València, 284
El Museu Egipci festeja, con hitos 'piramidescos', sus primeros 30 años de legado a Barcelona
Hasta 140.000 adultos han pasado por las aulas de este centro cultural para formarse en egiptología
El Museu Egipci de Barcelona cumple 30 años de, como diría Howard Carter, "cosas maravillosas"

La colección del Museu Egipci, en su tourné por China, donde reunió a un millón de visitantes / MUSEU EGIPCI


Carles Cols
Carles ColsPeriodista
Celebró hace ahora un año el Museu Egipci de Barcelona lo que para los antiguos faraones era un motivo de jubileo o, dicho más apropiadamente, el Heb Sed, o sea, la celebración de sus primeros 30 años de reinado. Así es. Fundado en marzo de 1994, el Museu Egipci miró hace un año por el retrovisor y presentó en público unas cifras de aúpa (5,5 millones de visitantes, 22 exposiciones temporales, más de 35.000 años sumergidos en una cultura que les parecerá quizá extraterrestre…), pero quedó entonces pendiente una reflexión más pausada sobre cuál ha sido el impacto social de su presencia en el corazón de Barcelona (València, 284) y la dirección de este centro cultural de la ciudad acaba de llevar a cabo esa tarea. Ha sido, según se mire, un impacto gigante, del tamaño de una pirámide.
La puerta de acceso al Egipci es, si se permite la comparación, equivalente a las de las tumbas del Valle de los Reyes, más que sobria, muy discreta, apenas distinguible de la de un comercio más del Eixample. Y, como en la tumbas de la riba contraria de Luxor, esconde maravillosos tesoros. Pero el balance que realiza la directora, Maixaixa Taulé, no pone el foco en la colección, de 1.260 piezas originales, sino en lo que se ha edificado cultural y académicamente alrededor de ellas.

Maixaixa Taulé, directora del Museu Egipci. / MARC ASENSIO
La egiptología, por poner antes un poco de contexto, es un Guadiana a este lado del Mediterráneo. No ha sido el Nilo un río con el que se hayan establecido lazos a lo largo de la historia, ni siquiera cuando la soldadesca y los comerciantes de la Corona de Aragón navegaron hasta las costas más orientales del Mediterráneo. En las facultades de Geografía e Historia, recuerda Taulé, la egiptología ha sido una especialidad muy difícil de cursar. Este es un país de medievalistas y de especialistas en historia prehistórica y contemporánea, pero la aproximación al mundo de los jeroglíficos y los faraones ha sido solo posible a través de excepciones, como las clases que impartió el catedrático Josep Padró hasta que decidió jubilarse.
Esa es la tierra que durante los últimos 31 años ha decidido sembrar el Museu Egipci, por donde han pasado hasta 140.000 adultos para formarse, en distintos niveles, en esta materia. Los más avezados, es decir, los que en su día decidieron hasta cursar un máster, llegaron a recibir de manos de cada presidente de la Generalitat de turno el título académico que acreditaba su especialidad. Hoy, explica Taulé, universidades como la UAB tienen entre sus profesores sólidos egiptólogos que no es exagerado decir que son hijos, al menos en parte, del museo de la calle de València.
Y en un futuro cercano, además, puede que algunos sean descendientes de ese campus arqueológico que el Egipci tiene instalado de forma permanente junto a una masía de Palau-Solità i Plegamans, donde es posible desenterrar cada día (por la noche se vuelve a cubrir de arena y piedras) un yacimiento funerario réplica de alguno auténtico. Como la tumba de Sennedyem que en 1886 descubrió, intacta además, un egiptólogo sin igual en estas latitudes, Eduard Toda, toda una celebridad en su época y, también, un hombre con un gran sentido del humor, como el que demostró en aquella ocasión en que se hizo retratar hecho literalmente una momia.

Un grupo de niños, tras descubrir su momia en el campamento arqueológico del museo. / MUSEU EGIPCI
Toda es perfecto para certificar que el interés por la egiptología está siempre latente en todas las culturas del mundo, también en la barcelonesa. Lo que ocurre, por desgracia, es que es necesario que haya una chispa que encienda la llama. Lo hizo en su día Agatha Christie localizando uno de sus crímenes en el Nilo. Lo hizo Tintín cuando a punto estuvo de morir embalsamado por unos narcotraficantes de opio. Lo hizo, cómo no, el hallazgo de la tumba de Tutankamon y el posterior y ‘bizarre’ uso que de aquel hito arqueológico hizo el cine de terror. Terenci Moix puso también su grano de arena, nunca tan bien dicho. Y en esa línea del tiempo guadianesca es inapelable incluir, claro, los 31 años de vida del Museu Egipci.

Eduard Toda, tal y como se hizo retratar víctima de su pulsión por la egiptología. / Archivo
A lo largo de estas tres década de reinado, el museo ha jugado con buena mano sus cartas. Ha organizado exposiciones temporales exitosas dedicadas a las joyas de los faraones, a sus animales sagrados, a sus enfermedades... Ha organizado cursos con títulos que invitan a matricularse, como uno dedicado a los aspectos más sórdidos de las relaciones familiares de los antiguos reyes del Nilo y a sus conspiraciones palaciegas. Pero, tal vez, lo más piramidesco de todo cuanto ha hecho el Museu Egipci haya que buscarlo de puertas afuera y muy lejos.
Los equivalentes del Museu Egipci en otras ciudades, sobre todo los más importantes, como el de El Cairo y el de Turín, son a menudo reacios a mostrar sus tesoros en otras ciudades. El de Barcelona lo ha hecho como mínimo en cuatro ocasiones en el extranjero. Viajaron algunas de sus piezas a Colombia y las colas daban la vuelta al Museo Nacional de Colombia, porque era la primera ocasión en que en aquel país podían estar cara a cara frente a momias milenarias que no fuera suramericanas. Pero, para éxito mayúsculo, el cosechado en China, donde el Egipci itineró parte de su colección por cuatro ciudades, Chengdú, Pekín, Shangái y Hangzhou. Terminado el periplo, hicieron cuentas. Los visitantes fueron alrededor de un millón, explica Taulé, muchos de ellos ataviados para la ocasión, no de etiqueta, sino a la moda egipcia. Eso, aunque resulte curioso, merece estar también en el balance.
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