La otra gentrificación
El Eixample pierde otra residencia geriátrica y se afianza así el temor a una cascada de cierres
Los últimos residentes del geriátrico Tàber dejan su hogar entre las obras del edificio

Una residente de Las Violetas, en el balcón de la finca. / Las Violetas


Elisenda Colell
Elisenda ColellRedactora
Periodista de desigualdades y exclusión social crecida en la redacción de informativos de la Cadena SER en Catalunya. Nací en Viu Comunicació y Cugat.cat.
Avisó la patronal de las pequeñas y mediana residencias geriátricas de Catalunya que una tormenta perfecta amenaza con condenar a la extinción a este tipo de cada vez más indispensables equipamientos. Al menos esas son las nubes de tormenta en el ecosistema vecinal del Eixample barcelonés. Ignasi Freixa, presidente de esa patronal, anunció a mediados de febrero una cascada de cierres de este tipo de negocios y ese mes terminó con un indigno episodio en el 625 de la Gran Via. Los 25 residentes de aquella residencia y sus familias, la Tàber, fueron invitados de la peor de las maneras posibles a hacer las maletas, en aquel caso porque un fondo de inversión ha comenzado a convertir la finca en un edificio de apartamentos de lujo. Otra residencia de la Gran Via, Las Violetas, confirma ahora que también tiene que decir adiós, aunque en su caso de forma exquisita, pues le ha buscado un nuevo hogar a sus 25 residentes y a sus 15 trabajadores, todo ello para que no se rompa esa suerte de familia que forman juntos. Se irán a Badalona. Pero la mudanza no contradice la advertencia de Freixa, que avisa que de aquí al 2030 se perderán unas 1.400 plazas en el distrito.
No ha llegado aún la Generación del Baby Boom a la edad geriátrica. Fue 1964 el año con más partos en la historia de España, o sea, que se asoma ahora esa generación gigante a la sesentena. La previsión, resulta obvio, es que la demanda de plazas crecerá. La realidad es que con la directiva que hace cinco aprobó la Generalitat para regular este sector, la oferta menguará. El caso de la residencia Las Violetas es paradigmático. Está, como tantas en el Eixample, en un piso de una finca que antaño fue muy noble, es decir, de altos techos, hermosos suelos de pavimento hidráulico y grandes dimensiones, con ventanales que dan a la calle y al interior de manzana. Una al menos de las residentes de Las Violetas está a nada de ser centenaria y otras a punto de cumplir los 99, o sea, que conocieron el esplendor de este tipo de fincas y, desde luego, jamás imaginaron que un día tendrían que irse de su propia ciudad. El problema, subraya. Miguel Adelantado, gerente de este equipamiento, es que la Generalitat reclama ahora a estas residencias una condiciones imposibles de cumplir.
Son 15 reglas. Tener más de una puerta de acceso, ningún pasillo de menos de 160 centímetros de anchura, camas de 1,90 metros… “Las habitaciones dobles, por ejemplo, no puede medir menos de 12 metros cuadrados, y tenemos dos de solo 10 metros cuadrados”. Subsanar esos contratiempos sobrevenidos por una directiva, algo imprescindible para no perder la condición de residencia concertada, no parece posible. Sea cual sea la razón por la que la Generalitat ha llevado adelante esta medida, salta a la vista que en el caso del Eixample lo ha hecho sin que haya un plan B previsto para que en ese distrito de Barcelona, plusmarquista en número de población envejecida, líder en centenarios (casi todos mujeres), puedan seguir viviendo en él como mínimo quienes tienen las raíces familiares ahí.
A los 25 residentes de Las Violetas les ha encontrado acomodo Adelantado en un centro recién inaugurado en el barrio de Gorg, del grupo francés Colisée, al menos buen comunicado en metro y en un barrio en profunda renovación de Badalona, no lejos, además, del mar. Ha sido necesario el plácet de la Generalitat para llevar a cabo esa mudanza, que aún no tiene fecha, pero que será antes del verano. El plus de que la nueva empresa haya aceptado también incorporar a la plantilla de Las Violetas ha sido, más que la guinda, una buena noticia, no solo porque no perderán los puestos de trabajo, sino porque cada unos de ellos conoce bien a los 25 ancianos residentes. En oficios como este, hasta se suelen establecer relaciones incluso de amistad.
Pero que en esta ocasión, de forma radicalmente distinta a como sucedió con el caso de la Tàber, se haya encontrado el camino del mal menor, apenas disimula el problema de fondo. En el Eixample, según cifras del padrón municipal, viven solas hoy algo más de 12.400 mujeres de más de 65 años. Los hombres son menos, unos 4.000. Son dos números que ayudan a comprender lo que está por venir. El presente son otros números igual de llamativos. El número de centenarios es también sorprendente, 165 mujeres y solo 25 hombres. La cifra exacta de mayores que tienen una residencia como hogar, no obstante, no es fácil de manejar en mitad del mar de datos del padrón, pero si el universo es el Eixample, puede que sean cerca de 3.000. Lo común es que quienes terminan por vivir en una residencia, se empadronen allí, porque así tienen el médico de cabecera cerca y, cuando hay elecciones, la urna a mano. Si el presidente de la patronal no se equivoca, como poco 1.400 octogenarios y nonagenarios tendrán que empadronarse de nuevo en otra dirección postal, poco o mucho, un quebradero de cabeza a cualquier edad. A esa, más.

Residentes de Las Violetas, de paseo por barrio. / Las Violetas
A efectos estadísticos, la extinción de las residencias en pisos principales del Eixample puede incluso tener inesperados efectos colaterales. Según las últimas cifras disponibles, la esperanza de vida al nacer de las mujeres en este distrito, a pesar de la contaminación y de la falta de verde, es notablemente alta, de 87,5 años, una cifra superada en poquísimos lugares del mundo. El covid hizo que retrocediera un par de décimas, pero aún así es unas esperanza de vida muy alta. Lo que las estadísticas no incluye es otro concepto que, quizá, visto lo visto, deberían comenzar a sopesar: la esperanza de vivir en el Eixample, un índice cada vez más a la baja, salvo que se tengan los posibles necesarios para vivir en una de esas decenas de fincas de ‘alto standing’ que están convirtiendo los barrios de esta parte de la ciudad en un gruyere social.
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