Historias del Distrito II

La Sagrada Família, tal y como Orwell la habría demolido

Un profesor de historia colorea fotos antiguas por si así abre la luz de la curiosidad de sus alumnos de secundaria y, de paso, comparte sus logradísimos resultados

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Carles Cols

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Aunque 2017 fue una oportunísima ocasión para rememorarlo, pocos barceloneses saben o recuerdan que el Eixample nació más maquillado que una prostituta de Federico Fellini. Esto, claro, requiere una aclaración inmediata por si a alguien se le ha atragantado el café al leerlo. Pero así fue. En la esquina de Consell de Cent con Roger de Llúria, cuando todo lo que hoy es el Eixample eran campos de cultivo, rieras y barro, se levantó el que presume de ser el primer edificio del actual distrito, que en 1864 se presentó en sociedad con una paleta de colores que no queda muy claro si pretendía atraer inquilinos o clientes. Con los años, aquella policromía que pretendía simular que la nueva Barcelona iba a ser poco menos que la Italia renacentista fue perdiendo pigmento, pero en 2017 se restauró la fachada y entonces hubo que aclarar a la carrera que nadie había tomado ayahuasca en los andamios, que aquello era simplemente historia.

Esta breve digresión narrativa viene al caso porque toca presentar a Pep Palomer, profesor precisamente de historia, que desde hace dos meses está explorando una senda aún no desbrozada en la senda de la educación para ver si así sus alumnos retienen mejor lo esencial de su asignatura. Cuando termina la jornada laboral, él inicia otra voluntaria y no remunerada en la que busca fotos antiguas, sobre todo si atañen a episodios que pueden entrar en cualquier examen, y (con gran maestría, por qué no subrayarlo) las colorea. No es Palomer el primero que hace algo así. Sí, tal vez, un pionero en hacerlo con este fin, sacar al alumnado del limbo de la indiferencia.

El coloreado del blanco y negro ha sido, en otras ocasiones y con gran razón, motivo de huracanadas polémicas. A finales de los años 80, alguien tuvo la infeliz idea de utilizar un ‘software’ recién salido de un taller informático para colorear los clásicos del cine en blanco y negro, como si le hiciera falta esa insensatez a Humphrey Bogart en ‘Casablanca’ (luego, y con mala baba, volveremos a esa película, por cierto). En Antena 3 no había semana en que no emitieran un par o tres de esas perversiones. Aquello era un disparate de tal tamaño que tal y como vino, ¡puf!, se fue. Hasta puede parecer una ensoñación, pero en la Rambla de Catalunya hay una lápida de mármol esculpida e instalada en 1987 que da fe de un texto que 500 cineastas de talla internacional firmaron bajo el título ‘Manifiesto de Barcelona’.

Aquello ocurrió en el marco del extinto Festival de Cine de Barcelona, cuando esta ciudad pretendía ser Cannes o San Sebastián, pero entonces su marca aún no había traspasado fronteras y el certamen, lo dicho, murió como un secundario de aquellos a los que disparan en la primera escena.

Lo de Palomer (alias @catalunyacolor en el mundo digital) es muy distinto. Es un gran acierto. Promete que con el tiempo pasará por ‘whatsapp’ su primera opinión sobre si los alumnos asimilan mejor las enseñanzas en color que en blanco y negro. Por lo pronto, como anticipo, ya ha tenido algunas sorpresas, no en el ámbito académico, sino en las redes sociales, esas tinieblas.

Su obra, además de emplearla en sus clases del instituto público en el que enseña, las comparte en Instagram y Twitter. Sirvan estos enlaces para sumarse al goce que proporcionan esas cuentas. El caso es que en casa de Elon Musk le pasó algo curioso y que no deja de reafirmar que su tesis sobre el color y el aprendizaje es acertada. El algoritmo o lo que sea de esa red social le censuró algunas fotografías que en blanco y negro no había encendido ninguna alarma. Eran escenas de los brutales bombardeos fascistas sobre Lleida durante la Guerra Civil. Parece que la ‘máquina’ no soportó la visión de la sangre si era roja. Curioso.

A @catalunyacolor, que explica todo esto por teléfono, había que pedirle al final algunas imágenes para ilustrar este pequeño relato. Muy amable, ha dejado elegir al interlocutor.

