Disciplina positiva

5 incoherencias que cometemos con nuestros hijos y que afectan negativamente a su educación

A veces echamos en cara a nuestros hijos cosas que nosotros mismos hacemos a diario

5 incoherencias muy comunes de las madres y padres de hoy en día

5 incoherencias muy comunes de las madres y padres de hoy en día / Unsplash

María Dotor

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¿Cuántas veces hemos dicho a nuestro hijo "te he dicho que no grites", pero se lo hemos dicho gritando? ¿Una, dos, varias, muchas veces? Las madres y padres caemos en ciertas incoherencias a la hora de educar, aunque ser incoherentes pertenece a cualquier ámbito de la vida, somos incoherentes por naturaleza. ¿Por qué?

Según los estudios, el ser humano toma una decisión a partir de las emociones que esté sintiendo, más allá de que intentemos racionalizarla y entender de forma lógica. Nuestras emociones nos hacen incoherentes.

El problema es que a medida que aumenta la distancia entre nuestras palabras y nuestros actos, crece la dificultad para ser reconocidos y comprendidos por los demás, generamos desconfianza, también en nuestros hijos. Por eso conviene darnos cuenta de nuestras incoherencias y tratar de solventarlas. Solo así seremos esa persona de fiar que nuestros hijos necesitan, ese líder al que seguir, ese sherpa que nos lleva a lo alto de la montaña, y gracias al cual nos sentimos seguros.

5 incoherencias en las que caemos las madres y padres

Incoherencias que nuestros padres no tuvieron, por tratarse de otra época, pero que en la actualidad, son trending topic.

Pedirles que no se exhiban en redes

El otro día fui testigo de una conversación entre una madre y su hija de 12 años. Ambas son personas muy cercanas a mí. La madre recriminaba a su hija que contara su vida a través de las redes sociales. “Todo el día contando dónde estás, qué comes, con quién estás en Instagram, ¿te parece normal exhibir tu vida de esa forma?”. La hija, de pronto, soltó una frase lapidaria: “Habló, la que me exhibió en Facebook desde que tenía 4 años”. La madre y yo nos quedamos petrificadas. El tema se quedó ahí, no seguimos metiendo el dedo en la herida, pero a mí me sirvió para reflexionar: les pedimos a nuestros hijos que tengan cuidado con la imagen que dan en redes, que no suban determinados contenidos y, sin embargo, nosotros colgamos fotos de ellos en nuestras redes (nótese el acento en la palabra ‘nuestras’) sin pedirles permiso prácticamente desde el día que nacen. Una foto de su primer diente, un vídeo de sus primeros pasos, una foto de su primer baño en la playa…

No hay mala intención detrás de nuestros actos, pero sí incoherencia. ¿Qué ejemplo estamos dando? ¿Con qué cara les pedimos luego que no narren su vida en redes, que se guarden cosas para ellos si nosotros hemos sido los primeros en exponerles?

Recriminarles que están “enganchados” al móvil

Hace algunos años, Orange lanzaba una campaña que nos sacaba los colores a las madres y padres. Se trata de un vídeo en el que se veía a una madre ir a la habitación de su hijo, y pedirle que apagase ya el móvil, que tenía que dormir y descansar para estar bien al día siguiente.

Acto seguido, la madre se iba a su habitación, se tumbaba en la cama, y lo primero que hacía era coger su tableta. Al lado tenía a su marido, el padre del niño, con un móvil en la mano. El niño, que había apagado el móvil haciendo caso a las palabras de su madre, al ir al servicio y pasar por delante de la habitación de sus padres y ver la “escena”, se encogía de hombros.

En muchas ocasiones se nos olvida que nuestros hijos nos aprenden a nosotros, que educa más lo que hacemos que lo que decimos. ¿Estamos siendo el ejemplo que necesitan? ¿Cómo me relaciono yo con el móvil? ¿Estoy tan enganchada como mi hijo? Pensémoslo.

No entender la importancia que dan a la imagen

Los adolescentes y preadolescentes pasan mucho tiempo retocando sus fotos, poniendo filtros que les hagan verse mejor. Algo que los adultos no terminamos de entender. Pero ¿cuántas veces no les hemos dicho que borren una foto nuestra porque salimos muy feos? El culto a la imagen es algo que nuestros hijos respiran diariamente en la sociedad en la que han crecido, en los anuncios que ven en la tele, en las películas que consumen, no solo en las redes sociales. Nosotros, aunque no usemos filtros, también nos preocupamos por nuestra imagen, y se lo hacemos saber a ellos.

La maestra Carmen Guaita, en una ponencia en uno de nuestros eventos, nos hacía reflexionar sobre esto: “¿Qué mensaje le estamos mandando a nuestros hijos cuando nos miramos al espejo y nos quejamos de que hemos engordado dos kilos, lamentándonos de que nos vemos horribles, mientras metemos tripa?”.

Decirles que el móvil les incomunica

“Me dan ganas de mandarle un Whatsapp para decirle que venga a cenar, y está en la misma casa que yo, pero no hace caso. Solo se comunica mediante ese aparato (el móvil)”, me decía el otro día una amiga refiriéndose a su hijo. A menudo, las madres y padres, cuando nuestros hijos llegan a la adolescencia, nos quejamos de que no nos escuchan, no nos hablan, en definitiva, que no se comunican con nosotros. A esta queja, hoy en día se añade la queja de la incomunicación que provocan los dispositivos entre los miembros de la familia. Pero… ¿y nosotros, los adultos? ¿Cuántas veces hemos ido a un restaurante y hemos visto a familias poner a su hijo delante de una tableta con sus dibujos para que esté tranquilo? ¿Y en el coche?

Cada vez se venden más las fundas para colocar dispositivos en la parte trasera del coche para que los niños vayan entretenidos… Los primeros en introducir a los dispositivos en la familia somos los adultos, nosotros hemos ido construyendo ese muro que llega un momento que es tan alto, que nos impide mirarnos, hablarnos…

Echarles en cara que se dejen influir por influencers

En redes, nuestros hijos no solo siguen a amigos, familiares o conocidos, también siguen a personas a las que admiran (ya sea porque hacen música que les gusta, porque visten “bien”, porque viajan por el mundo, porque cuentan cosas que les hacen gracia…). A menudo les decimos que no entendemos que esas personas tengan tanta influencia en ellos, que deberían tener más personalidad, más pensamiento crítico. “¿Si fulanito se tira por un puente, tú también te tiras?”, les decimos a menudo para que reflexionen. Pero en muchas casas ha imperado el “porque lo digo yo”, es decir, la obediencia ciega.

A todos nos ayuda mucho que nuestros hijos sean obedientes, pero educar en la obediencia tiene consecuencias, nos recuerda siempre el psicólogo Alberto Soler. “Si nuestros hijos aprenden a cumplir las normas por miedo a las represalias, solo las cumplirán para evitarlas, no porque sepan que es bueno para ellos. Y el problema es que hoy tu hijo te obedece a ti, pero mañana habrá aprendido a obedecer, y también obedecerá a su pareja, a sus amigos, a su jefe, aún cuando no deba hacerlo”. Si queremos que nuestros hijos no sean tan influenciables, desarrollen el pensamiento crítico, sean capaces de tomar sus propias decisiones, deberíamos educarles en la responsabilidad, y no tanto en la obediencia”.