Una biografía plagada de éxitos

La Esquerra de l'Eixample cumple medio siglo de luchas vecinales en plena batalla por la Casa Orsola

El renacer de la Capilla Gitana de la Modelo promete ser en primavera la sorpresa pictórica del año en Barcelona

Los maravillosos techos de Villarroel 71, el último bombardeo de Espartero

El monumento 'Dona i ocell', símbolo del parque que antaño fue el gran matadero de la ciudad.

El monumento 'Dona i ocell', símbolo del parque que antaño fue el gran matadero de la ciudad. / FERRAN NADEU

Carles Cols

Carles Cols

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Cumple medio siglo de vida la Associació de Veïns de l’Esquerra de l’Eixample, un parto administrativo que se prolongó dos años porque al gobernador civil de entonces, Rodolfo Martín Villa, le pareció de lo más improcedente que la palabra ‘izquierda’ fuera el primer apellido de esa organización. Ha decidido soplar las velas esta asociación en la Sala Villarroel, y lo que en principio se había organizado simplemente como la clásica fiesta de aniversario, o sea, un repaso de los mejores momentos de estos 50 años de vida, con logros realmente memorables, se ha convertido de repente, por culpa del calendario judicial de los desahucios, en el preludio de la gran batalla de la Casa Orsola.

Llevan meses los actuales dirigentes de la asociación de vecinos alertando de que los alquileres de temporada amenazan con descalcificar el esqueleto social del barrio. Muy raro es encontrar un piso de alquiler convencional en esa zona de la ciudad, incluso aunque sea a precios ya de por sí desorbitados. Igual que sucedió primero en la Dreta de l’Eixample, la compra de inmueble completos por parte de fondos de inversión está forzando la expulsión sin tregua de vecinos, a veces para reconvertir viviendas en apartamentos de temporada, como si el distrito principal de Barcelona tuviera que ser solo un lugar de paso, y en otras ocasiones para que renazcan como colmenas de habitaciones de alquiler, tal y como está previsto en la Casa Fajol, no lejos de la Casa Orsola.

Xavier Riu, vicepresidente de la asociación y uno de los pocos supervivientes de aquel parto de hace 50 años, invita a observar lo absurdo y amargo de la situación. Medio siglo de agotadoras luchas en la calle y en los despachos municipales, dice Riu, le han dado la vuelta como un calcetín a la Esquerra de l’Eixample para que ahora de esos logros se aprovechen empresas que con la fuerza del dinero se atreven contra vecinos de toda la vida a los que las actuales leyes de arrendamientos urbanos han terminado por dejar a la intemperie. A la espera de ver como termina la gran batalla de la Casa Orsola, que no es la única, pero sí la más simbólica, merece la pena, mientras tanto, explorar si es verdad que la Associació de Veïnes i Veïns de l’Esquerra de l’Eixample tiene tanto de qué presumir como asegura ahora que es cincuentona.

Los icónicos semáforos de Urgell, de los años 50, cuando solo había unos 20 cruces regulados sí en la ciudad.

Los icónicos semáforos de Urgell, de los años 50, cuando solo había unos 20 cruces regulados sí en la ciudad. / El Periódico

Los semáforos

Quizá no es la lucha por la que más se recuerda a esta organización, pero es un buen punto de partida para retratar cómo eran las calles de Barcelona a mediados de los setenta y hasta bien entrado los 80. El Ayuntamiento de Barcelona reconoció, cuando por fin estuvo en manos de concejales demócratas, que como poco era necesario instalar semáforos en unos 200 cruces de calles por peligrosos, pero la caja de caudales municipal estaba vacía y parecía difícil satisfacer pronto esa reivindicación.

Tras dos años de quejas y tras desdeñar que con pintar pasos de cebra se pudieran zanjar los frecuentes accidentes, un par de centenares de vecinos pasaron a la acción en 1984. Del 13 al 28 de un frío mes de enero cortaron cada noche el tráfico en el cruce de Provença con Rosselló y el problema se resolvió.

El solar del matadero, en el interregno de 1979 a 1983.

El solar del matadero, en el interregno de 1979 a 1983. / FONS CASA GOLFERICHS

‘L’Escorxador’

Echarle un pulso al alcalde por un semáforo no es, hay que admitirlo, la lucha de David contra Goliat. Esa comparación se la merece más lo que sucedió cuando en 1979 se clausuró lo que desde 1891 había sido el matadero central de la ciudad, que ocupaba cuatro manzanas del extremo más occidental del Eixample, pero cuya presencia abarcaba mucho más, no solo por el persistente olor a sangre y vísceras que inundaba las calles, sino porque había decenas de negocios cercanos que agravaban la situación, como una nave en la esquina de Vilamarí con Diputació que a toda hora hervía casquería de distintos animales.

Los alrededores del matadero, antes de 1979.

Los alrededores del matadero, antes de 1979. / AAVV E. del E.

