Mobiliario urbano rescatado

Los Mossos resuelven el primer crimen de la 'superilla'

Robado mobiliario urbano sin estrenar de la 'superilla' del Eixample

La 'superilla' Eixample ni premia ni castiga a Colau, pero da la victoria a Trias

Mesas en las Superillas

Mesas en las Superillas / Mª Teresa Simeón Faura

Carles Cols
Guillem Sánchez
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Los Mossos d’Esquadra han resuelto lo que en justicia podría ser conocido como el ‘Crimen de la Superilla’, un caso que, de acuerdo, jamás estará en la carpeta de tareas pendientes de Carles Porta para su filón del programa ‘Crims’, pero que tiene su qué, no por el valor de lo robado, apenas 1.000 euros, el precio de dos bancos y una mesa que iban a ser instalados en la calle de Rocafort, sino por lo simbólico. Casi terminadas las obras de los nuevos ejes verdes del Eixample, no son pocos los barceloneses que, como aquejados de una suerte de fatalista calvinismo urbanístico, pronostican lo peor, que el incivismo degradará las calles agraciadas de la ‘superilla’ hasta convertirlas en un sindiós. Con ese espíritu se dio a conocer el robo de esa mesa y dos bancos el pasado 23 de marzo por un tuitero que se hace llamar Tintín. La búsqueda y captura del ladrón por parte de los Mossos ha sido de manual. En su descargo, el detenido dice que todo fue fruto de un calentón. Los detalles (no se los pierdan) invitan a dudar de su versión.

Por poner orden, lo mejor es retroceder hasta el 23 de marzo. Tintín (no el de Hergé, que jamás dio una noticia, sino el de Twitter, da a conocer el robo como anticipo de lo que, en su opinión, le espera al Eixample en los próximos meses. No oculta en otros tuits sus filias políticas (Ada Colau y Esquerra reciben estopa por igual), pero sin duda hay que agradecerle la alerta que lanza aquel día. Los bancos, sillas y, lo más excepcional, también mesas, son una de las señas de identidad de las calles pacificadas. Barcelona llegó prácticamente a renunciar a esos elementos de mobiliario urbano en la etapa final del ‘closismo’, no fuera que la gente se sentara y dejara de comportarse como lo que parece que se pretendía, ‘conso-flâneurs’, palabra de denuncia acuñada por el economista Rodolphe Christin, traducible, muy libremente, por algo así como consumidores que pasean. Durante las obras de la ‘superilla’ hay quien se ha llevado a casa, pongamos por caso, un panot de flor, una de las icónicas baldosas de la ciudad, un pecado menor al lado de lo simbólico de las sillas y bancos.

Un poco como el detective Colombo, que hablaba con puntos suspensivos en cada frase, los Mossos d’Esquadra han dado a conocer dos meses después la detención del culpable y la recuperación del material robado. “Localizamos al ladrón por geolocalización y le detenemos”. ¡Caramba!, cabría decir, ¿le ha puesto Colau un chip a cada silla en una suerte de distopía futurista? No. La realidad es otra y, no por ello, menos jugosa.

El ladrón, residente en un pueblo cercano a Barcelona, alquiló una furgoneta de la empresa Bold, que las ofrece con y sin chófer, y con ella se fue a por el botín. Cargó las piezas por la puerta de atrás y no reparó en que la cámara de vigilancia de un comercio cercano grabó la escena. Fue la geolocalización del vehículo la que llevó a los agentes hasta el autor del robo, al que, lo que son las cosas, primero llamaron por teléfono para que recapacitara y llevara él mismo lo sustraído hasta la comisaría. Sin antecedentes penales, creyeron que esa era el mejor proceder. Se ahorraría así una noche en el calabozo, pero no la denuncia. Acertaron, porque así fue como se recuperó el mobiliario, que incluso aún estaba embalado, tal y como estaba en la calle. En su descargo, el detenido explicó a los policías que eran tantas las incomodidades que sufría cada vez que iba en coche a Barcelona por trabajo, que había decidido cobrarse una prenda. “Un calentón”, dijo. Un calentón con alquiler de vehículo incluido, pero un calentón. Vamos, que la culpa de todo, como siempre, era de Colau.