La selección son dos momentos y lugares del Eixample. El primero sirve para saldar la deuda contraída al avisar de que Bogart volvería a salir en este texto, porque hay un detalle de ‘Casablanca’ que, entre tanta frase memorable, tal vez le pase inadvertido al espectador. Sucede cuando la pareja protagonista vive su romance en París. La ciudad está a punto de caer en manos de las tropas nazis. ¿Cómo? Tras una feroz resistencia, como una Numancia al norte de los Pirineos. Qué va. De una forma muy circense. Recorre las calles de París una furgoneta con un megáfono en el techo que anuncia la pronta llegada del Ejército alemán, como si se tratara de acróbatas, payasos, domadores y un par de elefantes.

El paseo de Gràcia de Barcelona, el 27 de enero de 1939, día 1 del franquismo en la ciudad.

El paseo de Gràcia de Barcelona, el 27 de enero de 1939, día 1 del franquismo en la ciudad. / Kautela (Color: Pep Palomer)

No de forma menos heroica cayó Barcelona en 1939. Lo retrató estupendamente Francisco Martínez Gascón, alias ‘Kautela’, el fotógrafo que seguía los pasos del general Yagüe en su avance hacia la capital catalana, primero, y hacia la frontera francesa, después. El 27 de enero de 1939, un día después de la rendición de la ciudad, un Opel subía por el paseo de Gràcia con ocho mujeres, presumiblemente barcelonesas, brazo en alto y sonrientes. Alguna repitió como modelo en otra foto tomada en el mismo lugar, en la que el coche había sido sustituido por soldados del frente nacional, entre ellos un norteafricano de aquellos que sembraron el terror en nombre de Franco.

Celebración de la caída de Barcelona a manos de las tropas franquistas, el 27 de enero de 1939.

Celebración de la caída de Barcelona a manos de las tropas franquistas, el 27 de enero de 1939. / Kautela (Color: Pep Palomer)

Las otras dos fotos seleccionadas (gracias, Pep) son de la Sagrada Família mucho antes de que se supiera en qué se iba a convertir la Sagrada Família.

Al fondo, el costillar interior de la Sagrada Família.

La primera la han visto al lado del título. Un partido de fútbol en mitad, más o menos, de lo que hoy es la avenida de Gaudí. La otra, desde un ángulo distinto, ofrece una vista interior del costillar del templo. Uno de los dos hombres que parecen conversar (a lo mejor son prejuicios, quién no los tiene) se pinza la nariz, como si intuyera que aquel monumento algún día apestaría.

No dice eso quien esto firma, sino George Orwell, quien, como todo estudiante de cuarto de la ESO debería saber, las pasó canutas en Barcelona cuando se presentó como voluntario para luchar contra el fascismo. Acabó huyendo del fuego supuestamente amigo, del de la izquierda prosoviética, a ver cómo se colorea esto… Todo eso lo cuenta de forma muy emocionante en ‘Homenaje a Catalunya’, y aquí, para poner punto y final a este relato, viene al caso el episodio en que decide esconderse de sus perseguidores y dormir al raso en las cercanías de la Sagrada Família. La llama equivocadamente catedral, pero lo que dice es la repera.

"Era una noche fría para esa época del año y ninguno de los tres durmió mucho. Recuerdo las largas y lúgubres horas que vagamos al azar antes de poder conseguir una taza de café. Por primera vez desde que estaba en Barcelona fui a la catedral, un edificio moderno y de los más feos que he visto en el mundo entero. Tiene cuatro agujas almenadas, idénticas por su forma a botellas de vino del Rin. A diferencia de la mayoría de iglesias barcelonesas, no había sufrido daños durante la revolución. Se había salvado debido a su “valor artístico”, según decía la gente. Creo que los anarquistas demostraron mal gusto al no dinamitarla cuando tuvieron oportunidad de hacerlo, en lugar de limitarse a colgar un estandarte rojinegro entre sus agujas”. Queda aquí recogido, por si nuestro historiador y coloreador de fotos quiere leerlo en clase. Si lo hace, un mensaje para sus alumnos. Leed más, por favor, que si no pronto os obligarán, como a Winston Smith, a admitir que dos más dos son cinco.

Más información sobre esta cuestión en la próxima ‘newsletter’ del Eixample