DENUNCIA VECINAL

Un vecino demoledor

DAVID GARCÍA MATEU / BARCELONA

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A una manzana de distancia ya se escucha el ruido atronador de las máquinas demoledoras y taladradoras. El polvo en suspensión se ha adueñado de las calles colindantes. Las obras del edificio Estel, antigua sede de Telefónica en la avenida de Roma, "martirizan" a los cientos de vecinos que conviven de 8 a 20 horas con los reiterativos estruendos, asegura el portero de una de las fincas próximas, Andreu Estrada. Desde fuera solo se ve el esqueleto del edificio, aunque es evidente que la actividad en su interior es frenética. “Durante la primera semana de septiembre no sé qué hacían que incluso llovía cemento”, asegura Estrada.

RUIDO POR LUJO

El futuro del edificio Estel pasa por convertirse en un bloque de 200 apartamentos de lujo. Las inmobiliarias encargadas de su venta seguramente publicitarán en unos meses ‘tranquilidad, paz y confort’. Pero hoy por hoy “ni en las oficinas podemos hablar entre nosotros”, explica Rosa Romero, que trabaja en un despacho justo enfrente del bloque. “Estamos todo el día gritando, se nos llena todo de polvo… es horrible”, añade su compañera Montse Zambrano, quien tiene que hablar casi a gritos para que se le escuche.

Curiosamente, incluso se ha abierto un debate en torno cuál ha sido el mes más ruidoso. Si bien Fina Roca, que regenta el bar Vall Fosca en el chaflán entre las calles de Mallorca y Calàbria cree que “ahora han traído otro tipo de maquinaria que hace todavía más ruido que la anterior”, otros residentes aseguran que fue  “en los meses de julio y agosto [cuando] multiplicaron la actividad por tres y sin parar”. Unas fechas que hacen que Estrada esboce una media sonrisa: “Por lo menos yo me pude escapar durante el mes de vacaciones”, recueda.

RECOGIDA DE FIRMAS

“Ya hemos perdido la cuenta de cuantos meses llevamos así”, comenta Adelina Copine, también inquilina de una de las fincas contiguas. Incluso han iniciado una recogida de firmas para presentar ante el ayuntameinto y denunciar su situación. Todos desean el final de la obra, aunque la desinformación es la tónica general. Entre ellos está Pietat Ara, quien ya lo coge con resignación: “¿Qué vamos a hacer con este ruido? Nosotros no podemos hacer nada… Nos vamos a tener que aguantar, ¿no?”, pregunta sin saber si algún día tendrá respuesta.

Jordi Rollan, propietario del bar que bautizó con su apellido, situado enfrente de la salida de camiones, reconoce que ya están "acostumbrados", aunque también cruza los dedos “para que pronto se acabe todo”. ¿Lo peor para él? El polvo que entra en el bar. El mismo problema que persigue a Fina Roca. Ella asegura que va “todo el día con la bayeta en la mano”. Mientras lo explica recoge un importante amontonamiento de polvo con la escoba.

“Aquí solo descansamos a partir de las ocho de la noche”, dice alguien desde la otra punta de la barra del bar. Un reposo tan ligero como la fina capa de polvo que cubre los capós de todos los coches aparcados en las inmediaciones. Una prueba más del trasiego ensordecedor que se produce durante el día.