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Enric Pareto, el doctor Frankenstein de la fotografía analógica

Igual que los discos de vinilo, regresan las cámaras de carrete, piezas de otra época que, claro, alguien tiene que resucitar

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A1-169980559.jpg / JOAN CORTADELLAS

Carles Cols

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La resurrección de la fotografía analógica en Barcelona es una historia que debería ser escrita, en justicia, en Villa Diodati, junto a la orilla del lago Lemán, donde Mary Shelley alumbró la primera historia moderna de ciencia ficción, ‘Frankenstein o el moderno Prometeo’, porque, ¡caray!, es la imagen que primero viene a la mente cuando se visita el ‘laboratorio’ del ‘doctor’ Enric Pareto. Con los restos inertes de cámaras compradas a precio de saldo, cadáveres de ancianas Nikon, Olympus, Pentax o, lo que ya es la repera, no se las pierdan después, icónicas Topcon, devuelve a la vida materia muerta. Dicen en las pocas tiendas de la ciudad donde los jóvenes desnortados buscan consejos sobre cómo iniciarse en la fotografía de antes, de carrete y revelado, los mismos tal vez que se están enamorando del vinilo para escuchar música, que Pareto es verdaderamente un Prometeo moderno, así que es un privilegio adentrarse en su laboratorio y conocer de primera mano algunos de sus secretos, algunos asombrosos.

Nacido en 1951, este laborioso jubilado no es la primera vez que se asoma a las páginas de la prensa. Cultivó durante un tiempo, cuando daba frutos hacerlo, la afición de ir a los Encants en busca de negativos fotográficos, a poder ser, centenarios, reliquias como viejas placas de cristal que luego, en casa, positivaba con la emoción de no saber a menudo qué encontraría. Corrió de esta manera emocionantes aventuras. Dio con coches extintos de la primera mitad del siglo XX que ni los más expertos en la materia sabían que habían existido. Conoció, es un decir, a una familia francesa que en los años 30 dejó atrás Ruan y emprendió un viaje hacia una nueva vida colonial en Madagascar, todo ello minuciosamente retratado en placas de cristal. Se asomó a los hogares de decenas de personas de toda clase y condición. “Ahora ya no es lo mismo, no llegan apenas a los Encants negativos como aquellos, de un tiempo a esta parte solo encontraba fotos de abuelos con sus nietos y poco más”, explica para dar paso a su nueva afición, la resurrección de las cámaras.

Con paciencia, lo que ha hecho es un curso de anatomía de la fotografía analógica y, más aún, ha explorado el campo de las prótesis inesperadas. Ahí va el primer secreto asombroso prometido. Miren la siguiente fotografía. A la izquierda de la Pentax, mueve la cadera una bailarina de juguete. Pareto compra varias de vez en cuando. En la tienda del barrio donde las adquiere hasta es probable que levante sospechas, como aquel sicalíptico Gepetto que compraba muñecas Barbie y se montó un espectáculo inconfesable en el desván de su casa, una historia inolvidable. Pero en su caso no hay nada de lúbrico.

Una bailarina hawaiana, contra todo pronóstico, imprescindible para resucitar viejas cámaras averiadas.

Una bailarina hawaiana, contra todo pronóstico, imprescindible para resucitar viejas cámaras averiadas. / JOAN CORTADELLAS

Las cámaras analógicas con las que trabaja son absolutamente mecánicas, nada de electrónica, objetos en principio eternos, no sujetos a la pérfida obsolescencia programada ni a nada parecido. Pero cuando comenzaron a incorporar un rudimentario fotómetro, el medidor de la luz que eligieron los fabricantes era un pequeño rectángulo de selenio, un material que con el tiempo pierde sus propiedades. “Era todo un problema, porque no hay recambios de esa pieza, pero descubrí que el punto de célula solar de esas bailarinas, y también la de aquellos gatos que saludan sin pausa con la mano, realiza la misma función y es más duradera, de sulfato de cadmio, eterno en parámetros humanos”.

Las razones por las que, lo dicho, igual que los discos de vinilo, la fotografía analógica regresa ahora con un cierto ímpetu no son fáciles de precisar. Será, tal vez, un hartazgo de lo digital, imposible de comprender cómo funciona. Los carretes y el revelado son un retorno a lo artesanal, como hacer cerveza en casa o tejer un jersey único. A lo mejor es por otra cosa. Quizá porque las cámaras analógicas tenían un alma de la que carecen las digitales. Las japonesas Topcon son un perfecto ejemplo de ello.

