Proyecto 'Finestres de la memòria'

La Casa Elizalde pide ayuda para recordar cómo eran los pisos del Eixample antes de que caigan en el olvido

El centro cultural recopila fotografías domésticas para una exposición singular en mayo

'L'última collita': la Casa Elizalde rememora cómo y cuándo Barcelona segó su pasado agrícola

Una vida vale 800 euros en los Encants

Ángeles Calvo Rodés, en el salón de su piso, en 1930.

Ángeles Calvo Rodés, en el salón de su piso, en 1930. / Álvaro Bueno Bartrina

Carles Cols

Carles Cols

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Recuperamos este reportaje sobre la iniciativa de la Casa Elizalde para preservar la memoria de la vida en los pisos del Eixample

La Casa Elizalde lanza un nuevo S.O.S., en esta ocasión porque anda en busca de fotos domésticas que retraten cómo fueron a lo largo del siglo XX y hasta los años 80 el interior de los hogares del Eixample. En una ciudad abonada a una incesante labor de albañilería, en la que los pisos más representativos de lo que este distrito llegó a ser han sido tan a menudo partidos en dos para sacarles más rendimiento económico o, peor aún, fincas completas han sido demolidas y de ellas se ha conservado solo la fachada, puede que lo más amenazado sea el recuerdo. Impulsa desde hace años la Casa Elizalde un proyecto fenomenal, ‘Finestres de la memòria’, en el que se invita a construir de forma coral un álbum de fotos digital del Eixample. Los frutos de estos S.O.S. suelen terminar ‘comme il faut’, con una exposición, en este caso prevista para mayo. Ya han comenzado a llegar al buzón de este centro cívico los primeros materiales y, como siempre, son prometedores.

La lucha contra la desmemoria comienza a ser una de las señas de identidad más encomiables de la Casa Elizalde. Hasta el próximo 18 de enero, por ejemplo, está siendo un éxito la reedición de una exposición que inicialmente nació en Sant Andreu, ‘L’última collita’, un viaje en el tiempo a través de fotografías, mapas y documentos sobre aquel tiempo en que Barcelona, más allá de las murallas, era una tierra de cultivo en el que las últimas cosechas crecieron al lado de las primeras fábricas y de las promociones inmobiliarias. Para componer ese cuadro se ha echado mano de los oceánicos archivos municipales. El nuevo empeño, el de atestiguar cómo era los interiores de las viviendas y las tiendas, es si cabe, según se mire, de más difícil ejecución.

Glòria Belles, en 1975, en su habitación.

Glòria Belles, en 1975, en su habitación. / Glòria Belles

El fachadismo, una expresión acuñada por el propio gremio de los arquitectos, ha sido algo muy visible y casi cotidiano durante el último cuarto de siglo en Barcelona. Se refieren con esa palabra a esos proyectos en los que echan bajo fincas enteras, salvo la fachada, no por puro altruismo del promotor, sino porque así se puede obtener un mayor rédito al finalizar ese ejercicio de equilibrio de mampostería. En algunos momentos de esos últimos 25 años, la sensación en algunas calles ha sido poco menos que la de transitar por el antiguo poblado de Esplugues City, aquel plató al lado de la autopista en el que rodaron ‘westerns’ y en el que lo único en pie era eso precisamente, las fachadas de madera del ‘saloon’ y el ‘sheriff’. El problema es que con el fachadismo se ha perdido un patrimonio de puertas adentro del que, si hay suerte, quedan algunas fotos.

Una sala de estar, en 1920.

Una sala de estar, en 1920. / Maria Sendrós

Lo que la Casa Elizalde busca son escenas domésticas, con o sin personas, con las que se pueda construir un relato colectivo de cómo era la vida hasta los años 80. Hoy, con un simple catálogo de Ikea sería posible imaginar cómo son una buena parte de los domicilios de la ciudad. Durante el siglo XX no fue así. Lo que la comisaria de la exposición en preparación Marta Dahó está a la espera de recibir son, entre muchas otras imágenes, aquellas en las que aparecen tocadores, chifonieres y cómodas, tres palabras tal vez algo en desuso y que, sin embargo, fueron tan y tan comunes.

Cada día que se vacía un piso en Barcelona, muchas veces por simple ley de vida, lo más frecuente es que los herederos busquen a alguien que se haga cargo el contenido y que este termine vendido como un único lote en las subastas matinales de los Encants. Por menos de 1.000 euros es posible comprar allí, en una puja, todas aquellas pertenencias. Los muebles (eso cuentan quienes participan en esas subastas) apenas tiene valor, salvo en rarísimas ocasiones. Suelen terminar en la trituradora. Por eso el rescate de la memoria que lleva a cabo la Casa Elizalde merece ser celebrado.

Día de boda de Montserrat Balsells, en 1959,

Día de boda de Montserrat Balsells, en 1959, / Familia Balsells

A favor del proyecto, explica Laura Novellon, programadora de este centro cultural y social de la calle de València, despunta el hecho de que los interiores de los pisos fueron habitualmente fotografiados por las familias. En otras ocasiones, cuando la Casa Elizalde ha hecho llamamientos en busca de otras miradas antiguas sobre el Eixample, la dificultad ha sido mayor, porque la fotografía analógica obligaba a ser cauto y ahorrar disparos, y no ha sido sencillo así recopilar imágenes de tranvías o de pintadas en los muros durante la Transición. Las escenas domésticas, en cambio, son muy comunes. Ya las comienza a atesorar la Casa Elizalde. No todas las recibidas irán seguro a la exposición de mayo, pero todas serán digitalizadas para la elaboración de ese álbum colectivo y devueltas de inmediato a sus dueños.

Este reportaje fue publicado originalmente el 17 de diciembre de 2024