Pere Falqués (1850-1916)

Barcelona honra al arquitecto que quiso 'vaticanizar' la plaza de Catalunya

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La propuesta de plaza de Catalunya con la que Falqués ganó el concurso de ideas de 1887.

La propuesta de plaza de Catalunya con la que Falqués ganó el concurso de ideas de 1887. / J. Vehil

Carles Cols

Carles Cols

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Recuperamos este reportaje publicado originalmente el 14 de febrero de 2025.

Ha decidido Barcelona por fin rescatar de la penumbra al que fue uno de los apellidos más populares de la ciudad en la última década del siglo XIX y la primera de XX, Pere Falqués, arquitecto municipal, padre de algunas interesantes obras que aún perduran, responsable de algún que otro desaguisado e impulsor de una larga lista de ideas que murieron nada más nacer, como prolongar la Rambla de Catalunya hasta Lesseps, que se dice pronto, y dedicarle un monumento a Ildefons Cerdà, que aún no lo tiene. Tan conocido era que para cuando sorprendía a propios y extraños, se acuñó una frase, “cosas de Falqués”. Pero poco a poco su recuerdo se desdibujó, tanto que incluso las características farolas del paseo de Gràcia, que son uno de sus diseños, se atribuyen a otros arquitectos. Pobre.

El potente departamento editorial del Ayuntamiento de Barcelona acaba de publicar la profunda inmersión que en la biografía de aquel personaje ha realizado el historiador del arte Joan Molet, ‘Pere Falqués, el arquitecto municipal de la Barcelona modernista’ un libro exquisitamente documentado y un yacimiento infinito de sorpresas. Explica Molet que solo con los proyectos infructuosos de Falqués ya podría haber escrito un libro, es decir, algo así como una línea temporal distinta de la historia de la ciudad si en determinados momentos no se hubieran descartado las ‘cosas de Falqués’. De ser así, esa ucronía arquitectónica debería llevar en portada el que quizá fue su plan más ambicioso, el de urbanizar la entonces inexistente plaza de Catalunya al estilo de la de San Pedro del Roma, un monumental óvalo porticado que (esa era uno de los propósitos) ocultara la fealdad de la mayoría de las fachadas de aquel entorno urbanístico.

Los bocetos de las farolas del paseo de Gràcia, un diseño de Falqués.

Los bocetos de las farolas del paseo de Gràcia, un diseño de Falqués. / AHC

El plan de Ildefons Cerdà para urbanizar lo que hoy es el Eixample no previó ninguna bisagra para engarzar la antigua ciudad con la nueva, pero, lo que fue peor, no quedó claro a quién pertenecían los terrenos que ocupaban las antiguas murallas. El Gobierno central los reclamaba como suyos. Las familias que siglos antes habían perdido aquellas tierras consideraban el momento como el final de una cesión, así que urbanizaron a su antojo las aproximadamente cinco hectáreas abiertas de par en par. Falqués pasó horas y días en los archivos de la Corona de Aragón para asegurarse de que, llegado el caso, se expropiaba al propietario correcto. Puede decirse, por eso, que contribuyó a la propia existencia de la plaza, pero no, sin embargo, a su diseño.

Su primer boceto era inequívocamente una traslación a Barcelona de la columnata con la que Bernini resolvió en Roma idéntico problema en 1657. Incluso, en el lugar que en el Vaticano hay el célebre obelisco egipcio que Nerón empleó como señal de meta para sus carreras de cuadrigas, Falqués previó un monumento de gran altura, cuya cima estaría reservada a algún prohombre aún por decidir.

La reconsideración de la plaza por parte de Falqués, de 1893, ya sin el monumento central.

La reconsideración de la plaza por parte de Falqués, de 1893, ya sin el monumento central. / AHCB

En el segundo boceto de la plaza, esa versión local del obelisco desapareció y el plan era otro, una fuente monumental con un gran juego de surtidores. Nada de toda aquella ‘vaticanización’ de lo que hoy es el centro de la ciudad se llevó a cabo. Ni siquiera otros de los planes en los que Falqués trabajó, como un edificio imponente en la cara norte de la plaza, atravesado por una señorial galería, al estilo de la Vittorio Emmanuele de Milán.

El edificio 'a la milanesa' que Falqués propuso en 1891 para la cara norte de la plaza de Catalunya.