A Pareto le gusta una cita de Man Ray, palabras mayores en su faceta como fotógrafo del surrealismo. “La gente me pregunta…, ¿qué cámara utilizas? Y yo respondo, a un escritor no le preguntarías qué máquina de escribir usa”.  

Bueno, eso es relativo. En 1982, Gabriel García Márquez publicó un estupendo artículo de prensa sobre las maneras de escribir de varios de sus colegas de oficio, tipos que, por lo general, solo saben usar los dos dedos índices, “algunos buscando la letra en el teclado, igual que las gallinas escarban el patio buscando las lombrices ocultas”, y reseñaba allí casos llamativos, como Alejo Carpentier, que cuando encaraba párrafos complejos se pasaba al papel y al bolígrafo, o, más fenomenal aún, Ernest Hemingway, que lo hacía de pie, porque “es como se hace las cosas importantes, como boxear”.

La reparación más común, los tensores, víctimas de la mala cabeza de los dueños de las cámaras.

La reparación más común, los tensores, víctimas de la mala cabeza de los dueños de las cámaras. / JOAN CORTADELLAS

El caso es que, según Pareto, tiene razón Man Ray, las entrañas de las cámaras son muy similares. La reparación más común que realiza, en todas por igual, siempre es la misma, la de los tensores, porque la gente tenía la mala costumbre de guardar el equipo con el disparador cargado, y eso, al cabo del tiempo, hacía que la mecánica interna perdiera músculo. Si alguna diferencia notable hay está en las ópticas. Para los aficionados a las cámaras procedentes del otro lado del Telón de Acero, que los hubo, no era lo mismo adquirir una soviética Zenit, que una Praktica, importada de la República Democrática de Alemania. En términos de óptica y por este orden, eran el día y la noche, o al menos eso creían.

Entonces, ¿por qué cogerle cariño a una u otra marca? Por detalles minúsculos, a veces. Algunas de las mencionadas Topcon tienen un minúsculo sello en su base, U.S. Navy, porque fueron las cámaras oficiales de los marines de Estados Unidos para su, por otra parte, catastrófica experiencia vietnamita. A aquella guerra había que ir bien pertrechado. La manera más segura de distinguir un soldado veterano de un novato podía ser por la ropa interior, porque la que proporcionaba el ejército a sus soldados era poco menos que una placa de Petri a la que se pasaban unos cuantos días en la selva. Para no convertir la entrepierna en un cultivo de hongos, podía ser hasta aconsejable batallar, como se dice en estos casos metafóricamente, en plan comando. Tampoco los fusiles M16 eran el arma ideal para la selva y, llegada la oportunidad, había quien prefería echar mano de los AK47 del enemigo. Las cámaras Topcon parece que no eran vulnerables a la selva. Si la Guerra de Vietnam hubiera sido un concurso de fotografía, la historia del siglo XX habría sido otra.

Enric Pareto y dos de sus criaturas.

Enric Pareto y dos de sus criaturas. / JOAN CORTADELLAS

Disculpen la excursión. Toca regresar. En la esquina de París con Enric Granados tiene sus escaparates Foto Tura. Es una tienda, aunque no lo parezca, singular, no solo porque en las vitrinas haya varias de las resurrecciones de Pareto, que dona altruistamente, sino porque al frente del establecimiento está a menudo Jordi Lorente, a pocos días de cumplir 93 años. Claro, a esa edad es la memoria viva de una parte de la historia local de la fotografía, que recuerda aún aquellos años de la posguerra en los que los carretes de película Agfa llegaban de contrabando a Barcelona desde Bilbao, después de haber cruzado la frontera por Irún, y a bordo de camiones de pescado, así que no debería ser extraño que la cámara oliera a merluza o a sardina.

Lorente aprendió los fundamentos del oficio de la mano, por ejemplo, de Vicens, un laboratorista valenciano que medía las proporciones de líquido de las cubetas de revelado igual que seguramente calculaba las proporciones al cocinar un arroz, a ojo, y siempre acertaba. Emigró a Brasil y, no sin dificultades al principio, se hizo un nombre en el sector al otro lado del Atlántico durante los 32 años que pasó allí. La cuestión es que, escuchada con atención su vida, hay que convenir en que es una autoridad en la materia, la persona perfecta para preguntarle si Pareto es o no un Prometeo moderno. “Lo es, créame, no hay otro como él en toda la ciudad”.