Vallas de seis metros convierten la acera de Urgell en un desfiladero que enoja a comercio y vecinos

La imagen vale más que mil palabras, pero, por si acaso, los datos son estos. La de la foto es la calle de Urgell, una vez más, en obras. En esta ocasión, entre Diputació y Aragó, lado Llobregat. Está así con motivo de los trabajos de construcción de un túnel de Ferrocarrils por debajo del Eixample. La acera ha quedado reducida a 1,8 metros. La altura de las vallas es, según la versión oficial, de seis metros. En realidad, medidas con un láser, son 30 centímetros más. El lugar estará en obras hasta el año 2030, fecha prevista para que el túnel una las estaciones de plaza de Espanya con la de Gràcia, pero las vallas que dan ese aspecto de desfiladero al lugar está previsto que se desmonten antes, en abril o mayo de 2025. Vecinos y, quizá más aún, comerciantes están muy quejosos. Por varias razones.

Nadie discute la importancia de conectar las dos grandes redes ferroviarias de la Generalitat, la del Baix Llobregat y la de las dos comarcas del Vallès. Ni siquiera los vecinos del parque de Joan Miró, donde se ha talado casi un centenar de árboles por ello, creen que esa mejora de la red del transporte público no tenga que llevarse a cabo. En su caso, y con mucho ruido mediático, discreparon desde el primer día por el hecho de que el lugar elegido para abrir un pozo de extracción de tierras fuera precisamente una zona verde en mitad de un barrio en el que ese tipo de jardines son muy escasos. Tan sonora fue aquella protesta de Joan Miró (de hecho, aún continúa) que a su manera eclipsó lo que parecía que sería una operación menor, es decir, la apertura de un pozo de ventilación en la esquina de Consell de Cent con Urgell.

En diciembre de 2023, técnicos del departamento de Territori explicaron a los vecinos del barrio, en una asamblea multitudinaria en la que hasta fue necesario cerrar puertas para evitar problemas de aforo, los 58 meses de obras que se avecinaban en el calendario. Es cierto que en el turno de palabras se lamentó aquel día que recién estrenado el bulevar de Consell de Cent fuera necesario reabrirlo en la esquina con Urgell. Más obras, protestaron los comerciantes. Lo anunciado por los técnicos era la necesidad de perforar allí una salida de emergencia, o sea, unos trabajos de menos impacto que los de una estación, pero poco se concretó entonces sobre las características de lo planeado, que ya no afecta solo a la esquina, sino al trayecto de dos manzanas completas del Eixample, de Diputació a Aragó.

El primer aviso de que quizá no había quedado todo tan nítido en aquella reunión como cabía esperar lo tuvieron los vecinos de la zona pocos días antes de marchar de vacaciones el pasado agosto, hace poco más de dos meses. Se taló primero una veintena de árboles centenarios árboles de Urgell y, poco después, se comunicó la próxima colocación de las vallas de seis metros para paliar las molestias del ruido que estaba por venir. A muchos, ese anuncio les cogió de vacaciones. Para esos, la sorpresa ha sido morrocotuda.

Solo por comparar. Los 1,8 metros de anchura a los que ha quedado reducida la acera es la amplitud media de un carril bici unidireccional del Eixample. No es una comparación baladí. En el rato en que Maria, propietaria de una farmacia en la esquina de Consell de Cent, y Javier, dueño de una frutería en el chaflán adyacente, explican los pormenores de sus quejas, no menos de 20 ciclistas, varios patinadores y dos motoristas con el motor en marcha circulan por ese angosto paso.

“De eso, por ejemplo, ya nos quejamos”, dice Maria. La solución que se dio fue poner un cartel en el acceso a la zona desde Consell de Cent. “Pocos le hacen caso”. Los choques verbales con los peatones son frecuentes.

Con todo, aunque resignada, esta farmacéutica tiene una queja aún más importante. Reclama que se reabra el paso peatonal de la parte superior de la intersección de Urgell con Consell de Cent. Su establecimiento, sin estar en un callejón sin salida, ha quedado muy orillado. El único paso por ahora habilitado es el de la parte inferior del cruce, o sea, el que conduce todo el tráfico de peatones e imprudentes ciclistas por delante de la frutería de Javier, un ‘viejo’ del lugar, pues tiene tienda allí desde 1986. “La oscuridad, eso, entre otras muchas cosas, es algo que me sorprende”. Cuando a última hora baja la persiana, ni siquiera puede ver la cerradura en la que meter la llave. Quizá es algo provisional. Las farolas retiradas por culpa de las obras no han sido sustituidas por puntos de luz provisionales. Valga la redundancia, parece a todas luces una imprevisión. Junto a la frutería, por cierto, hay un pequeño local en alquiler. Raro será que el dueño encuentre inquilino de forma inmediata.

Entre quienes se han encontrado las vallas sin previo aviso está Roberto Fratini, vecino de un principal de Urgell, a mitad de camino entre Diputació y Consell de Cent. Es el prototípico piso con tribuna en lugar de balcón, una seña de identidad arquitectónica de parte del Eixample que, en su caso, tiene ahora la valla a 30 centímetros de distancia. Esas serán sus vistas los próximos meses. Le entra una enfadada risa cuando se le explica que las vallas tienen como función atenuar las molestias de las obras, sobre todo el ruido. “¡Pero si solo es una plancha de metal!”.