Negocios supervivientes

El Lübeck, pionero de esa singularidad de Barcelona que son los Frankfurt, cumple 50 años

Cierra con 111 años de edad Turkestan, un icono comercial de Barcelona

Ha vuelto el Conesa, todo en orden

Barcelona pierde Raig, tienda sin igual de instrumentos científicos, a solo dos años de ser centenaria

Chema, al frente del negocio y, tras él, la carta que permanece intacta desde 1975.

Chema, al frente del negocio y, tras él, la carta que permanece intacta desde 1975. / JORDI OTIX

Carles Cols

Carles Cols

Por qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Cumple medio siglo de vida este 2025 el Frankfurt Lübeck, una edad que comienza a ser la de una tienda venerable en esta Barcelona de tantas y tantas franquicias, y el aniversario es una ocasión estupenda para reparar en un detalle que en ocasiones pasa inadvertido, que este tipo de negocio que simplemente se presenta cara al público con el nombre de una salchicha alemana en letras preferentemente góticas es un ‘fet diferencial’ de Barcelona y de algunas otras ciudades del entorno, pero un auténtico exotismo en otras latitudes. Y el Lübeck, además, es, según se mire, una mirilla desde la que observar la historia cotidiana de la ciudad, mucho más allá, como se verá, de lo imaginable.

Sant Antoni Maria Claret, número 133. Esa es la dirección postal. Es la esquina con Padilla, de modo que desde que abrió sus puertas, más o menos por estas fechas, pero de 1975, fue el Frankfurt del cine Nápoles y ahora lo es del Phenomena. También lo era de la soldadesca que hacía la mili en el cuartel de la calle de Lepanto, y de los familiares que iban a visitar al alguien a la Clínica l’Aliança o al Hospital de Sant Pau, y de los vecinos del barrio, y, en un detalle que ha caído en el olvido, de los que de madrugada, tras una noche con los amigos, preferían ir a dormir con la barriga llena. A esos, que compartían barra con taxistas y conductores de ambulancia, el Lübeck les acompañaba los bocadillos con buena música de Iggy Pop y The Cure. Sí, esta era una ciudad en la que de madrugada, si se tenía un buen mapa mental de ella, se podía comer a cualquier hora.

El Lübeck, Frankfurt este año cincuentón, en el 133 de Sant Antoni Maria Claret.

El Lübeck, Frankfurt este año cincuentón, en el 133 de Sant Antoni Maria Claret. / JORDI OTIX

En 2014, bajo el título ‘Bar Celona on The Rocks’ se publicó un libro que repasaba uno a uno la larga lista de esos bares y lugares de comidas que por hache o por be se puede asegurar que han sido el segundo hogar de no pocos barceloneses. Morryssom, La Bodega d’en Rafel, Los Caracoles, Sarrià 82, la Bodega Cervantes, Monopol… La lista es larga y en ella no faltaba, claro, el Lübeck, que es de los que sobreviven, y con el plus de que nunca ha cambiado de manos. Sigue siendo el negocio de la familia Anglés, un apellido que, a poco que se tira del hilo, depara nuevas sorpresas.

Una familia singular

Los Anglés, recuerda María Jesús, hoy jubilada y que ha dejado el Frankfurt en manos de su hijo Chema, son historia memorable de la escena catalana. Entre 1873 y 1986 fueron maestros del arte de las polichinelas. Quizá alguien les recuerde aún por sus espectáculos en un teatrillo del Turó Park, pero bajo el nombre artístico de Putxinel·lis Anglès actuaron en algunas de las mejores escenas de la ciudad. En el Liceu, por ejemplo, no una sino tres veces, en 1958, en 1962 y en 1974, la primera de ellas en una representación de ‘El retablo de Maese Pedro’, de Manuel de Falla.

La plancha, como fija el canon de este tipo de negocio, siempre a la vista de cliente.

La plancha, como fija el canon de este tipo de negocio, siempre a la vista de cliente. / JORDI OTIX

Fue después de esa última representación que nació el Frankfurt. Explica María Jesús que su familia tenía allí una tintorería, un negocio del que no le apetecía tomar las riendas. Si se trataba de ponerse delante de una plancha, mejor que fuera de la hacer bocadillos. La idea fue de su marido. Eran jóvenes y, cuando salían como pareja, cenaban a veces en alguno de los poquísimos Frankfurt que había en la ciudad. Estaba, por supuesto, el hoy mítico Pedralbes. Sigue abierto el de la plaza de Sant Jaume, que con sus apenas siete metros cuadrados de superficie puede que sea un récord Guinness en la categoría de tamaños. La restauración de la ciudad se había metido en el sinsentido de los platos combinados y, de repente, esos bocadillos fáciles de cocinar y rápidos de servir se popularizaron como una gran modernidad. Fueron un éxito y, en el caso de Barcelona, una singularidad, porque fue como si se patentara con régimen de exclusividad el aspecto de este tipo de establecimientos, en los que el uso de un cartel con letras góticas parecía incuestionable.

Un siglo de salsichas

No es fácil rastrear los antecedentes de esa amistad de Barcelona con ese tipo de salchicha alemana que en medio mundo se conoce como ‘hotdog’ y que ni siquiera en su país natal tiene como nombre preferente el de la ciudad de Frankfurt. Más común es pedir allí un ‘currywurst’. Las referencias bibliográficas son nebulosas, pero se da por cierto que durante los años 20 vivió en Barcelona un charcutero alemán que elaboraba ese producto, aunque casi exclusivamente para la comunidad local de sus compatriotas, que entonces era la primera de la ciudad en número dentro de la categoría de extranjeros empadronados. Fue durante la Exposición Internacional de 1929 cuando aquel tenpempié causó sensación, tanta como el pabellón Mies van der Rohe o los zepelines que sobrevolaban la ciudad iluminados por los focos de los buques que Alemania tenía atracados en el puerto. Si un país brilló con luz propia en aquella expo, fue el germánico. Hasta por sus salchichas.

Las lámparas, setenteras, por supuesto, que alumbraron no pocas madrugadas cuando años ha en esta ciudad se comía a cualquier hora.

Las lámparas, setenteras, por supuesto, que alumbraron no pocas madrugadas cuando años ha en esta ciudad se comía a cualquier hora. / JORDI OTIX

Quizá la Guerra Civil y la autarquía eclipsaron aquel momento iniciático y no fue hasta entrados los años 50, ya con la Sexta Flota sorprendiendo con su presencia por las calles de Ciutat Vella, cuando ese producto comenzó a renacer, sobre todo desde el día en que llegó al colmado Conesa, de la plaza de Sant Jaume, una lata procedente de Alemania. La abrieron, como quien levanta la tapa de un cofre del tesoro, pasaron las salchichas por una sartén con poquísimo aceite, montaron un bocadillo y supieron de inmediato que aquello sería un éxito.

La semilla de los Frankfurt tal vez se sembró aquel día. El de Pedralbes no tardó en crecer fuerte como un roble. Aún sigue ahí. Del resto que abrieron sus puertas, no todos han sobrevivido, a veces porque las leyes inmobiliarias de la ciudad lo impiden, con alquileres imposibles. No ha sido el caso del Lübeck, que con 50 años de vida ha dado de comer a miles de barceloneses, entre ellos caras conocidas como Juan Luis Galiardo, Jaume Collboni, Tony Ronald y (a saber si este es el secreto de su eterna juventud) Jordi Hurtado.