Cambio de criterio
Barcelona apuesta por indultar a 'Pink Barcino', la escultura de homenaje al paseo de Gràcia que iba a ser efímera
Los comerciantes celebran el bicentenario del paseo de Gràcia con una escultura en la acera

La escultura, el mismo día de su inauguracion. / JORDI COTRINA


Carles Cols
Carles ColsPeriodista
“De carácter efímero, la obra se exhibirá en su ubicación actual hasta enero de 2025”. Esta era la puntualización que muy claramente hizo el Ayuntamiento de Barcelona cuando el pasado 14 de junio instaló en una de las cuatro esquinas de la plaza Cinc d’Oros, frente al Palau Robert, la escultura ‘Pink Barcino’ (tres metros de altura y ocho toneladas de peso), un homenaje al paseo de Gràcia con motivo del bicentenario de esta arteria comercial. Ahí sigue. Es cierto que enero aún no ha llegado a su fin, pero la escultura, admiten fuentes municipales, va camino de ser permanente, para satisfacción de sus promotores, la Fundació Barcelona Promoció y el Grupo Farmacéutico Salvat, que la financió, como muy bien consta en el pedestal, y la estupefacción de quienes simplemente la consideran un ‘pongo’ más del arte urbano de la ciudad.
La obra es una creación del artista catalán Lluís Lleó, que ya el día en que se inauguró, en presencia del alcalde Jaume Collboni, dijo que lucharía porque terminara por ser una escultura permanente. Representa, es bastante obvio, la trama del Eixample, en concreto la confluencia del paseo de Gràcia con la Diagonal. El color rosa que caracteriza esa mole pretende ser un homenaje implícito al que fuera uno de los epicentros de la vida comercial de esa calle, el Bulevar Rosa, unas galerías abiertas al público en 1978 y que contribuyeron a la resurrección del paseo de Gràcia como lugar de tiendas y no de bancos, que era en lo que se había convertido.

Lluís Lleó, el autor, posa junto a su obra. / JORDI COTRINA
Un ‘pongo’ es una palabra incluida en el diccionario de la RAE, pero no con el significado que ha terminado por ser de uso común de un tiempo a esta parte, como sinónimo de ese regalo no deseado que uno no sabe donde ponerlo en casa. Algo de eso puede haber en este caso, pues las fuentes consultadas admiten que la permanencia de ‘Pink Barcino’ más allá de enero no debería impedir que se reconsidere su ubicación, en mitad de la acera, un privilegio que, sin embargo, no conlleva que quienes por ahí transitan, miles de turistas cada semana, se detengan para posar y fotografiar la pieza.
En defensa del indulto y, por lo tanto, de su permanencia se aduce un antecedente, el de las dos esculturas que decoran los extremos de la Rambla de Catalunya, ‘Toro pensante’ y ‘Jirafa coqueta’, colocadas ahí en 1972 de forma circunstancial. En aquella ocasión, los promotores fueron una asociación de defensores de la Rambla de Catalunya, escandalizados ante el proyecto municipal de convertir ese bulevar en una calzada convencional de coches y aprovechar las obras, además, para construir un aparcamiento subterráneo desde la Gran Via hasta la Diagonal, similar al del paseo de Gràcia.

'Jirafa coqueta', de Josep Granyer. / VIOLETA PALAZÓN
Los 70 fueron años en los que en Barcelona se entronizó al coche como dueño y señor de las calles a costa de lo que fuera. Se pretendió desmantelar por trasnochada la Rambla de Catalunya igual que se previó demoler el antiguo Mercat del Born para construir un párking. La manera de evitar tales desaguisados fue, eso hay que admitirlo, bien singular. En el caso de Born fue una movilización vecinal que tuvo como clímax una apoteósica representación de ‘Don Juan Tenorio’. En el caso de la Rambla de Catalunya se tomó otra senda. Se le encargó al escultor Josep Granyer un total de 10 esculturas de una de sus especialidades, la de animales en actitudes humanas. El plan era colocar una en cada travesía. Solo se llegaron a instalar dos, las antes citadas, quizá una pena, porque otras previstas, que no pasaron de la fase de maqueta, representaban, por citar cuatro casos, un jabalí tímido, un águila voluptuosa, un hipopótamo violinista y otro toro, en este caso, torero.
Pese a que hoy forman parte sin reparos del paisaje barcelonés, en su día la jirafa y el toro fueron tremendamente denostados. Para un referente de la crítica como fue Alexandre Cirici-Pellicer, eran obras cursis a más no poder. Para Joan Ramon Triadó eran más dignas del escaparate de una pastelería que de adornar la Rambla de Catalunya.
¿Podrá ‘Pink Barcino’ aprobar el examen del paso del tiempo? A su manera, la decisión de que deje de ser una escultura efímera y pase a ser permanente podría recordar el antecedente de la Rambla de Catalunya. La diferencia es que en esta ocasión (por apatía o afonía cultural) no ha habido voces que la hayan evaluado en público.
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