El edificio 'a la milanesa' que Falqués propuso en 1891 para la cara norte de la plaza de Catalunya. / AHCB

En esa Barcelona ucrónica de Falqués despuntaría, además, lo que en 1888 tenía que ser el primer rascacielos de la ciudad, la Torre Comtal, de algo más de 200 metros de altura, con la que Barcelona quería toserle a la mismísima Torre Eiffel de París, a la que los más comodones podrían subir con un trenecito cremallera para llegar a un restaurante con una vista impagables.

La Torre Comtal, que de llevarse a cabo en 1888 habría sido el primer rascacielos de Barcelona.

La Torre Comtal, que de llevarse a cabo en 1888 habría sido el primer rascacielos de Barcelona. / AHCB

La mención aquí de la capital de Francia es premeditada y, en cierto modo, sirve en bandeja la oportunidad de ahondar en uno de los aspectos más interesantes del libro de Molet. París es, a poco que se pasea por sus calles, una ciudad en la que sorprende la notable uniformidad de sus edificios, con un gran número de rasgos comunes, como las mansardas del último piso y los tejados de pizarra. Barcelona es todo lo contrario. El Eixample de la primera etapa pretendió dar poca libertad a la creatividad de los arquitectos, pero en 1891, siendo Falqués arquitecto municipal, la normativa fue modificada y, para alegría primero de los modernistas, se desencadenó un ‘viva la virgen’ del que hoy Barcelona presume, sobre todo a la hora de cautivar a los visitantes.

Falqués, sin ser exactamente un arquitecto modernista, fue el que dio el visto bueno a las licencias de obras que presentaban personajes como Lluís Domènech i Montaner (al que le unía una gran amistad), Antoni Gaudí (con el que compartió aula en una asignatura) y el temible Josep Puig i Cadafalch (archienemigo del legado urbanístico que Cerdà dejó a la ciudad).

“Hay que tener en cuenta que, en aquel tiempo, todo buen arquitecto era además un buen historiador”, subraya Molet. Era un momento en el que Catalunya intentada reconstruir su identidad y la arquitectura no era neutra, era directamente política. Luego, añade Molet, llegaron los ‘noucentistes’, para los que el modernismo era solo una indeseable bruma procedente del norte de Europa. La cuestión, en definitiva, es que Falqués ocupó el cargo de arquitecto en una etapa de todo menos aburrida.

Pere Falqués, en un retrato al carboncillo que le hizo Ramon Casas.

Pere Falqués, en un retrato al carboncillo que le hizo Ramon Casas. / MNAC

Es su faceta de verdadero arquitecto de obras, su huella salpica todo el mapa de la ciudad. En Sants, por ejemplo, con el edificio del mercado municipal. En los Jardinets del paseo de Gràcia, con la majestuosa Casa Bonaventura Ferrer. Pero si a Molet se le pone en el reto de elegir solo una de sus obras, no duda, pese a que ha perdido parte de su original encanto, de que la cima creativa de Falqués fue un edificio industrial, la Central Catalana de Electricidad, de la esquina de Roger de Flor con la avenida de Vilanova. Es realmente muy hermoso.

La biografía de Falqués es un auténtico icosaedro, de 12 caras, puede que incluso más. Es posible unir su nombre a un porrón de historia de la ciudad. Hoy solo una tristona plaza le rinde homenaje, aunque más que una plaza es una esquina un poco ancha en la periferia de Sant Andreu. Pero, solo por cerrar esta crónica con una de esas facetas del icosaedro, nada mejor que su participación en el diseño de la Via Laietana. La decisión de abrir una avenida que uniera el Eixample con el puerto a costa de demoler decenas de casas en Ciutat Vella no la tomó él. Formaba parte del Pla Baixeras. Lo que Falqués sí hizo fue atemperar un diseño preliminar que estuvo sobre la mesa y que pretendía que toda la anchura de la calle estuviera consagrada al tráfico de vehículos. Las aceras de la Va Laietana habrían sido así constreñidas en pórticos debajo de las fincas, más o menos al estilo de Bolonia. Falqués decantó la balanza para evitar aquel plan y, de paso, tuvo una ocurrencia. “Cosas de Flaqués”, dirían entonces. Propuso construir bajo la Via Laietana un túnel. Quizá algún día, pensó, serviría para algo. En 1934 (hacía 18 años que había fallecido) se empleó para que pasara el metro.