Especie invasora
Las cotorras malogran con su voracidad el espectáculo primaveral de la floración de los árboles del amor
Barcelona celebra su particular 'hanami' con más de 4.500 árboles de Judea en flor
Operación polluelo en el puerto de Barcelona

Dos cotorras dan cuentas de las flores de un 'cercis' en el Eixample. / FERRAN NADEU


Carles Cols
Carles ColsPeriodista
Acaban de florecer los más de 4.500 ‘Cercis siliquastrum’ de la ciudad, ese árbol que los cruzados metieron en sus alforjas de regreso a casa tras guerrear en Tierra Santa y que de un tiempo a esta parte se ha convertido en una preciosa postal que anuncia en Barcelona la llegada de la primavera. Acaban de florecer y, vaya, en lo que ya es el acabose, algunas cotorras, la más lista de las especies invasoras de la ciudad, se ha lanzado a arruinar tan estupendo momento. La foto lo atestigua. No es que todos los árboles del amor o de Judea (por ambos nombres se lo conoce) estén siendo atacados por esta suerte de alien alado y verde que son las ‘Myiopsitta monachus’, o sea, la cotorra argentina, pero es todo un mal presagio visto que el crecimiento de la población de esta ave omnívora como pocas no parece tener techo.
Hay quien le llama árbol de Judea porque se supone que de una rama de esta especie vegetal se ahorcó nada menos que Judas Iscariote cuando alcanzó a comprender el tremendo error que cometió a entregar a Jesús a los soldados romanos. Árbol del Amor, visto que hay quien se retrata debajo de él con la pareja, parece un nombre más adecuado. O simplemente, un ‘cercis’. El caso es que, llegado el momento, los ‘cercis’ de Barcelona alfombran las aceras con sus característicos pétalos de un rosa casi liliáceo, pero ese momento no es ahora. Es pronto. Que algunos alcorques parezcan pintados de ese color es en parte culpa de las cotorras, descendientes directas de unos pocos ejemplares que llegaron a la ciudad como mascotas en los años 60 (eran más baratas de comprar en las tiendas que un loro ‘comme il faut’, pero con el tiempo puede decirse ahora que lo barato sale caro) y que anidaron por primera vez en las calles, tras escapar las más listas de sus jaulas, en 1976.

Un árbol de Judea, con el alcorque medio sembrado de pétalos. / FERRAN NADEU
Aquel primer nido estaba en el cementerio de Poblenou. En 1979 apareció otro en las copas de los árboles del Zoo. En 1981, allí mismo, ya eran seis los nidos. Con el tiempo, aquel sería el escenario de una cruenta batalla, pues también le dio por criar a sus polluelos en esos mismos árboles a un grupo de garzas reales que habían llegado antes, tal vez en 1974. Una y otra especie no se conocían. Sus hábitats en el mundo son muy distintos. El caso que es las cotorras comenzaron a robar las ramas de los nidos de sus vecinas y estas respondieron con razias para picotear huevos y despedazar polluelos. Tan insólita e inesperada fue aquella guerra que dio pie a un interesante artículo científico que firmó Josep García, responsable entonces de la vida realmente salvaje del zoo. ‘Primeras interacciones depredadoras de garza real ‘Ardea cinerea’ sobre nidos de cotorra argentina ‘Myiospsitta monachos’ en Barcelona’. Así lo tituló.
De hecho, la evolución y el impacto de la cotorra en Barcelona ha sido objeto de como mínimo tres más investigaciones a fondo, explica el doctor en bilogía Joan Carles Senar, que ha participado en todos ellas. Una es sobre su evolución demográfica. Asusta. Cada tres años y medio, aproximadamente, las cotorras duplican su población. Los factores son muchos. Uno es que las crías alcanzan la madurez sexual al primer año de vida, algo inusual en su América natal. Con una esperanza de vida de quizá unos 13 años, no es raro que el crecimiento sea exponencial. No hay en la ciudad serpientes y zarigüeyas, sus depredadores naturales, que amenacen su existencia. Como mucho, algún halcón, pero como son muy astutas conocen a la perfección las zonas de caza de estas rapaces y por ahí vuelan bajo y en silencio. Ni siquiera las gaviotas tratan apenas de capturarlas. Prefieren las palomas, no solo por más torpes si de escapar se trata, sino también porque sus pechugas son más generosas en carne. La presencia de nidos es actualmente muy visible. Los hay de hasta 100 kilos, con capacidad para unas 30 parejas, un sobrepeso que ha causado más de un contratiempo de seguridad.

Una cortorra come pan en el suelo entre palomas, una escena imposible no hace tanto. / FERRAN NADEU
El segundo estudio tiene que ver precisamente con el mal que comienza a aquejar a lo ‘cercis’. Si es necesario, las cotorras hasta son carroñeras. No le hacen ascos a nada. Se las ha visto hasta ingerir las drupas de los cinamomos. El caso es que hace unos años comenzaron a ser visibles en las aceras y en los parterres de los parques. Antes raramente pisaban el suelo. Esa conquista ha permitido que incorporen a su dieta alimentos antropogénicos. La guinda, subraya preocupado Senar, es que han comenzado a aparecer vendedores de pipas en los alrededores de la Ciutadella para que los turistas les den de comer y puedan así hacer unas fotos de recuerdo. El conjunto es catastrófico. Los pétalos de los ‘cercis’ son una parte infinitesimal de la dieta de las cotorras, es cierto, pero no deja de ser preocupante, porque la apuesta de la ciudad por tener especies con flor en su masa vegetal no tenía como propósito dar de comer a las cotorras, sino favorecer la presencia de insectos polinizadores, como las abejas.
El tercer estudio en el que ha colaborado el profesor Senar ha examinado la salud de esta especie. Lamentablemente, es de hierro. Un ejemplo. En el análisis de la sangre de los mosquitos de la ciudad se ha comprobado que las cotorras no escapan de sus picaduras, y a través de esa pista se ha descubierto que no pueden ser transmisoras de la malaria, pero pueden ser portadoras de la enfermedad de Newcastle, dolencia que, sin embargo, afortunadas ellas, no padecen. Sus nidos pueden ser además el hogar de una sobrepoblación de ácaros que da auténtico repelús, pero eso tampoco parece que les cause preocupación alguna. Preocupados puede que tengan que estar los ‘cercis’. Sería una lástima.
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