Un caso de progeria urbanística

Barcelona comienza a perder el pulso contra las motos aparcadas en los ejes verdes

El tráfico ignora a la brava la nueva peatonalización de Rambla de Catalunya

La creación de 900 plazas de aparcamiento de moto en Aribau y Muntaner apenas libera las aceras

Un par de motos, y a veces más, justo delante de un banco de Consell de Cent.

Un par de motos, y a veces más, justo delante de un banco de Consell de Cent. / JORDI COTRINA

Carles Cols

Carles Cols

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Por ahora son pocas, pero los motoristas van perdiendo el miedo a aparcar sus vehículos en los ejes verdes de la ciudad. Una aquí, otra una travesía más allá, varias en batería cuando Consell de Cent llega a la Rambla de Catalunya… Estas últimas, además, están estacionadas justo delante de un banco en el que, claro, nadie se sienta, porque esas vistas de ruedas, manillares y motores no son precisamente agradables. Barcelona está perdiendo en los cuatro ejes verdes del Eixample y, también en otras calles de reciente reurbanización y prohibición de aparcar en la acera, como Pi i Margall, un pulso que, según la plataforma Recuperem Voreres, no ha ganado jamás en el último cuarto de siglo.

Días atrás, esta plataforma, que agrupa a diversas asociaciones cuyo mínimo denominador común es que reivindican una ciudad menos motorizada, dieron a conocer los resultados del último pulso que el Ayuntamiento de Barcelona le echó a los motoristas el pasado mes de febrero. Las calles de Muntaner y Aribau, entre la Gran Via y la Diagonal, eran hasta esa fecha una suerte de Gran Premio del Eixample. Aparcadas en batería, cientos de motos obligaban a los peatones a transitar por un desfiladero, a un lado las paredes de los edificios y al otro, las ruedas de las motos. Eso, además, cuando directamente no tenían que apartarse porque algún motorista pedía paso a bordo de su vehículo para aparcar.

Un coche de la Guardia Urbana sube por la calle de Aribau, con motos en la acera a pesar del plan municipal.

Un coche de la Guardia Urbana sube por la calle de Aribau, con motos en la acera a pesar del plan municipal. / JORDI COTRINA

Los responsables municipales decidieron contratacar. En esas dos calles se reservó un carril de la calzada para carga y descarga y, sobre todo, para crear 900 plazas de aparcamiento de moto. Antes de que finalice 2024, Recuperem Voreres envió a varios observadores, en concreto a la hora más crítica, que por lo que parece es poco antes de la hora del almuerzo. Lo visto es decepcionante para la fe que en esa medida puso el ayuntamiento. Una de cada cuatro motos aparca aún sobre la acera. El 97% de las que lo hacen, están en batería, algo que la ordenanza municipal prohíbe expresamente. Y la solución, por último, ha tenido un efecto indeseado. Ha llenado con más motos las aceras de las calles perpendiculares a Aribau y Muntaner.

Con esos mimbres, las señales que ya comienzan a ser visibles en los ejes verdes son toda una advertencia. Las motos de alquiler aparecen como setas. Suelen ser las peor estacionadas. Hay un refrán español que define ese tipo de casos: donde hace el milagro, deja la muleta. Quienes las alquilan se despreocupan por donde dejan esas motocicletas porque, total, ya no regresarán a por ellas.

Una moto aparcada en Pi i Margall, desafiante, justo al lad de la señal que lo prohíbe.

Una moto aparcada en Pi i Margall, desafiante, justo al lad de la señal que lo prohíbe. / A. de Sanjuan

Las hay del tipo convencional, motos de alta gama. No tiene valor demoscópico, porque la muestra es de una única entrevista, pero preguntado un motorista que deja su moto aparcada en Girona, pocos metros por encima de Diputació, dice algo que en principio podría parecer irrefutable. Se llama Eloi, el apellido se lo guarda por si acaso. Tampoco quiere salir ennuna foto. Explica que no entiende por qué puede haber coches, furgonetas y camiones parados en los ejes verdes todo el día, es decir, fuera del horario de 9.30 a 16 horas que determinan las señales de tráfico, y por el contrario no puede haber motos. “¿No es eso discriminatorio?”, pregunta.

Una moto trata de pasar desapercibida en Consell de Cent, junto al aparcamiento de bicicletas.

Una moto trata de pasar desapercibida en Consell de Cent, junto al aparcamiento de bicicletas. / A. de Sanjuan

Tiene razón en lo primero. El Ayuntamiento ha bajado la guardia en el respeto a los horarios de carga y descarga. Hay vehículos cuando se supone que los ejes verdes son caminos escolares seguros antes de ir a clase y los hay también por la tarde. Es más, en las inmediaciones de alguna escuela concertada es cada vez más frecuente que haya padres y madres que vayan a buscar sus hijos en coche. Qué atrás quedan aquellos primeros días en los que en los ejes verdes hasta se vio a niños jugar a pelota, como en las calles de antaño.

Tiene en parte razón Eloi. De Consell de Cent podría decirse que sufre una suerte de progeria urbanística, ya saben, esa enfermedad que si se trata de humanos provoca un envejecimiento brutalmente acelerado. Los ejes verdes tienen solo un año y medio de edad y a ratos parecen ancianos. La respuesta que merece este motorista (amabilísimo y dotado de un fino sentido del humor, hay que reconocérselo) es que quienes se desplazan sobre dos ruedas y a motor en esta ciudad son como los ‘lemmings’, aquellos personajes de un videojuego de los años 90 que si no les daba una orden contraria, imitaban los pasos del que les precedía. Si un ‘lemming’ saltaba de un acantilado en paracaídas, los 100 o más que venían detrás hacían lo mismo. Si uno hubiera aparcado la moto en una acera, otros 100 le imitarían.

Tres motos, como 'lemmings', en la acera de Pi i Margall.

Tres motos, como 'lemmings', en la acera de Pi i Margall. / A. de Sanjuan

Esa es la cuestión. Comienza a haber señales de ‘lemmingnización’. En Pi i Margall, donde una tarde, junto a un banco y un parterre, aparca una moto, al día siguiente ya son tres. Y en Consell de Cent, lo dicho, algo parecido ha comenzado a suceder en la malograda intersección con la Rambla de Catalunya.

Lo de malogrado requiere, por supuesto, un subrayado. Durante la segunda quincena de noviembre se estrenó toda una novedad justo en ese cruce. A la vista de que los vehículos motorizados no respetaban las señales de tráfico que les impedían circular entre los peatones que paseaban por el bulevar central de la Rambla de Catalunya, el ayuntamiento decidió dejar las cosas más claras con una medida que creía que sería eficaz. Eliminó el aspecto de calzada que tenía ese cruce. Puso bordillos a la zona peatonal y reforzó la presencia de señales de tráfico. Los dos primeros días, varias parejas de agentes de la Guardia Urbana se turnaron para multar a los infractores. Aquello tuvo momentos de cine cómico. Cuando los agentes conversaban con algún conductor, a sus espaldas pasaba en silencio una procesión de infractores. Pasados esos dos días de somero control, los 48.000 euros invertidos en esa reurbanización parecen un gasto inútil. No ayuda, por supuesto, que algún pillo o algún camión marcha atrás haya torcido la señal que obliga a los vehículos a descender por la Rambla de Catalunya, de modo que está desde hace días ladeada. Si alguien desea verla, está a menos de 25 metros de don de aparcan en batería las motos.