el lunes con los primeros síntomas de lo que de él se espera. Los perros retozaban retozado en la arena de las dos zonas que les ha sido asignadas, los amantes de la fotografía descubrieron ya el perfecto reflejo de la torre de Jean Nouvel sobre la lámina de agua del paseo central, un primer grupo de chinos ejercitaba el taichí bajo la zona de sombra y, otro imperdible, las sillas de tenista (porque de alguna manera habrá que llamarlas vista su altura) causaban admiración entre quienes tienen la agilidad suficiente para subirse a ellas. La zona de juego infantil, como era de prever, estaba la mañana del lunes desierta.

Lo único fuera de guion (o no, conocida la tradición de esta ciudad) ha sido la convivencia entre peatones y ciclistas, pésimamente mal resuelta con la señalización elegida para este tan esperado estreno de Glòries. El martes, con de por medio el gran apagón, la situación volvía a ser la misma. Perros, taichí, fotos, sillas…, y bicis y patinetes por doquier.

“¡Por aquí no, por favor! ¡Por la izquierda!”. Con encomiable buena voluntad intentaban dirigir el tráfico el lunes un par de informadores contratados por el Ayuntamiento de Barcelona para el primer laborable de Glòries. La situación recordaba la de aquellos documentales en los que un oso espera que los salmones que remontan el río pasen junto a su boca. Atrapan alguno, escapan 100. No era su culpa. El camino adecuado para atravesar sobre ruedas el parque en diagonal es una minúscula imagen impresa en el suelo. De entrada, el color ya induce a la confusión.

La minúscula y confusa señal que indica el carril bici en Glòries.

La minúscula y confusa señal que indica el carril bici en Glòries. / JORDI OTIX

Es rojo, que en el lenguaje del tráfico se suele reservar para la prohibición o el peligro. En segundo lugar, llama la atención el diseño. Es la silueta de un ciclista en plena carrera de velocidad, como si participara en una contrarreloj, vamos, todo lo contrario de lo que se desea en un parque. La informadora se disculpaba con los ciclistas que se detenían y prestaban atención a lo que les contaba, otro detalle singular llamativo.

La mayoría de las señales verticales que indican que esa es una zona de convivencia entre peatones y ciclistas quedan ocultas tras las ramas de los árboles. Quizá fueron colocadas antes de que los árboles hicieran lo que suelen hacer en primavera, llenar sus ramas de hojas verdes. Hecho adrede, no habrían salido peor.

Una informadora explica a un grupo de viandantes el camino recomendado.

Una informadora explica a un grupo de viandantes el camino recomendado. / JORDI OTIX

Oasis para sobrellevar el apagón

En honor a la verdad, el paso de ciclistas por mitad del parque no impidió que el primer día laborable de Glòries fuera para enmarcar. Lo que sucedió por la tarde fue, es verdad, algo atípico. Con la ciudad a la espera de que se resolviera el gran apagón, Glòries, en especial su gran óvalo vegetal, se convirtió en una suerte de gran red social analógica. A falta de luz y teléfono, la mejor opción para un par o tres de cientos de personas fue tomar el primer baño de sol de la temporada (de lejos, aquello parecía una plantación de algodones, ¡cuánta blancura!) o un buen rato para charlar o leer.

Lo dicho, esa anomalía eléctrica no puede ser tomada como referente de la cotidianidad que le aguarda a Glòries. El martes por la mañana, el aspecto era el mismo que 24 horas antes, salvo por una diferencia: los informadores municipales ya no estaban. Si no estaba previsto que regresaran a poner orden, se podría afirmar que ni Austria se rindió tan rápido durante la ‘anschluss’. Estaban por la tarde, aunque algo desbordados por la situación.

Una aficionada a la fotografía, en busca de los nuevos paisajes de Glòries.

Una aficionada a la fotografía, en busca de los nuevos paisajes de Glòries. / JORDI OTIX

Con todo, la convivencia entre peatones y ciclistas en Glòries no parece, por el momento, nada capaz de empañar el espectacular estreno de este parque dispuesto a disputarle a la Ciutadella ‘no-se-qué’ trono verde. Es cierto que hay aún un par de pequeños puntos en obras, nada importante, pero las conversaciones de quienes visitan por primera vez el lugar tienen todas el mínimo común denominador de la admiración. “Vendré a menudo”, explica, por ejemplo, Aurora, vecina de la Sagrada Família, algo atónita incluso, decía ella, por no tener a su alrededor ni a una solo turista.

Si Glòries consuma por fin, tras 150 años de fallidos intentos, el propósito de ser un centro neurálgico de la vida barcelonesa, el éxito será mayúsculo. Pero nada más asegurar Aurora que vendrá a menudo (por edad, parece jubilada), ¡zuuuum!, pasa veloz un ciclista a un metro de distancia. La velocidad no tiene excusa. La ruta que ha elegido ese imprudente para atravesar Glòries, sí. Los ciclistas que llegan a Glòries por la Diagonal desde Verdaguer o por la Meridiana desde Aragó no hacen más que seguir la ruta más natural, la línea recta.

Los carriles bici de la Diagonal y la Meridiana son los más espléndidos de la ciudad. Son anchos como ningún otro y además vienen de serie enmarcados por parterres verdes. Son, podría decirse, hasta placenteros. Pero al desembocar en Glòries el de la Diagonal, por ejemplo, todo ese marco desaparece en una sola vuelta de pedal, sin que nada obligue a reducir la velocidad salvo el sentido común de cada cual. Y el refrán es sobradamente conocido: es el menos común de los sentidos.

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