A los 99 años de su muerte

La Sagrada Família abre con joyas inéditas un museo que retrata al Gaudí creyente más allá de la arquitectura

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Una de las vitrinas del museo, que exhibe varias piezas apenas expuestas antes.

Una de las vitrinas del museo, que exhibe varias piezas apenas expuestas antes. / S.F.

Carles Cols

Carles Cols

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Con quizá excesiva modestia, la propia de Antoni Gaudí en vida, ha inaugurado la Sagrada Família un pequeño pero interesante museo en una de las estancias de acceso al templo. Está dedicado, como es fácil de deducir, a Gaudí, pero no en su faceta de arquitecto, sino a la persona que fue más allá de su oficio. Ocupa solo medio centenar de metros y está, eso es interesante, justo encima de su sepulcro. Desde una ventana situada junto a una sobrecogedora máscara mortuoria del propia Gaudí, y aunque sea de forma oblicua, se puede vislumbrar la lápida del que ha terminado por ser el mayor yacimiento de petróleo turístico de la ciudad, un hombre que, sin embargo, antes de fallecer hace ahora 99 años rehuyó de cualquier fama y quiso ser solo un creyente más. Es un museo, lo dicho, pequeño, pero que atesora un conjunto de ‘reliquias gaudinianas’ que en algunos casos inéditas para el gran público.

Solo por despertar la curiosidad, en las vitrinas y paneles se muestra, por ejemplo, a Francesc Gaudí, el padre del arquitecto, trabajando sobre un yunque un caldero, pues ese era su oficio en Reus. Antoni tuvo una infancia enfermiza. Tenía frecuentes episodios de reumatismo articular, así que raro hubiera sido que siguiera los pasos artesanales de su padre. Con el tiempo llegó a la conclusión de que aquella debilidad física fue parte de su gran suerte, pues le desarrolló un espíritu de observación que es más que evidente en el conjunto de su obra, con esos edificios, a su manera, tan paisajísticos.

El 12 de junio, Joaquim Renart, un ilustrador sobradamente célebre en el primer tercio del siglo XX, pintó al carboncillo un último retrato de Gaudí, ya cadáver, y, cómo no, la pieza forma parte de la exposición.

Gaudí, fallecido y pintado al carbón por Joaquín Renart.

Gaudí, fallecido y pintado al carbón por Joaquín Renart. / Joaquim Renart

Curiosa es también la fotografía de Gaudí arrodillado durante la celebración de la IX Fiesta Expiatoria de la Blasfemia. Es de 1916. Habían transcurrido, por lo tanto, solo siete años desde la Setmana Tràgica, aquella violenta saturnal anarquista que a él en concreto le pilló inmerso en las obras del Park Güell, desde donde tuvo unas vistas casi únicas de las iglesias y conventos de la ciudad en llamas, una escena sin la que quizá sea imposible comprender por qué entregó los últimos años de su vida casi exclusivamente a la construcción de la Sagrada Família.

1904: Gaudí, al fondo, junto a su padre y su sobrina.

1904: Gaudí, al fondo, junto a su padre y su sobrina. / Desconocido

La fotografía es sorprendente porque, en realidad, casi todas las de Gaudí lo son, porque son muy escasa. Es cierto que cuando trabajó para las grandes fortunas de Barcelona quiso disfrutar de algunos de los placeres de los que familias como los Milà, y Batlló gozaban. Aspiró a ser miembro del Cercle del Liceu, pero el patriarca de los Güell vetó su entrada a tan selecto club. Más allá de detalles como este, a Gaudí le caracterizó la humildad, incluso, podría decirse, a la hora de morir. La historia se ha contado otras veces. Cuando un tranvía el atropelló junto a la plaza de Tetuán, los sanitarios que le acomodaron en una cama pensando que era un indigente le inscribieron con el único nombre que intuyeron que salía de sus labios, Antonia Samdi. Cuando se deshizo el entuerto, ya era tarde para salvarle la vida. Murió como un pobre y fue enterrado como un rey.

Los visitantes de la Sagrada Família, en el museo dedicado a Gaudí.

Los visitantes de la Sagrada Família, en el museo dedicado a Gaudí. / A. de Sanjuan

Eso también se subraya estupendamente en este pequeño museo recién estrenado por la Sagrada Família. El funeral por Gaudí a punto estuvo de empequeñecer al que años antes se organizó con motivo de la muerte de Jacint Verdaguer, del que se dice que fue el más multitudinario habido en la ciudad. El museo exhibe en sus vitrinas los recordatorios impresos para el adiós de Gaudí, el acta de defunción y tres fotografías muy reveladoras, porque muestra el paso de féretro por la plaza de Sant Jaume, la Rambla y la Sagrada Família. Así es. El ataúd, de roble y cubierto con un paño de la Associació d’Arquitectes de Catalunya (origen del actual COAC) recorrió media ciudad y a su paso repicaban las campanas de las iglesias. La ruta, de forma premeditada o no, pasó por calle de Casp, donde se erige uno de los proyectos más hermosos de Gaudí, la Casa Calvet, que aquel día lucía un gran crespón negro.

La. máscara mortuoria de Antoni Gaudí.

La. máscara mortuoria de Antoni Gaudí. / A. de. S.

La cuestión es que la inesperada muerte de Gaudí permitió de inmediato descubrir cuán poco en realidad se sabía de él más allá de su magnífica herencia arquitectónica. No era alguien a participar en la vida social. Tampoco llevaba un diario de su vida. Era, según se mire, una incógnita por despejar. Para resolver esa ecuación, la Sagrada Família ha echado mano, a la hora de completar este pequeño museo, de un libro crucial para los gaudinitas, ‘El pensamiento de Gaudí’ de Isidre Puig i Boada, que le conoció en vida y que comenzó a atesorar frases y razonamientos de aquella ‘arar avis’ del modernismo. No les dio forma de recopilatorio hasta 1981, ahora los responsables del templo han empleado algunas de esas frases para darle un sentido al museo. “Todo lo que no sea velar por las personas, y en todos los órdenes, es palabrería pura”. Eso dijo Gaudí. Y en otra ocasión, lo cual es más trascendental visto el camino que ha seguido la construcción de la basílica, dio por hecho que tras su muerte las obras proseguirían según el gusto del arquitecto que estuviera al frente de ellas. “No me molesta. Creo que incluso beneficiará al templo. Los grandes templos nunca han sido obra de un solo arquitecto”.

El féretro de Gaudí, a su llegada a la Sagrada Família.

El féretro de Gaudí, a su llegada a la Sagrada Família. / Desconocido

Esa idea, en el fondo, es la que se pretende transmitir con un video que se proyecta en mitad de la sala, a lo mejor tan simbólico que no es fácil cogerle la intención. El protagonista es un árbol que crece hermoso hasta que lo parte un rayo, metáfora de la muerte, pero sus frutos harán que la historia no finalice ahí. Tras ese accidente, nacerá un bosque.