El primer propósito fue, cómo no, destinar a bloques de pisos esas cuatro valiosísimas manzanas. Quién sabe, quizá hoy estarían también en manos de fondos de inversión. Pero como accionado por un muelle reaccionó de inmediato el tejido vecinal del barrio que tanto había sufrido la presencia del matadero y pidió lo que entones parecía la Luna, que fuera un parque. Recogió el guante el entonces alcalde Narcís Serra, que supo reconocer en esa demanda la oportunidad de enviar el mensaje a toda la ciudadanía de que el urbanismo, a partir de entonces, iba a ser otro. Fueron necesarios varios años para que el parque que surgió en el antiguo matadero fuera por todos conocido con el nombre que se eligió para el, Joan Miró. Para muchos era simplemente ‘L’Escorxador’.

La Casa Golferichs, a principios de los años 70, recién adquirida con propósitos inmobiliarios por Núñez y Navarro.

La Casa Golferichs, a principios de los años 70, recién adquirida con propósitos inmobiliarios por Núñez y Navarro. / FONS CASA GOLFERICHS

Casa Golferichs

Era una esquina y estaba en el Eixample, así que la inmobiliaria Núñez y Navarro había decidido que la Casa Golferichs, a la que en el barrio todos llamaban simplemente El Xalet, iba a ser una más de sus promociones miméticas, por muy modernista que fuera el edificio que ocupaba ese solar de la Gran Via con Viladomat. En la hoja de servicios de la asociación de vecinos se destaca siempre en mayúsculas esta victoria, por lo simbólico de salvar una joya arquitectónica en una ciudad proclive entonces a desmerecerlas, y porque no fue fácil. Fueron detenidos al menos dos de los dirigentes vecinales en las protestas. Mereció la pena porque, a su manera, aquello catalizó  un movimiento vecinal que, de puertas adentro, en ocasiones se perdía en discusiones teóricas y esencialistas. ¿Pueden los hombres asistir a las reuniones de la vocalía de la mujer? ¿Se puede contratar a alguien para que limpie el local? ¿Mejor nos llamamos Associació de Veïns del Barri del Ninot? Al contrario, ya puestos a provocar, ¿se puede constituir una subasociación del Eixample extremo izquierdo?

Murales en la cárcel Modelo, algo inimaginable cuando aún era prisión.

Murales en la cárcel Modelo, algo inimaginable cuando aún era prisión. / Ferran Nadeu

La Modelo

Por supuesto, la asociación de vecinos no fue la única voz que reclamó el cierre de la cárcel Modelo, una penitenciaría que, visto que había seguido en pie incluso durante los años de la Guerra Civil, porque siempre fue útil para encarcelar al adversario, era evidente que no sería fácil recuperar como nuevo foco de la vida social del barrio. Es una batalla aún a medio librar, pero ya no es prisión, lo que abre la posibilidad de estructurar un gran eje de vida en la calle con tres polos, el parque de Joan Miró, la nueva Model y el recinto de la Escola Industrial, que está previsto que renazca como una suerte de nuevo eje verde. En el fondo, el conflicto de la Casa Orsola va precisamente de eso, de si toda mejora en la ciudad es contraproducente tal y como funcionan las leyes del mercado inmobiliario.

Rodolfo Martín Villa, en el Ayuntamiento de Barcelona en 1976.

Rodolfo Martín Villa, en el Ayuntamiento de Barcelona en 1976. / Brangulí

El armario vecinal

A lo largo de 50 años, la asociación ha hollado otros ochomiles vecinales. Las antiguas cocheras de Vilamarí son hoy la Escola Joan Miró. Cuando el violador del Eixample aterrorizaba al barrio, los carteles que se colgaban en las esquinas reclamando seguridad para las mujeres llevaban el sello de la asociación. Cuando hubo que arrimar el hombro para normalizar el uso del catalán, se organizaron clases. Pero, por elegir un pico llamativo al azar, no está mal destacar que esta fue la primera asociación que creo una vocalía interna para defender los derechos de los homosexuales. Fue una iniciativa de Armand de Fluvià, cuyo nombre, cuando era recomendable una cierta clandestinidad, era Roger de Gaimon. Parecerá un detalle menor el de esta vocalía al lado de lo que supuso salvar las cuatro manzanas del matadero o preservar la Casa Golferichs, pero es importante porque subraya lo frágil e incierto que era todo hace medio siglo. Eso es evidente incluso en la fecha elegida para soplar las velas de los primeros 50 años de vida de la asociación. Hace medio siglo y durante dos años, esta organización estuvo en una suerte de limbo administrativo porque a Martín Villa le causaba urticaria que usara la palabra izquierda para definirse. La arbitrariedad del gobernador civil, que no tuvo ningún problema en aceptar como válida la asociación de la Dreta de l’Eixample, fue formalmente recurrida ante el Ministerio del Interior, con tal mala pata que mientras la carta iba camino de Madrid, Martín Villa fue nombrado ministro y volvió a denegar la petición. Hasta 1977 no fue posible vadear ese charco político. Dentro de dos años, pues, podrán celebrarlo de nuevo.