Tradiciones

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Carles Cols

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Dejarán algún día de programar ‘Ben-Hur’ las televisiones generalistas por Semana Santa y (esto es solo un pronóstico que el tiempo confirmará o desmentirá) continuarán instalándose por estas fechas en la Rambla de Catalunya los tenderetes de las palmas y los palmones, tradición que con variantes celebran todas las ramas del cristianismo, pero que en cada país tiene sus singularidades, algunas, eso sí, en peligro de extinción. Ya no van a buscarlas con sus ahijados cogidos de la mano los padrinos y las madrinas, palmones gigantes para los niños y palmas más menudas para ellas. Tampoco es común ya que se decoren con aquellos rosarios con cuentas de azúcar que no duraban ni un avemaría, pero, según se mire, no está nada mal lo que resta, una mano superdotada para la artesanía como la que conserva Teresa Fernández, la vendedora cuya foto encabeza este texto. Hay en cada una de sus obras tanta o más dedicación que la que requirió el rodaje de la carrera de cuadrigas de ‘Ben-Hur’.

Ha tomado de nuevo la feria de las palmas una sola travesía de la Rambla de Catalunya (poquísimo con lo que abarcaba no hace tanto tiempo) y también lo ha hecho la que ha terminado por asentarse en los alrededores de la Sagrada Família. Estadísticas en mano, esta es una ciudad descreída o, como poco, muy poco practicante. Pero las poco más de 20 tiendas instaladas entre Consell de Cent y Aragó, por ejemplo, están demostrando desde el pasado miércoles que está es una tradición que se resiste a extinguirse o, incluso, que gracias a la inmigración más creyente va camino de resucitar.

La Rambla de Catalunya, entre Consell de Cent y Aragó.

La Rambla de Catalunya, entre Consell de Cent y Aragó. / JORDI OTIX

No hace tantos años esta era una fiesta con más empaque en Barcelona, no a la altura de Vic, por supuesto, pero que si se toma como unidad de medida las calles que abarcaba, resulta obvio que competía en otra división. “Mi madre se instalaba más a menos aquí donde ahora estoy, entre Consell de Cent y Aragó, y mi padre tenía su ‘parada’ delante del cine Alexandra”, o sea, cuatro travesías más arriba, cuenta Teresa. La suya es una tradición familiar que se remonta a 1949. La de las palmas y los palmones, mucho más. Tiene como poco 15 siglos de antigüedad y con ella se recrea la entrada de Jesús entre vítores en Jerusalén, a lomos de un burro, en la que, a la postre, iba a ser su última semana de vida.

No solo a él. A los reyes y a quien se lo mereciera se le recibía así en aquella y otras ciudades del Mediterráneo oriental, saludándoles con hojas de palma que terminaban por alfombrar las calles. Con la expansión del cristianismo y, evidentemente, de sus nuevas liturgias, la celebración del Domingo de Ramos llegó a este lado del Mediterráneo, aunque con un contratiempo: las palmas no eran plantas aquí autóctonas, así que primero se celebró esa fecha, preludio de la Semana Santa, con ramas de otros árboles. Y con la llegada de los europeos y el catolicismo a América, la tradición creció, claro, con sus peculiaridades. En Colombia, por ejemplo, la especie tradicionalmente empleada ha sido la palma de cera, considerado el árbol nacional del país, pero su uso intensivo por estas fechas, con grandes procesiones de palmas en cada pueblo y ciudad, obligó a tomar medidas y se prohibió su utilización. Lo dicho, cada punto geográfico tiene sus singularidades. En Italia, otro ejemplo, no es un obsequio a los ahijados. Su significado es el mismo, un anticipo de la Semana Santa, pero de una forma quizá menos lúdica. En Barcelona, al menos cuando la tradición era mucho más presente, lo común era golpear con el palmón en el suelo hasta que la punta inferior adquiriera el aspecto de una escoba.

Hoy ya no se usan otras especies vegetales. Solo palmas. Las que usa Teresa, como la mayoría, han sido cultivadas expresamente para esta función religiosa en Elche, donde dominan a la perfección la técnica para que lleguen bien pálidas a los talleres artesanos. No es amarillo tenue su color natural. En origen, reciben el mismo trato, salvando las distancias, que las lechugas para que conserven hojas casi blancas.

Una elaboradísima palma.

Una elaboradísima palma. / JORDI OTIX

Teresa recuerda aún cómo sus padres terminaban de tratar a diario las palmas con el humo de azufre ardiente para adquirieran la flexibilidad necesaria antes de darles las filigranescas formas deseadas. Conviene repasar las fotos. Buscar una palma de las más pequeñas. Las hay de poco más de la longitud de un dedo medio. No hay ahí hilos ni alambres. Tampoco sustancias adhesivas. Son entre dos y tres horas de una suerte de papiroflexia vegetal en la que cualquier error no tiene marcha atrás. Tanto trabajo puede que sea la razón última por la que sí se ha extinguido una de las tradiciones vinculadas a las palmas y los palmones. Formaba parte del rito colgarlas en el balcón o dentro de casa para encomendarse hasta su protección y, llegado una nueva Semana Santa, antes de renovarlas, quemar las viejas. Sería una pena. No solo hay familias que las conservan imperecederas, sino que esta semana se las han llevado a la Rambla de Catalunya para que Teresa Fernández las vea.