El bulevar del Eixample

La Sala Dalmau reúne en Consell de Cent la obra de Torres-García dispersa por Barcelona

Barcelona añade otro gran mural de arte urbano, dedicado a la epopeya de los exiliados del 'Winnipeg'

Mariana Draper da los últimos retoques a la expo de Torres García horas antes de la inauguración.

Mariana Draper da los últimos retoques a la expo de Torres García horas antes de la inauguración. / JORDI COTRINA

Carles Cols

Carles Cols

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Renacida como bulevar la calle de Consell de Cent hace apenas un año, las galerías de arte, que sufrieron lo indecible durante las obras, están poniendo ahora todo de su parte para que el tramo central de ese eje verde, de Balmes a paseo de Gràcia, sea mucho más que un lugar de paseo, compras y restauración, para que sea, en palabras prestadas por el historiador, crítico literario y exdirector del Instituto Cervantes, Juan Manuel Bonet, un espacio de imprescindible paso si de verdad se quiere decir que uno ha estado en Barcelona. Acaba de inaugurar la Sala Dalmau una exposición realmente original. Es una retrospectiva de uno de sus artistas de cabecera, por no decir directamente fetiche, Joaquín Torres-García, con la gracia mayúscula de que al menos una docena de los cuadros son obras que en su día se vendieron en esta galería a coleccionistas de la ciudad.

A su manera y hasta el próximo 31 de octubre, lo que puede disfrutarse en la Sala Dalmau (Consell de Cent, 349) es (disculpen la comparación) como un reencuentro de viejos amigos del instituto al cabo de un par de décadas, con la salvedad de que los estudiantes son en este caso obras de arte. Se dan cita entre las paredes de la galería que dirige Mariana Draper obras que se atesoran en pisos y quizá despachos profesionales de la ciudad, o sea, que es una oportunidad de visitar ese fenomenal ‘museo’ sobre Torres-García que en realidad se encuentra diseminado por la ciudad y es, cómo no, inaccesible.

Joaquín Torres-García, dibujado por Ramon Casas.

Joaquín Torres-García, dibujado por Ramon Casas. / MNAC

Este año se cumplen los 150 años del nacimiento en Montevideo, de padre catalán y madre uruguaya, de Joaquín Torre-García, y la Galería Dalmau, por su parte, sopla este 2024 sus 45 velas, lo cual la convierte por derechos adquiridos en un miembro del decanato comercial de Consell de Cent. Abrió sus puertas en los bajos de la Casa Lleó Morera en 1979 y desde un primer momento ya se profesó allí una auténtica devoción por la obra de Torres-García y, en general, por sus discípulos de la corriente constructivista que predicó aquel artista cuando regresó a su país natal, tras un periplo vital que le llevó a vivir en Barcelona, París y Nueva York.

La Sala Dalmau, instantes antes de la inauguración.

La Sala Dalmau, instantes antes de la inauguración. / A. de Sanjuan

A ello hace referencia en el catálogo de la muestra el antes mencionado Bonet, como si la Dalmau fuera, al menos en el aspecto cultural, algo así como el consulado honorario de Uruguay en Barcelona. Pero va más allá y le dedica a la galería unas palabras que ya quisieran muchos comercios centenarios de la ciudad. Bueno, los pocos que quedan. “Cuando no paso por la galería porque voy muy pillado de tiempo, tengo la sensación de no haber estado en Barcelona”, dice este crítico de arte y reputado gestor cultural. Es una estupenda definición, casi ‘esculpible’ en un mármol, sobre qué hace en realidad que las ciudades sean interesantes o anodinas. Raro o imposible sería que eso mismo se dijera de buena parte de esos negocios que salpican los alrededores de la Sala Dalmau, franquicias de tiendas de moda y restauración exactamente iguales a las que se pueden encontrar en tantas capitales del mundo. La supervivencia de las galerías de Consell de Cent (la Gothsland, la Mayoral, la Fernando Pinós, la Joan Gaspar, la Eude, la Jordi Barnadas, la 3 Punts…) es un fenomenal antídoto contra aquello que los arquitectos han decidido definir como la ‘urbanalización’ de la ciudades, o sea, su tozudo avance hacia la banalidad. ¿Un ejemplo? Una de las galerías que por culpa de los alquileres tuvo que abandonar la zona fue la Joan Prats, con una arquitectura interior que llevaba el sello de Josep Lluís Sert. A golpe de maza se perdió ese tesoro cuando entró el nuevo inquilino, que no es ni siquiera el que ocupa hoy esos bajos.

'El Pez', de 1928, una de las obras perdidas de Torres-García, en este caso en un incendio.

'El Pez', de 1928, una de las obras perdidas de Torres-García, en este caso en un incendio. / J. Torres-García.

El protagonista de la jornada, no obstante, es ahora la Sala Dalmau. Aunque minúscula de dimensiones, porque es una galería a la que la arquitectura de Lluís Domènech i Montaner no proporcionó generosos espacios, la exposición recorre las tres reencarnaciones artísticas que tuvo Torres-García, es decir, su primer amor por el ‘noucentisme’, después su fascinación por todo cuanto descubrió en París (ciudad en la que, por cierto, tuvo a Joan Miró como anfitrión, que se dice pronto) y, finalmente, el constructivismo por el que siempre suele ser más recordado, entre otras razones porque a la enseñanza y la prédica de esa corriente dedicó parte de su vida.

Un ejemplo de los juguetes de Torres-García.

Un ejemplo de los juguetes de Torres-García. / A. de Sanjuan

Las distintas obras que representan esas tres etapas, paradójicamente tan distantes la primera de la tercera, están en el interior de la galería, pero desde la calle, a través del cristal del escaparate, merece la pena reparar en los juguetes de madera, constructivistas también, que Torres-García alumbró en su ingrata estancia en Nueva York en respuesta al nacimiento de sus hijos. Son solo tres juguetes, pero la renacida calle de Consell de Cent se construye también a partir de detalles así, en apariencia insignificantes y, sin embargo, de gran valor cultural.