A los 149 años de su muerte...
Una placa en Bruc 49 rinde homenaje a Cerdà en el que fue su hogar en el Eixample
¿Dónde vivió Ildefons Cerdà? Raval, Gòtic y, por fin, en el Eixample
Barcelona retoma el reto del monumento a su "visionario maldito", Ildefons Cerdà

Jaume Collboni descubre la placa en honor a Ildefons Cerdà, en compañía del decano del colegio profesional de los ingenieros. / MARC ASENSIO


Carles Cols
Carles ColsPeriodista
Pasado casi un siglo y medio de su muerte en un balneario cántabro, una placa recuerda por fin que Ildefons Cerdà no solo fue el padre del Eixample, o sea, el responsable de la seña de identidad más internacional y bella de Barcelona, sino que fue también uno de los primeros vecinos de aquella formidable cuadrícula que alumbró contra viento y marea. Tuvo su hogar en el número 49 de la calle de Bruc. Fue la tercera y última de sus direcciones postales en la ciudad. Entonces la numeración era otra. “A las ocho y media de la mañana, después de haberme despedido de mis estimados nietecillos, salí de la calle de Bruc, número 69, con Rosita, dejando a Clavé en casa”. Así lo anotó de su puño y letra en su diario personal el 29 de junio de 1875 aquel hombre metódico y visionario, una suerte de Prometeo del urbanismo que entregó a los barceloneses la llama de la modernidad y que, sin embargo, nunca ha sido suficientemente reconocido. El alcalde Jaume Collboni ha descubierto la placa formalmente solicitada por el Col·legi d’Enginyers de Camins, Canals y Ports, el gremio profesional, mal que le pese a los arquitectos, al que pertenecía Cerdà, y ha comprometido su palabra a que en este mandato se encarrilará por fin el encargo de un monumento, en un lugar, eso sí, aún por determinar.
Salda Barcelona de este modo simplemente una letra más de una gran deuda pendiente, la del eterno agradecimiento a Cerdà por su gran legado. Es cierto que años ha fue bautizada en su honor una plaza, pero lejos de Eixample, en la mismísima frontera con el término municipal de L’Hospitalet de Llobregat, y es verdad además que entre 1957 y 1981 hubo allí, en mitad de lo que entonces era una horroroso ‘scaléxtric’ viario, un desconcertante monumento dedicado a aquel genio nacido en Centelles en 1815. Pero todos los intentos de erigirle una estatua o un monumento conmemorativo como corresponde han caído siempre en saco roto. La primera ocasión fue en el muy lejano 1888, con motivo de la Exposición Universal. El alcalde Francesc Rius i Taulet no tuvo los arrestos suficientes como para mantener el tipo frente a la campaña en contra de tal iniciativa que organizaron los arquitectos más reputados de la ciudad, que aún no habían sido capaces de descubrir que precisamente la trama del Eixample era un extraordinario escaparate para lucir el modernismo imperante entonces. Collboni ha subrayado precisamente eso al rememorar la figura de Cerdà, que su 'criatura', esa trama tan racional que es el Eixample, fue la mejor urna posible para los proyectos de Puig i Cadafalch y Domènech i Montaner, entre otros.
Los intentos posteriores de pagar esa deuda murieron en la orilla por razones distintas. Quiso el alcalde Joan Clos que, tras los Juegos Olímpicos, convencido de que la varita mágica del éxito conservaba intactos todos sus poderes, Javier Mariscal llevara adelante el proyecto, pero el diseñador terminó por poner sobre la mesa una idea tan ambiciosa como presupuestariamente desaconsejable. Quiso más recientemente Ada Colau, en la recta final de su mandato, dejar esa tarea encarrilada, con un monumento en mitad de la plaza de las Glòries que, llegado el caso, fuera incluso escalable, para divisar desde lo alto el ‘skyline’ del Eixample. Ese plan parece que ha pasado también a dormir en el fondo de un cajón.
En el acto de inauguración de la placa, Lluís Permanyer, decano de los cronistas de la ciudad, le ha sugerido al alcalde Collboni lo que, en su opinión, sería la solución más sensata y, a la par, más factible. Aunque es verdad que Cerdà sostenía que el centro neurálgico de Barcelona pasaría a ser Glòries, la realidad que se ha impuesto es otra. Puede que el centro de gravedad del Eixample sea todavía el cruce de paseo de Gràcia con la Gran Via, y, según Permanyer, ese sería el lugar perfecto para erigirle un monumento a Cerdà, junto donde hay una fuente ornamental que rodean los coches. Collboni ha tomado nota, pero ha dado por seguro que se estudiarán con calma todas las opciones posibles.

La placa, junto al número de la finca, el 49, que en tiempos de Cerdà correspondía al 69. / MARC ASENSIO
Quizá la pretensión del equipo de Collboni de renovar la Gran Via o, dicho de otro modo, desmaquillarla de ese aspecto cochista y setentero que aún conserva, abra la puerta ese homenaje a Cerdà. Lo curioso del caso es que durante el último siglo y medio, como un Guadiana, ha emergido la necesidad de levantarle un monumento, pero apenas ha suscitado curiosidad qué tipo de barcelonés era aquel Julio Verne o Charles Darwin del urbanismo y, sobre todo, dónde vivía. Esa pregunta se hizo hace poco más de un año este diario y de la necesidad de despejar esa incógnita ha nacido, en cierto modo, la placa colocada ahora en el 49 de la calle de Bruc.
El Charles Darwin del urbanismo
Durante 25 años, como barcelonés de adopción que era, Cerdà frecuentó un establecimiento de la plaza Reial, el Europa, donde lo más estimulante para él no era el buen café que servían los camareros, sino las tertulias que allí podía mantener. Tal y como él mismo definió aquella cafetería, era casi su despacho: “Ha sido para mí la escuela, la cátedra, la universidad, la tribuna, el foro; el ateneo, la academia, la sociedad filarmónica, la economía de amigos del país; el gran teatro desde el cual he presenciado los diferentes actos y los distintos cuadros a cuál más desgarradores que en el gran drama de la sociedad humana le cabe representar a nuestro desventurado país”. Podría decirse que el Café de Europa fue su segundo hogar, pero el primero fue otro. En realidad, fueron tres otros.
La primera vez que se afincó en Barcelona, recién casado, lo hizo cerca de la Boqueria, en la calle de Xuclà. Dio un salto en el estatus social cuando años después se trasladó a la plaza del Duc de Medinaceli, que entonces, cuando la ciudad todavía vivía constreñida por las murallas, era de lo más señorial. A la calle de Bruc se trasladó cuando el Eixample solo había dado los primeros pasos, sin duda para atestiguar así que creía como el que más en esa transformación urbanística, pero también por que su vida familiar se había ido al traste. Cosas que pasan. El caso es que, puestos a elegir un lugar en el que subrayar que allí vivió Cerdà, ninguno mejor que este.
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