Apertura en julio

La Central quería abrir una nueva librería en Madrid y encontró el local perfecto a 627 kilómetros..., en Barcelona

La iconografía de las calles y parques de Barcelona, obra de un 'hombre de las cavernas', cumple 20 años

Las tres persianas cerradas aún de la futura nueva La Central, en Consell de Cent.

Las tres persianas cerradas aún de la futura nueva La Central, en Consell de Cent. / Marc Asensio

Carles Cols

Carles Cols

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Fue a Madrid a buscar un local adecuado para abrir una nueva librería y lo encontró, lo que son las cosas, a 627 kilómetros de distancia, o sea, en Barcelona. Así es. La Central abrirá una nueva tienda en próximo julio en el 316 de la calle de Consell de Cent (siempre y cuando sea gente de palabra el sector de la albañilería) y en septiembre, porque el verano no es buen momento para ello, celebrará la correspondiente fiesta de celebración. La noticia no es nueva, pero los motivos por los que Antonio Ramírez, cofundador de La Central en 1995 (una década en la que las librerías de la ciudad tendían más a la extinción que al alumbramiento), localizó en Barcelona la nueva tienda que buscaba en Madrid tienen su qué. De hecho, tiene varios qués, un puzle de motivos que subrayan, entre otras cuestiones, cuán importante son a veces el urbanismo y los planes de usos para defender un estilo de ciudad.

El motivo de esos viajes de Ramírez a Madrid fue el indeseado traslado en 2023 de una de sus tiendas de Madrid, que ocupaba un espacioso palacete isabelino en el barrio de Callao. La mudanza, originada por un galimatías inmobiliario que no viene al caso, fue a un establecimiento mucho más pequeño, de una cuarta parte de los metros cuadrados del anterior. Menos estanterías, menos libros. La ecuación es de matemáticas de primaria. La cuestión es que cuando se puso manos a la obra para resolver esa falta de espacio, pronto descubrió una realidad poco subrayada de la capital de España. Tantas grandes fortunas internacionales, sobre todo latinoamericanas, se están afincando en Madrid que el precio de los locales ha terminado por crecer geométricamente. Eso, y que la arquitectura de las zonas más nobles de la capital no es la misma que la de la parte más señorial de Barcelona, la Dreta de l’Eixample, por ejemplo, con unos locales a veces de gran profundidad e, incluso, con sótanos que en su día fueron antiguas carboneras.

Consell de Cent, entre el paseo de Gràcia y Pau Claris, y a ambos lados de la calle, su yin y yan comercial.

Consell de Cent, entre el paseo de Gràcia y Pau Claris, y a ambos lados de la calle, su yin y yan comercial. / Marc Asensio

La búsqueda era en Madrid, pero los paseos placenteros los hacía Ramírez en su ciudad, Barcelona. Es él uno de tantos enamorados de los ejes verdes, para otros, es verdad, controvertida apuesta urbanística de la ciudad, un espacio preferentemente peatonal, desaconsejado para ir motorizado.  “Pero, a la hora de la verdad, ¿quién va a comprar libros en coche?”, se pregunta Ramírez.

Fue así de simple. Pasó un día por delante del 316 de Consell de Cent, una dirección postal a solo 10 pasos del paseo de Gràcia, un lugar, por lo tanto, en principio cotizadísimo, como un huevo Fabergé de las tiendas en busca de inquilino. Llevaba allí colgado bastante tiempo el cartel de ‘se alquila’ en unos bajos de tres puertas. Antes, aquello había sido una oficina del Deutsche Bank y una copistería, en total, unos 350 metros cuadrados, que, la verdad, no es demasiado para una librería, pero Ramírez lo tuvo claro y llamó para preguntar por el alquiler.

Al otro lado del teléfono encontró al dueño de la finca, en principio, una posible ‘víctima’ del plan de usos que afecta a esa parte del Eixample. La reurbanización de Consell de Cent como un eje verde aconsejó aprobar primero un plan de usos que evitara que esa calle fuera un nuevo Enric Granados, es decir, un monocultivo de restaurantes y bares. En la memoria de esta ciudad aún perdura que cuando cerró la librería Catalònia, una hamburguesería ocupó su lugar. En realidad, explica Ramírez, a quien encontró al otro lado del teléfono, más que a una víctima, fue a alguien con alma de barcelonés, alguien cansado por la puja de alquileres que le ofrecían, por ejemplo, los dueños de los supermercados de 24 horas, ese tipo de negocio que no reguló el plan de usos.

El escaparate del supermercado de la acera contraria, con el reflejo de los carteles de La Central en el cristal.

El escaparate del supermercado de la acera contraria, con el reflejo de los carteles de La Central en el cristal. / Marc Asensio

De hecho, justo delante de lo que será la nueva La Central hay uno de esos establecimientos, quizá uno de los que más chirrían por su aspecto, con unas luces cegadoras y una oferta comercial en la que despunta el alcohol y los productos para turistas. Se supone que las maletas y las pelotas de fútbol no es lo que un cliente de supermercado espera encontrar en el escaparate. En este, es lo que hay.

Cuando el dueño de la finca supo que una librería podía ser su nuevo inquilino, la negociación pasó a ser una cómoda cuesta abajo. Tanto es así que, desde que se firmó el acuerdo, el mayor quebradero de cabeza de Ramírez no han sido, pongamos por caso, los permisos municipales o dar de alta los servicios de luz y agua, sino poder replicar ‘comme il faut’ una de las señas de identidad de las librerías de La Central, ese suelo de madera que cruje a cada paso. “Parece mentira, pero no es fácil de encontrar”.

Admite Ramírez que la apuesta tiene su riesgo. Por una parte, Amazon, por muy antipático que caiga ahora Jeff Bezoss por su vis trumpista, sigue allí como gran amenaza de cualquier tienda de proximidad. Por otra, aquella zona del Eixample anda bien surtida de librerías. Están la Laie, la Documenta y la Finestres, por citar tres que tienen atmósferas similares de la de la Central, que también tiene otro local cerca, en la calle de Mallorca. No cree que eso sea un obstáculo. De un tiempo a esta parte, Barcelona ha despuntado por la aparición de una constelación de pequeñas y medianas librerías, mientras renquean algunos gigantes del sector, como la FNAC, en horas bajas. Asegura Ramírez que este es un fenómeno contracorriente, que no se da en París, Londres o Berlín. “A lo mejor se puede hablar ya de una Escuela Barcelona de librerías”, dice.